Mucho se ha comentado en Ecuador la opera prima de la realizadora Tania Hermida, Qué tan lejos. Esta producción independiente, que tomara varios años de preparación a su directora, ha provocado una recepción entusiasta y una respuesta en taquilla inesperada. Y ello es curioso para una historia pequeña, road movie sin apenas peripecia física, que rehace en otra cuerda el examen de conciencia y el “viaje a la semilla”.
La anécdota de Qué tan lejos reúne a tres personajes, dos mujeres y un hombre; las primeras, una joven turista española y una adolescente quiteña; el otro, un individuo no tan joven. Todos coinciden en el camino de la capital ecuatoriana a Cuenca, cuando un cierre de vías a causa de una protesta de grupos indígenas, les obliga a seguir su rumbo por sus propios medios. El diseño de personajes no obvia la intención alegórica: la chica española se llama Esperanza; la ecuatoriana, menos entusiasta que aquella, se presenta como Tristeza. La primera, viene con sus guías para turistas y su carácter curioso, a por lo exótico del rumbo escogido; la segunda, retraída y poco sociable, de vocación intelectual, viaja a impedir la boda de su novio con otra mujer. Para cerrar la tríada, Jesús es el nombre del tercero del grupo, quien viaja apurado para no perder la ceremonia del sepelio de su abuela, cuyas cenizas lleva consigo.
Las road movies son un topos predecible: los personajes atraviesan el paisaje, lo transforman con su presencia, mientras éste y los acontecimientos que en torno al mismo se producen, se les atraviesan en el carácter. El saldo es la transformación, en medio del movimiento, de las certidumbres y las nociones tenidas por seguras. Eso sucede en este viaje: a Esperanza se le revela una idea más compleja del Ecuador; Tristeza descubre que la vida no tiene un solo rumbo; Jesús, después de oficiar como especie de balance y rasero de humanidad entre ambas, desaparece de improviso.
Sin embargo, el viaje iniciático de las mujeres se verifica en nosotros, los espectadores de su peripecia. Asistimos como copilotos al desfle de identidades, localidades reales, etnicidades y rasgos culturales: el Ecuador multiétnico y pluricultural. Los datos en torno al país y su sociedad aparecen disueltos en la vida cotidiana de los personajes, y a través de ellos se visibiliza un carácter, retazos de aquello que suele denominarse identidad. La típica historia de descubrimiento y revelación, así como de tránsito hacia la madurez, consigue en nuestra mirada un panorama diverso del país y su gente.
Esta obsesión por la identidad que acompaña al cine latinoamericano, y que se ha desplegado en la obra de los jóvenes realizadores desde una oblicuidad que recurre a los tópicos tradicionales de representación artística de las realidades sociales de sus países, fue un superobjetivo de la Hermida. En una entrevista, declaraba: “Si bien es innegable que tenemos conflictos sociales y económicos profundos, también es innegable que somos mucho más complejos como sociedades que simplemente el país de la pobreza o el narcotráfico. Tenemos muchas otras cosas que contar, pero esas son las propuestas que mejor venden afuera. Yo me niego a hacer un cine para la mirada ajena. Para mí, lo más importante es mi propia mirada, y en esa mirada cabe mucho más que esos problemas (...) Pero los pongo en otra perspectiva. Pongo en primer plano otras cosas más personales”.
Esta dimensión banal, intrascendente, del reflejo de las realidades sociales latinoamericanas, encuentra en Qué tan lejos el trabajo con una historia diminuta, pero contada con el suficiente desembarazo y naturalidad como para hacerla interesante a la vista de todos. La dimensión humana del presente ecuatoriano, con sus conflictos políticos, culturales y económicos, bajo los cuales se debaten los dramas efímeros de la existencia individual, saltan ahora desde el sistema de personajes, desde lo particular, mientras que aquella generalidad que abarca en forma de todo ese universo, queda como paisaje, comentario suelto, conversaciones sesgadas y apuntes sin importancia.
La búsqueda de la felicidad y la realización del yo individual parece convertirse en la nueva militancia de estas obras, las cuales, por otra parte, muy a menudo se pierden en circunloquios y dudan en la búsqueda de su consumación. Qué tan lejos sufre de esa divagación tan habitual en torno a cómo cerrar el relato, al tiempo que debilita en lo anecdótico la agudeza con que desde el inicio perfila las sicologías de sus personajes. Igualmente, la perspectiva femenina evidente suele dirigir una mirada esquemática hacia los personajes masculinos. Además, la película pierde fuerza, el ritmo se agota hacia las postrimerías y aparecen subrayados concluyentes y un exceso de verbalismo que pudo podarse con una atención más detenida al trabajo con la dimensión visual del relato.
No obstante, el debut de la egresada de la Escuela Internacional del Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, es bien auspicioso. Su película, que obtuvo el Zenith de Plata del Festival Internacional de Cine de Montreal, anuncia, como tantas otras en los últimos años en América Latina, la posibilidad de gestionar un cine con trazas autorales que al mismo tiempo consiga esa dimensión popular, entretenida y comprometida. La madurez cabe en la dimensión enorme de la posibilidad. Y en las circunstancias que, como el paisaje, propicien o impidan esa mutación durante el viaje: al final de los créditos, Qué tan lejos saluda la nueva Ley Nacional de Cine ecuatoriana. Acaso con ella esta mirada sea apenas el inicio de un viaje largo.