La imponente apertura en la Mostra de Venecia de lo último de Amat Escalante, La región salvaje, todo un meteorito gravitatorio, ha estallado inesperadamente en una obra tan sorprendente como arriesgada, a mitad de camino entre el realismo social costumbrista y la ciencia-ficción más deudora del mismísimo Lovecraft. Lo que empieza citándose como un símbolo metafórico de las interrelaciones entre un médico y una de sus pacientes, acaba adquiriendo unos tintes fantásticos que se convierten en el eje central de la trama, superando así las apuestas iniciales que posicionaban ese arranque en la categoría de mero macguffin.
La región salvaje comienza de manera muy poderosa y sugerente, abriendo un misterio que engancha hasta sus últimas consecuencias para, poco a poco, ir dosificando la intensidad en los actos y palabras de sus personajes, todos ellos necesitados de un placer que no logran saciar por completo. Escalante se obsesiona con la idea del sexo como necesidad indispensable para encontrar la felicidad. Una vez que ha mostrado sus cartas, no tarda en incidir en el tema de la adición y el abuso como los componentes perniciosos que derrumban ese insólito camino para alcanzar la realización personal.
Por desgracia, en el tramo final, al mexicano se le va un poco la mano en su reparto gradual de la tensión, y logra que los explícitos planos den lugar a una sobreexposición irrisoria y muy poco verosímil que da al traste con la gran construcción inicial, algo que ha originado la diversa reacción del respetable, cerrando el pase tanto con aplausos entusiastas como con abucheos puntuales. Desde luego, no dejará indiferente y su valentía es tal que entra desde ya en el listado de lo más estimulante que nos ha deparado todo el programa oficial de la Mostra.