La feminidad y la adolescencia son los temas que la realizadora ecuatoriana Ana Cristina Barragán ha elegido hasta ahora en su incipiente carrera. Tanto sus dos cortos previos como este largometraje abordan desde distintos enfoques el periodo de tránsito a la pubertad en las mujeres.
Con la pericia y desenvoltura manifestada en Alba, el Festival de Rotterdam (Holanda), que es una reconocida muestra de cine internacional que proyecta una minuciosa selección de filmes de calidad, le entregó el premio Lion Film Award a la excelencia y calidad artística en la ceremonia que cada año organiza el Club de Leones L’Esprit du Temps en el marco del certamen. Con una excelente dirección de actores y un fiel manejo de la cámara al servicio de lo que quiere contar, Barragán expresa muy bien las contradicciones que pueden surgir en esa etapa de crecimiento.
La película es un drama centrado por un lado en ese intenso periodo evolutivo, y por otro en la larga convalecencia en un hospital de la madre de Alba (Macarena Arias), una niña de 11 años de carácter introvertido que se ha visto obligada a convivir con la enfermedad de su mamá, ayudarla a orinar por las noches, y entretanto jugar sola y en silencio con unas figuritas que representan animales diminutos.
Cuando internan a su madre, la niña tiene que ir a vivir con su papá, a quien no veía desde los tres años. Por consiguiente, ese momento tan crítico lo tiene que pasar junto a su progenitor masculino con quien le cuesta relacionarse, mientras que todavía tiene que aceptarse a sí misma, vivir su primer beso y soportar los intentos de bullying en el colegio.
Alba es una película humanamente poco expresiva pero que recurre a los recuerdos de los sentimientos pre-adolescentes en cualquier espectador, un periodo confuso de tiempo que tiene distintas definiciones y nomenclaturas según los países. Al tratarse de una niña, la sangre forma parte necesaria junto a los primeros vellos de este relato tan bien planificado.
Con cámara en mano durante la mayoría de tomas de la película, nos encontramos ante una historia de exploración y de temores que nos acerca desde la timidez de la protagonista de una manera más hábil hacia esos sentimientos extraños típicos de esa edad tan temprana. Aquí el buen sentido del ritmo narrativo que tiene la directora, pese a lo calmada que es la mayor parte de la propuesta, es sin duda lo que ha contribuido a su buen resultado con un trabajo con los jóvenes actores absolutamente creíble en pantalla. Por cierto que, como se ve aquí, ese grupo de edad no tiene unos ídolos o grupos musicales propios como ocurría antaño, sino que parece que los comparte con otros más mayores.
Sin dejar de admitir que se trata de una apuesta fílmica arriesgada, y no solamente por las dificultades para hacer cine en Ecuador, Alba forma parte de un cine independiente que por suerte cada vez más va ganado terreno y espectadores interesados en verlo. El proyecto tuvo su origen en 2011 y su guion ganó varios premios durante su desarrollo. Para su realización fue necesaria también la convocatoria de una financiación colectiva.