ENTREVISTA

  • “Tengo un recuerdo muy feliz de ese momento tan particular en La Guardería”, dice Croatto.


    Virginia Croatto estrena La guardería, su primer opus cinematográfico
    Por Oscar Ranzani


    La cineasta pasó tres años de su infancia en La Guardería, que albergaba a los hijos de los montoneros en Cuba; su madre era la responsable del lugar y a su padre lo habían matado en la Contraofensiva. “Los adultos querían que fuera un lugar lúdico y de niñez”, recuerda.

    Con una tremenda historia personal –que también fue colectiva–, era casi una necesidad interior que Virginia Croatto debute como cineasta con La Guardería, que se estrena el jueves 7 de abril en el Espacio Incaa Gaumont (a partir del domingo 10 también podrá verse en el Malba). ¿Cuál es esa historia? La realizadora es hija de Armando Daniel Croatto y Susana Brardinelli. Su padre fue militante político y gremial, de la Juventud Peronista (JP), de la Juventud de Trabajadores Peronistas (JTP) y de Montoneros; participó de la Contraofensiva, planificada por la organización armada para derrocar a la dictadura, y fue asesinado el 19 de septiembre de 1979 en un hipermercado de Munro. Su madre fue militante de Montoneros; tras el asesinato de su esposo, se exilió junto a sus hijos. Durante el período 1980-1983, Susana fue la responsable de La Guardería que albergaba a los hijos de los militantes montoneros que integraron la Contraofensiva, ubicada en La Habana (Cuba), y que tenía como objetivo preservar la vida de los niños. Susana y su familia volvieron a la Argentina en noviembre de 1983. Con 34 años, Virginia decidió contar en su ópera prima cómo fue aquella experiencia.

    Quien motivó a Croatto para que dirigiera este documental fue David “Coco” Blaustein. Ella no estaba convencida, pero después sintió la necesidad de encarar un proyecto tan personal en su ópera prima. La Guardería tiene testimonios tanto de jóvenes que en su infancia estuvieron en el exilio como de algunas mujeres que tuvieron la responsabilidad de cuidar a los chicos en aquel lugar cedido por el gobierno cubano. Los testimonios se alternan entre pasado y presente, y quienes hablan se refieren no sólo a lo que recuerdan sino cómo lo reelaboraron y lo miran desde el presente en perspectiva. Los testimonios se complementan con cartas y audios, donde algunos padres les hablan a sus pequeños hijos. Todo ese material de archivo, aunque tenga un tono ficcional, es real: algunos audios y cartas son de Croatto y otros pertenecen a personas que convivieron con ella en La Guardería.

    –¿Cuáles son los recuerdos que le vienen recurrentemente de haber estado allí?

    –Algunos son difíciles de relatar porque vienen como imágenes, son sensoriales, pero sobre todo el hecho de vivir en comunidad, eso de levantarte y tener alguien con quien jugar. También te peleabas y perdías cierta individualidad. Pero la cuestión más colectiva, de estar siempre con muchos chicos, es lo que más me acuerdo. Y después los recuerdos de un poquito más grande, de los últimos años, cuando ya se extrañaba mucho y los adultos tenían mucha nostalgia de la Argentina. Tengo los recuerdos de ver a mi vieja triste.

    –¿Cuántos años estuvo allí?

    –Mi mamá nos llevó cuando yo tenía 3 años, después de que mataran a mi papá. Llegamos en enero del ‘80 y volvimos en noviembre del ‘83.

    –¿Se vivía de manera triste la estadía o tenían ganas de jugar entre los chicos?

    –Las dos cosas. Había muchas ganas de jugar, porque a esa edad uno mete todo en su mundo de juegos y demás. Y los adultos hacían un esfuerzo importante para que nosotros estuviéramos bien en ese contexto. Ese era un pilar de La Guardería, como cierta cosa de cuidado, de decirnos la verdad, pero que fuera un lugar de resguardo, claramente. Además, el tema de los juegos y los juguetes era una preocupación de los cuidadores argentinos y también del gobierno cubano, que nos daba una mano. Nos regalaban juguetes para el Día del Niño, por ejemplo. Se preocupaban por nosotros. Los adultos querían que fuera un lugar lúdico y de niñez.

    –A esa edad, ¿se pensaba en la muerte?

