ARTÍCULO



  • Confesiones de un actor
    Por Sergio Corrieri


    Cuando murió mi abuelo, que era escultor, yo tenía 10 años de edad. Me dejó en herencia un bastón, un baúl lleno de plastilina y un olor a colonia. Desde aquel momento mi juego preferido fue moldear con la plastilina pequeños hombres, mujeres, animales, casas… crear un mundo al que solo yo tenía acceso, inventando la trama, la vida, que unía aquellas imperfectas figurillas.

    "También será escultor", vaticinaba la familia. Pero nadie se percató, ni siquiera yo, de que lo que me gustaba realmente no era moldear, sino inventar historias y representar personajes.

    Apenas seis años después, yo, que no quisiera creer en el destino, diré que "por casualidad" entré en el Teatro Universitario. Eso selló mi vida y marcó un camino: no quería ser en este mundo otra cosa que no fuera actor.

    Ser actor en esa época era una especie de suicidio social, y también económico, como pude comprobar. En mi corta familia solo mi madre me apoyó; mi madre, Gilda Hernández, a quien pocos años después el clima social creado por la Revolución y su propia vocación, propiciaron que yo la arrastrara al mundo del Teatro, adonde brilló con luz propia y bien radiante, por cierto.

    Después del Teatro Universitario comencé el peregrinar de los actores de la época por las salitas heroicas de La Habana: El Sótano, Prometeo, Atelier, TEDA, el propio Hubert de Blanck… obras disímiles, muy a menudo con escaso público y siempre con poco o ningún pago económico.

    Al cabo, tuve suerte y conocí a personas valiosas, estudiosas, emprendedoras, con inquietudes artísticas y sociales, que me iniciaron no solo en un estudio más moderno y organizado del arte de actuar, también en la relación del arte con la sociedad, del Teatro con su pueblo.

    Me refiero a los compañeros del núcleo inicial de Teatro Estudio, a Raquel y Vicente Revuelta en especial.

    Teatro Estudio no solo fue para mí un lugar reverenciado artísticamente, fue también mi primera escuela política y mi primer referente ético. La joven Revolución encontró en ese colectivo un lugar receptivo y maduro para sus propuestas. Curioso que a veces se aluda al arte como “Torre de Marfil”, refugio ante las inclemencias de la vida real. En mi caso fue al contrario: fue el Teatro quien me llevó a estudiar y preocuparme por las duras realidades que sufría mi pueblo y las injusticias de este mundo.

    Teatralmente, he sido un hombre fiel. Diez años estuve en ese Grupo, donde aprendí a actuar, a dirigir, a ser utilero, maquillista, sonidista, manejar las luces y hasta saltimbanqui por las calles de Marianao reclamando con un tambor público para las funciones. Donde aprendí que en un grupo de teatro, si es un grupo de verdad, uno se expresa no solo cuando actúa o dirige, también por la labor colectiva. Y tan fuerte fue la enseñanza que jamás me resigné a olvidarla.

    Cambia la vida, es su primera Ley. Cambió Teatro Estudio y yo también cambié. En 1968 tenía inquietudes teatrales que no encontraban cabal respuesta en mi actividad habanera. Quizás quería volar con mis propias alas, quizás sentía que me estaba perdiendo algo.

    De esa insatisfacción, compartida por un valioso grupo de teatristas, entre los que se encontraba mi madre, nació el Grupo Teatro Escambray. De nuevo el Teatro cambiaba mi vida, solo que en aquel momento no podía suponer cuan profundo sería el cambio. El Escambray se funda con artistas de larga experiencia y bien reconocidos por su solvencia artística. Quizás sea el momento de decir, una vez más, que gracias a esa experiencia y formación de sus fundadores el grupo pudo establecerse y salir adelante. No fuimos un salto en el vacío, sino una renovada continuidad.

    No podría en breves párrafos acercarme siquiera a expresar lo que para mí significó esa experiencia en todos los sentidos: artístico, político, social, humano, en fin. En la génesis del Grupo Escambray, en todo aquello que lo hizo posible, intervinieron muchas personas: dirigentes, guardias, viudas, campesinos, testigos de Jehová, huérfanos, obreros agrícolas, ex bandidos, ese micromundo, que nos empeñábamos en transformar y que a la vez nos transformaba a nosotros.


    (Fuente: Cubasi)


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