CRÍTICA



  • Rara, una comedia agridulce
    Por Juan Roures Rego


    Dice Pepa San Martín que no ha pretendido hacer una película militante, pero, quizá justo por eso, Rara lo es y mucho. Y es que en un momento en que gran parte de la sociedad occidental da por hecho que la homofobia es un problema del pasado, no hay mejor arma que la sutileza para recordarnos lo importante que sigue siendo la educación en lo que al freno de los prejuicios se refiere.

    Así, las jovencísimas protagonistas de Rara son dos hermanas que, desde el divorcio de sus progenitores, viven con su madre y la novia de esta; para ellas, la situación es perfectamente normal; o, mejor dicho, lo sería de no actuar todos los que las rodean como si no lo fuera en absoluto. “¿Seguro que estás bien?”, escucha Sara —la más madura, pero también influenciable, de las dos— una y otra vez, hasta el punto de dejar de tener clara la respuesta. Quizá los insultos y las agresiones hayan dejado de ser el pan de cada día, pero no así una homofobia que resulta más peligrosa que nunca precisamente por darse por superada. Tan solo el buen ejemplo de las viejas generaciones puede educar a las nuevas, no ya en la dichosa tolerancia, sino en la naturalidad que el asunto merece alcanzar de una vez por todas. Confeccionada gracias a la pasada convocatoria “Cine en Construcción” de este mismo certamen, la ópera prima de Pepa San Martín es una de las películas más importantes —y, valga el tópico, necesarias— que veremos en una edición a la que ha llegado con el Premio Sebastiane Latino bajo el brazo en reconocimiento a su perfecto tratamiento de la temática LGTB.

    Laureada también en la pasada Berlinale, Rara respira frescura y credibilidad desde su primer fotograma gracias a la sencillez del guion (obra de la realizadora en compañía de Alicia Scherson) y, sobre todo, a la franqueza de las interpretaciones, tanto de los adultos (perfectos Mariana Loyola, Agustina Muñoz y Daniel Muñoz), como de las dos niñas (impagables Julia Lübbert y Emilia Ossandon), a las que se encontró recorriendo escuelas (siendo la suya propia la que aparece en pantalla). Adherida a ambos elementos hallamos la perfecta confección de personajes, dispuesta a rehuir por completo clichés que otras cintas de corte similar terminan abrazando sin ser conscientes de ello (sirva de ejemplo la multipremiada Los chicos están bien, 2010). No hay villanos en Rara; tan solo ignorantes. Porque nada hay más peligroso que la inconsciencia, como prueba el caso real de la jueza Karen Atala, a la que fue arrebatada la custodia de las hijas por el mero hecho de ser homosexual (noticia internacionalmente conocida —aunque no lo suficiente— en que se basa la cinta). No todo es crítica a la homofobia en esta comedia agridulce, por supuesto, habiendo lugar para hogareñas instantáneas de vida familiar que, además de resultar muy acogedoras, guardan espacio para el humor más candoroso y espontáneo. Incluso ahí encontramos una extensión del discurso de la realizadora, ya que son esos pequeños detalles los que nos recuerdan lo natural que sería crecer con dos madres si las miradas ajenas no se empeñaran en señalar lo contrario. Ni Sara, ni su madre, ni la situación: es la sociedad la que es rara.


    (Fuente: Elantepenultimomohicano.com)


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