ARTÍCULO



  • La vida misma pero con ficción
    Por Mario Osava


    Finalmente el cine brasileño empieza a producir filmes dedicados a desnudar males sociales e históricos del país, sin renunciar a la dramaturgia ni parecerse a documentales disfrazados de ficción. O maior amor do mundo (literalmente, El amor más grande del mundo), del director Carlos Diegues, un veterano del "cinema novo" de los años 60 aún en actividad, repite de cierta forma los artifícios que usó muchas veces para retratar partes miserables o poco conocidas de Brasil.

    Pero ahora se trata de un filme denso, que sintetiza la historia reciente del país articulada con el drama personal del personaje central, Antonio, interpretado por José Wilker, uno de los actores preferidos de Diegues y muy conocido por sus papeles en telenovelas, además del cine.

    Antonio, un famoso astrofísico que hizo carrera y fortuna en Estados Unidos, vuelve a Brasil para recibir una condecoración de la Presidencia de la República, pero sabiendo que tiene pocos días de vida por un tumor incurable en el cerebro.

    La narrativa no es lineal, y se apoya en cuatro momentos: el nacimiento, la niñez, la juventud estudiantil y la acción actual. Pero no se emplea el "flash back" tradicional, sino que la obra va y vuelve de diferentes pasados sin dudar de la inteligencia del espectador.

    Se recurre incluso a elementos del realismo mágico, que Diegues ya había usado en su obra anterior, Dios es brasileño, en el que la aparición de un señor canoso como Dios es pretexto para mostrar la pobreza y las contradicciones del Nordeste brasileño.

    De vuelta a Río de Janeiro, el científico reencuentra a su padre adoptivo, un amargado director de orquesta jubilado, y siente una imperiosa necesidad de conocer a quien fue su madre. Las investigaciones lo conducen a una favela (barrio extremadamente pobre y hacinado) en la orilla de un riachuelo de aguas negras y un inmenso basural a cielo abierto, en la periferia del área metropolitana.

    La vuelta a los orígenes miserables de un intelectual que triunfó en Estados Unidos destaca el contraste con la fealdad de los suburbios de Río, y crea también situaciones risibles. Antonio conoce el narcotráfico y los asesinatos gratuitos, incluso el de un niño con quien se identifica porque vive el destino que hubiera sido el suyo de no mediar su adopción por la pareja de músicos eruditos que le permitió estudiar.

    Pero el filme no resbala hacia el documental, como una de las obras más conocidas de Diegues, Bye bye Brasil, que utiliza la gira de una pareja de teatro popular para revelar aspectos del interior profundo del país.

    O maior amor do mundo mantiene su eje en el drama del personaje central, que nace exactamente en el día en que Brasil perdió la Copa Mundial de Fútbol en 1950, al ser derrotado por Uruguay, una jornada que muchos consideraron la mayor tragedia nacional del siglo pasado.

    Esa marca y las dolorosas relaciones con su padre, que solo al final se revela como su progenitor, están detrás del científico obcecado por sus estudios y afectado en su vida afectiva y sexual. Es una historia de pérdidas personales. Su amigo más allegado en la universidad se incorpora a la guerrilla, que estuvo activa contra la dictadura militar entre fines de la década de los 60 y comienzos de la siguiente.

    La opinión de Antonio sobre la "muerte inútil" de su amigo guerrillero cambia después de conocer la miseria en la que vivió su madre biológica, muerta en el parto por falta de asistencia médica.

    Al recibir finalmente la condecoración presidencial, el científico la dedica al amigo muerto, sugiriendo en ese acto un reconocimiento al intento de luchar contra la desigualdad social del país.

    El complejo personaje representa así una síntesis de la generación que vivió la segunda mitad del siglo pasado en Brasil, inclusive emigrando para cumplir su vocación científica en el rechazado centro del imperialismo. El filme se basa también en varios hechos reales, como una reciente masacre de pobladores de la periferia de Río.

    Pero se trata de una película dramática y emotiva, pese a sus complejidades narrativas. Es una "obra de madurez" de Diegues, según Luiz Carlos Merten, crítico del diario O Estado de Sao Paulo. El cineasta tiene 66 años de edad y dirigió 16 largometrajes, toda una hazaña en Brasil.

    (Fuente: Rebelión)


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