CRÍTICA



  • Aliento de imágenes
    Por Héctor Concari


    Con alguna excepción (Santera, 1994, de Soolveig Hoogesteijn) el cine venezolano ha esquivado el tema de la santería y en este sentido la primera precaución sería saludar el estreno de un documental de largometraje sobre el sincretismo más notorio del país en salas comerciales. Todo el mundo más o menos sabe de Maria Lionza, hija de un cacique indio, diosa de la naturaleza y la armonía, principal vértice del triángulo que comparte con Guaicaipuro y Negro Felipe.

    La primera media hora del film presenta a los seis personajes en su vida cotidiana en tanto sus voces en off describen, si no el culto, la idea que ellos tienen de Maria Lionza y lo que significa en sus vidas. El film procede por acumulación, los testimonios se alternan sin un orden predeterminado, buscando introducir a los personajes que emprenderán el peregrinaje a Sorte. El viaje en autobús funciona como una bisagra perfecta merced a un inteligente montaje de música y sonido. Si el prólogo excluía deliberadamente el paisaje urbano para presentar a los personajes en los espacios cerrados de su diario vivir, una cámara más inquieta y móvil encontrará su estilo al llegar a Sorte. El film es, ante todo un film de primeros planos, porque más que buscar el dato antropológico prefiere el dato vital de cada personaje, su forma de asumir la identidad religiosa.

    Pero la llegada a la montaña les permite mezclarse en el paisaje, regodearse en la vegetación que empieza a rodearlos, en tanto sus testimonios van pautando el progreso del viaje emprendido. Cada uno de los personajes explica su visión, que a menudo incluye contradicciones y el espectador aborda la cosmovisión desde el rompecabezas de lo individual, pero en todo caso el film (y una cámara que busca disimularse en el entorno) asume como propio un sincretismo que celebra la libertad y el respeto a la naturaleza. Hay una curiosidad por el dato individual, cada testimonio narra sus vivencias, sus pequeñas destrezas y precauciones en el camino. Porque Maria Lionza, aliento de orquídeas es entre muchas otras cosas, un film que antes que describir un culto, busca narrar un peregrinaje emprendido y a través de él y sus adherencias, dar cuenta de una percepción del mundo. El film cede, voluntariamente a la tentación de asumir como propia esa celebración de la libertad y el culto a la naturaleza y la afirmación de sí en armonía con el mundo. No hay juicios en un ejercicio creativo que apenas si se permite una respetuosa (e inevitable, la cámara es el testigo sustancial del cine) distancia con unos personajes que hablan con total libertad, de sí mismos y de lo que sus creencias representan en sus vidas. Una mención aparte merece la impecable factura de la película, la cuidada fotografía que celebra en cada plano, el culto a la naturaleza y un montaje que mantiene un interés en ochenta y dos minutos de sabiduría cinematográfica. De lo mejor del cine venezolano.


    (Fuente: talcualdigital.com)


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