CRÍTICA



  • Jauja o la enervante placidez del páramo
    Por Joel del Río


    En 2012, el realizador cubano Carlos Machado Quintela (La piscina, La obra del siglo) quiso colaborar con la revista enfoco, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en San Antonio de los Baños, con un artículo sobre Lisandro Alonso, el realizador de Jauja (2014), que ahora se estrena en Cuba para disgusto de quienes necesitan un corte cada 15 segundos, como mínimo, y acciones físicas delirantes.

    Y el disgusto de algunos espectadores se explica porque Jauja significa soledad de los personajes en la inmensidad del páramo patagón, largas y estáticas secuencias frontales encuadradas con preciosismo, sutil reflexión sobre la sinrazón instaurada en el presente, el pasado y el futuro.

    En el texto aludido antes, Quintela aseguraba, refiriéndose a la ópera prima de Alonso, Los muertos (2004), que el espectador “imagina, deduce o se frustra mientras intenta desentrañar alguna información acerca del misterio. Sin embargo, no hay nada que averiguar. Basta observar y seguir el viaje del personaje para conocer en su final que, desde el inicio, ya se sabía casi todo lo que había que saber”.

    Algo muy similar acontece con la relación entre las expectativas del público y esta película que parece una road movie metafísica, un Oeste contemplativo o un extraño filme de aventuras, carente de peripecias y compensaciones para los adoradores del cine digestivo, entretenido y fácil.

    Lisandro Alonso entrega un singular filme histórico, desprovisto por completo de resabios épicos, y con un puñado de actores colocados delante de portentosos paisajes del páramo, como accidentes que interrumpen la más espectacular línea del horizonte que se veía en el cine desde los tiempos de Sergio Leone. Mientras se suceden, con muchísima calma, las escenas, se describe la época de la Conquista desde el más sorprendente minimalismo.

    El filme narra la permanencia, en la  semidesértica Patagonia, de un jefe militar danés, cuya hija  adolescente decide, luego de un tramo bastante largo de metraje, huir con  uno  de  los  soldados. El padre (interpretado desde la angustia y la majestad por Viggo Mortensen) parte en su búsqueda, hasta internarse en territorios inexplorados, bajo el arbitrio de los “salvajes”, casi invisibles en un filme que también elude, conscientemente, el gastado encontronazo entre civilización y barbarie.

    Coproducción argentino-mexicana  que contó con el financiamiento  de  Mantarraya Producciones, la compañía  que financiara los filmes de Carlos Reygadas  y  Amat Escalante, Jauja presenta más de un paralelo estético y conceptual con La luz silenciosa y Post Tenebras Lux, de Reygadas, o Heli, de Escalante. Estas obras significan  la consagración de un tipo de cine latinoamericano de altas aspiraciones artísticas, narración lánguida vinculada con singular exquisitez compositiva y hondas reflexiones filosóficas sobre la violencia, la desintegración y la muerte, todo ello muy de espaldas a los requerimientos impuestos por las repetitivas manufacturas del ocio y el espectáculo.

    Por supuesto que en su mística quietud, Jauja nos lleva a preguntarnos si debe hacerse, para disfrute de unos pocos adoradores, un tipo de cine así de sensitivo, brechtiano, sofisticado y distinto. Mi respuesta, por supuesto, queda implícita, al igual que muchas de las ideas barajadas por Lisandro Alonso en esta, su más reciente y aclamadísima película.


    (Fuente: Cartelera de Cine y Video ICAIC)


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