CRÍTICA



  • Manos de Piedra, bastante sólida y atractiva
    Por Diego Batlle


    El romance entre el cine y el boxeo tiene una larga y en muchos casos rica historia. Esta biopic sobre el campeón panameño Roberto Durán -uno de los más notables pugilistas de los años '70 y '80- queda lejos de los mejores exponentes de este subgénero, pero resulta bastante sólida y atractiva. Estrenada -fuera de competencia- en el último Festival de Cannes, se trata de una película escrita, dirigida y protagonizada por artistas venezolanos y que contó con la participación de varias otras figuras latinoamericanas en distintos rubros. Hollywood en castellano.

    No es Toro salvaje ni Rocky ni Creed ni Muhammad Ali, pero aun con esos lugares comunes tan propios de las biopics boxísticas Manos de Piedra resulta un producto digno y llevadero. No se tratan de adjetivos demasiado entusiastas, es cierto, pero este acercamiento a la figura del panameño Roberto Durán, para muchos el mejor peso ligero de todos los tiempos (luego brilló también en otras categorías), cumple de forma moderada con los requisitos del subgénero deportivo con condimentos políticos y drama familiar incluido.

    Celebratoria, sí, pero sin dejar de cuestionar ciertos aspectos de la personalidad del ídolo (impulsivo, por momentos déspota y afecto a los excesos), Manos de Piedra es también una demostración del creciente talento latinoamericano que irrumpe en la maquinaria de Hollywood: el guionista y realizador Jonathan Jakubowicz es venezolano, al igual que el protagonista Edgar Ramírez; la principal actriz es cubana (Ana de Armas), el director de fotografía es chileno y buena parte de la producción es, claro, panameña.

    La película reconstruye la dura existencia de Durán (que de niño robaba mangos para alimentar a su familia), su ascenso de la mano del mítico entrenador estadounidense Ray Arcel (Robert De Niro) para luego concentrarse en los legendarios enfrentamientos con otro genio del boxeo como Sugar Ray Leonard (Usher Raymond IV).

    Las peleas están bien narradas, la reconstrucción de época (décadas de 1970 y 1980 más algunos flashbacks) es impecable y el trasfondo dramático es elemental como el de un culebrón televisivo sin demasiado vuelo. Ramírez (Carlos), camaleónico actor que es capaz de trabajar en francés, inglés o con distintos acentos del español, sale airoso de este tour-de-force físico y artístico. Lo suyo no es deslumbrante, pero tenía todo para hacer el ridículo y no fue así.

    Así como Sylvester Stallone pasó de ser boxeador en Rocky a entrenador en Creed, cuesta ver a De Niro, el brillante Jake LaMotta de Toro salvaje hace 36 años, convertido en el anciano Arcel, pero lo suyo resulta aquí bastante más digno que en varios de sus últimos trabajos donde parece una parodia de sí mismo. En cambio, Rubén Blades (el multimillonario manager) y -sobre todo- Ellen Barkin (la esposa de Arcel) y John Turturro (un mafioso neoyorquino) están muy poco aprovechados en papeles secundarios sin demasiado desarrollo ni posibilidades de lucimiento.


    (Fuente: Otroscines.com)


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