CRÍTICA



  • Que viva la música, una exploración visual y poética
    Por Adriana Bernal Mor


    Siempre que se trata de una adaptación o de una historia inspirada en algún libro, existe la posibilidad de que quienes están frente a la pantalla se vean atropellados por una película que seguramente no cumple con las expectativas de un imaginario creado alrededor de una obra literaria. Sin embargo creo que es importante tener en cuenta que cada formato, con sus características específicas, genera en las personas efectos distintos, que al final tienen que ver con la interacción personal del espectador/lector y el medio.

    Para el director Carlos Moreno, el reto de llevar a la pantalla Que viva la música de Andrés Caicedo significaba de entrada un desafío descomunal, pues prácticamente en la historia de nuestro país y especialmente en la historia de Cali no se puede hablar de cine, literatura y música sin tener como referencia a este personaje, aquel que junto a un grupo de artistas marcó un antes y un después en la cultura nacional, y que se convirtió en el catalizador de una juventud identificada plenamente con su obra y su manera particular de pensar.

    Quise hacer la aclaración inicial porque me parecía pertinente analizar esta película desde esa perspectiva.  Entré con la idea de que entendía que lo que estaba viendo era una interpretación, no sé si individual o colectiva, sobre una obra literaria; una interpretación más subjetiva que dejaba al descubierto un punto de vista, un estilo y una manera específica de tratar un momento, una generación y las palabras impresas en un libro, y por ello la posibilidad de oponerse o diferir, era amplísima.

    El inicio me llenó de expectativas, pues la cita de un fragmento de la obra, en el que la ciudad de Cali era la protagonista, esbozaba un escenario sombrío pero a la vez fascinante, caótico pero muy llamativo. Enseguida la voz de María del Carmen me introdujo poco a poco en su propia historia y pronto me vi envuelta en un escenario donde la vida nocturna, y lo que conlleva el abuso de la misma, son los protagonistas de todo el relato. El contexto de una vida de excesos, búsquedas e insatisfacciones, levemente van llevando a revelar, tanto a María del Carmen como a los personajes que la acompañan, una época definitiva que marcó absolutamente a una generación.

    Y al buen estilo de Carlos Moreno, son las imágenes más de que los diálogos los que dotan de importancia y significado a la historia.  Los planos, los objetos, el paisaje, los espacios y la música son el sustento del relato, pues metafórica y simbólicamente las imágenes son las que contienen la idea, el ambiente, la interpretación y el punto de vista que quiere transmitir y develar el director.  No es una película en la que el personaje progresivamente avance por un objetivo en especial, sino que poco a poco se convierte en la interpretación de situaciones y vivencias de quienes estuvieron envueltos en un contexto específico y sustancial de la juventud colombiana.

    Sin embargo,  aunque existe una intención clara de centrarse temporalmente en un momento específico de la historia de nuestro país y, más que nada, en la de una región tan arraigada a sus costumbres, a su música y a su gente, la combinación continua de lugares y espacios de época con otros mucho más actuales, descontextualiza y debilita la historia. Además, la mezcla de la voz de la protagonista, más poética que explicativa, con las imágenes de las situaciones en las que progresivamente se ve envuelto este personaje, empieza a perder esa sincronía simbólica propuesta en un principio, apartando así al espectador de la posibilidad de su conjunción, no sólo para enriquecer sino también para entender la historia.

    Para quienes no vivimos en ese periodo y estamos a kilómetros de distancia del sabor y la vida de Cali, pero nos sentimos fascinados por lo que pasó y lo que significó ese momento histórico en la región y en el país, considero que en la película hizo falta adentrarse más en los conflictos de los personajes para entender, más allá de lo fácilmente perceptible, qué fue lo que movió a la juventud característica de los años 70, cuál su música, cuáles sus ideas y cuáles los puntos claves más intrínsecos que hacen posible que quienes sí lo vivieron se vean identificados con ella.

    Siendo así, Que viva la música es entonces para mí una exploración visual y poética de situaciones, sensaciones y pensamientos de personajes, que bajo el marco de una generación diferente se vieron envueltos en un momento en el que la búsqueda y el desafío a los límites significó la ruptura y el comienzo de una visión diferente de las artes, las relaciones, los propósitos, los retos y la vida en general. Una historia en la que no se visibiliza un arco de transformación claro de los personajes, ni de la trama, sino que por el contrario tiene la intención de explorar de una u otra manera ese viaje mental y sensorial nacido de la interpretación de las palabras escritas en el libro.


    (Fuente: Distintamirada.com)


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