Tras su anterior trabajo, Matar a un hombre, que ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance en el año 2014, Alejandro Fernández Almendras continúa analizando la justicia de su país natal en la notable Aquí no ha pasado nada. Si en aquel caso se centraba en las dificultades de los pobres para hacer valer sus derechos ante la justicia y las consecuencias que ello tenía, en esta ocasión el director chileno se ocupa de cómo las clases más pudientes e influyentes pervierten el sistema judicial en interés propio. La película está inspirada en un suceso real: el atropello mortal de una persona por parte de cinco jóvenes adinerados en una noche de fiesta y los consiguientes tejemanejes para ponerse de acuerdo en quién conducía en el momento fatídico.
El metraje va mudando de piel conforme se desarrolla el relato. Al principio, la cámara está muy pegada a los personajes, con planos muy cortos en un estilo documental amateur con mucho movimiento que da una sensación un tanto caótica. La cámara, literalmente, se va de fiesta con sus personajes. Es la parte que corresponde al suceso tal y como ocurrió: a la verdad. A partir de aquí, la puesta en escena se estiliza, abandona esa sensación de inmediatez para acomodarse en un envoltorio más accesible. Asistimos al teatro de la justicia chilena: a la construcción de una verdad. «La verdad es lo que podéis comprobar. Punto. La verdad no es la verdad». Con esta frase lapidaria el tío y abogado del protagonista empieza a despejar sus arrebatos de honestidad y honradez para lograr que ponga los pies en la tierra. Así, esa verdad contada cámara en mano, sucia, inconcreta y pura, se convierte en LA verdad del cine, con sus planos bien estudiados, su correcta iluminación y el toque de autor justo y necesario. Una verdad fabricada que encuentra su manera de expresarse en imágenes en contraposición a la verdad factual, mucho más difícil de interpretar en la forma que se nos presenta.
Con este interesante juego de puestas en escenas, Almendras construye una obra que nos hace replantearnos el concepto mismo de justicia. Más discutible sería el uso del texto en pantalla. Las conversaciones a través del chat por teléfono móvil van apareciendo sobreimpresas. Si bien este recurso cada vez más necesario no es nuevo (y lo cierto es que Almendros consigue salpicarlo de pequeñas elipsis para dinamizar su aparición), la introducción al final del filme, durante los testimonios en el juicio, de datos superfluos extraíbles del argumento parece menos acertada. Su intención es conectar a los personajes con la realidad, enfatizar y reiterar que aquello que se nos ha contado ocurrió realmente. Pero, al final, no importa tanto su relación con el suceso real, sino las conclusiones que se pueden extraer de su representación cinematográfica.