Tras ganar en 2011 cinco premios (incluido el Leopardo de Oro) con su ópera prima Abrir puertas y ventanas, la directora argentina regresó al festival suizo con un ensayo sobre la ausencia y la memoria construido con una belleza nunca ostentosa y una austeridad que no limita la emoción.
Inspirada muy libremente en Pozo de aire, de Guadalupe Gaona, La idea de un lago es un bello, delicado y melancólico relato que transcurre en distintas etapas en la vida de Inés (Carla Crespo), una fotógrafa que en el presente está por ser madre soltera, ya que está separada de su pareja (Juan Barberini). Mientras prepara un libro autobiográfico de imágenes y poemas, intenta encaminar las relaciones con su madre (Rosario Bléfari) y su hermano menor Tomás (Juan Greppi). Pero la ausencia (el fantasma) del padre, desaparecido en marzo de 1977, sigue siendo tan fuerte que la protagonista decide contactar al Equipo Argentino de Antropología Forense, más allá de los reparos (miedos) de su mamá.
De todas maneras, buena parte de la película se desarrolla (en forma de flashbacks) en la zona de Villa La Angostura, donde varias generaciones de la familia han mantenido una casa. Allí transcurren varias escenas antológicas -con Malena Moiron como Inés de pequeña- que van desde unas escondidas nocturnas con linternas en un bosque junto a otros niños hasta una suerte de baile de a dos dentro de un lago entre Inés y... ¡un Renault 4 verde! Es que aquellos juegos, fantasías, sensaciones y recuerdos infantiles adquieren una dimensión especial para alguien que de adulto intenta seguir procesando la ausencia, la pérdida, el dolor.
Las marcas, las heridas todavía abiertas de los tiempos más tenebrosos de la Argentina, están presentes en La idea de un lago, pero no desde lo político-ideológico sino desde el aspecto más íntimo. Es una mirada austera, pudorosa, pero no por eso menos poderosa. Y allí reside uno de los principales méritos del film: tener en claro qué mostrar, pero también qué evitar, qué escatimar, dejar que el espectador complete su acercamiento a la problemática desde su propia percepción y sensibilidad.
Así, entre el progresimo avance del embarazo, la inminente publicación del libro, la obsesión por la única foto que Inés conserva con su padre (hermosa la escena en la que la va ampliando en la computadora mientras de forma paralela mantiene un chat con su madre) y las cuentas pendientes en el seno de la familia, Mumenthaler -cuyo cine dialoga por momentos con el de Mia Hansen-Love- va construyendo una película fascinante y de múltiples implicancias emotivas.
La apuesta visual (el film tiene por momentos un look opaco, como de viejas diapositivas, y un granulado como el de los viejos Súper 8 de las home-movies) elaborada en colaboración con el fotógrafo suizo Gabriel Sandru, el impecable trabajo con el sonido y el fuera de campo, el uso de la música (de New Order a Neil Diamond, pasando por un tema final de Daniel Melero), la credibilidad de las actrices y, sobre todo, la enorme capacidad para el detalle y la observación precisa de Mumenthaler convierten a La idea de un lago en una experiencia profunda, cautivante y duradera. Otro milagro de Milagros.