    –Sí, era inevitable. Primero, creo que los chicos piensan en la muerte porque es algo que no se entiende. No se entiende nunca, es un agujero. No sé si se puede entender alguna vez, más bien uno empieza a convivir con eso. Pero no nos quedaba otra, porque a mi papá lo habían matado y otros chicos eran hijos de desaparecidos. Había otros, cuyos papás estaban en la Argentina, con lo cual era una posibilidad que no volvieran. Y si bien trataban de tener cuidado con lo que se decía, tampoco se mentía. Además, había chicos un poquito más grandes que yo y que tenían mayor conciencia que otros. Y estaban los que, sin tener conciencia recontra racionalizada, tenían claridad. No se olvide de que muchos chicos habían vivido en la clandestinidad, diría que el 99 por ciento. O se les había muerto un tío, su papá, o un hermano en algunos casos. O habían vivido escondidos y la explicación era que había que esconderse para sobrevivir.

    –Quienes hablan en la película, ¿fueron chicos que estuvieron con usted y que los recordaba o hizo una selección?

    –De todo un poco. Cuando empecé a pensar la película, el mundo que me rondaba para La Guardería eran mis amigos cercanos, los que llamo “primos”. Pero cuando empecé a avanzar busqué a otros. Eso estuvo bueno, porque con algunos había recuerdos y quizá no nos vimos porque viven en España. Pero había recuerdos.

    –¿Cómo la marcó esa etapa y cómo reelaboró después su infancia?

    –Uno siempre tiene un relato sobre su infancia, como una novela. Tengo un recuerdo muy feliz de ese momento tan particular en La Guardería. Y después fue muy dura la vuelta a la Argentina. Eso fue algo que descubrí cuando estaba filmando, porque no pensaba contar la vuelta. Pero pasó que la vuelta empezó a tener un peso en los relatos y cuando empecé a montar la película fue muy importante. Fue fuerte regresar porque tenía que mentir, no tenía que contar la verdad porque había mucho miedo. Fue fuerte reacostumbrarme a la Argentina. Durante muchos años, Cuba siguió siendo mi país. Iba a Cuba y sentía que ése era mi país y no éste.

    –¿Tenía el acento?

    –Sí, cuando llegué acá sí. De hecho, tengo el recuerdo de las primeras amiguitas del barrio o mis primos que me cargaban.

    –¿Cuánto incidió ser madre para hablar públicamente de cuando fue niña?

    –Me costó mucho hacer la película. Tenía miedo de que pensaran que era un orfanato. Me costaba mucho sabiendo que eso fue producto de un momento particular de la lucha armada, y también pensar qué querían decir estos compañeros que habían vivido conmigo en La Guardería. Algunos querían hablar más y otros menos. Eso también fue definitorio para quiénes están en las entrevistas. Algunos no quisieron y otros me dijeron: “No me acuerdo nada”. Fue muy importante haber sido mamá y haber pasado por eso para poder contarla.

    –¿Cómo pensó de joven la decisión de sus padres? ¿Siente algún tipo de reproche o aprendió a valorar su lucha?

    –Es la pregunta que más cuesta contestar, porque todos quieren que la responda cortito. Es compleja para responder. Primero, de todo un poco: tuve una etapa en que era más chica y los reproché. Mi hermano mayor, más que yo. Todos pasamos por etapas distintas con respecto a la decisión de nuestros padres. También creo que cada uno de los chicos tiene una respuesta distinta. Claramente, siento que fue una decisión valiosa de un contexto político muy distinto. Uno puede pensarlo, pero es muy difícil verlo desde hoy. Hay otra relación con los hijos. En ese momento se pensaba que cualquier sacrificio estaba bien en función de conseguir una patria más justa. Uno piensa que está complicado o que es demasiado exagerado, por decirlo así. Pero entiendo la lucha armada en ese contexto.

    –¿Cómo analiza desde el presente, con las herramientas que le dio la vida, los años de dictadura y de la lucha armada?

    –Los militantes tuvieron una ebullición de que el mundo podía ser distinto y uno se siente un poco nihilista porque cree que las cosas pueden ser un poquito mejores pero no mucho más, como que estructuralmente el mundo va a tener una base de injusticia demasiado importante. Un poco los envidio por ese momento en que pensaban que estaban construyendo como otro mundo. Si volviera el tiempo atrás, ser parte del proyecto colectivo es algo que me parece que sería muy lindo vivir.


    (Fuente: Pagina12.com.ar)


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