¿Qué marcas físicas, qué datos materiales explican el modo de ser y estar de una ciudad? Eso intentan responder los estudiantes de la Universidad del Cine argentina en A propósito de Buenos Aires. Catalogada como experiencia colectiva de once directores, con 32 personajes sobre una ciudad en cinco actos, se trata más que nada de una declaración de amor a la urbe misteriosa del Río de la Plata.
Concebida como ejercicio práctico donde se emplearon no solo los realizadores, sino también guionistas, fotógrafos y sonidistas de la institución docente que antes había dado lugar, siempre a partir de sus estudiantes, a largometrajes como Solo por hoy (2000), Ariel Rotter, A propósito de Buenos Aires quiere ser algo más que un relato urbano. De hecho, es escasamente un relato. Más bien, se trata de una película compuesta a partir de fragmentos aparentemente inconexos, donde la función textual está supeditada a la necesidad de emitir un estado de ánimo, una condición espiritual de la ciudad, que de alguna manera consiga hacer aflorar los elementos que la explican como esencia inexpresable.
De ahí que se trate de una película ambiental, que quiere penetrar la capa inexpresiva de lo físico para asomarse allí donde lo tangible expresa una calidad de espíritu. Y lo inefable emerge de la búsqueda de una expresión plástica del continente físico de la ciudad, o por el juego con la historia de los espacios representativos, o por textos literarios leídos en off que comentan, desde la poesía, una genealogía lírica de los lugares o, desde el informe arquitectónico, la gestión de cierta y determinada estructura física. Pero en medio de tan severo cuerpo de objetos sólidos, el objetivo común de los realizadores ha sido extraer el fantasma de esos muros. Cuando la expresión plástica es sustituída por el regodeo en las ruinas, los pasadizos, las habitaciones en penumbra, parece otra la ciudad, pero es la misma.
Aunque pueda resultar paradójico, este emocionado poema constructivista para Buenos Aires tiene un tono pesimista, hipercrítico, duro. No hay intención de estetizar más allá de la palabra encendida de algún personaje que ama equis locación urbana por peculiares razones muy suyas. Antes bien, aquel subtítulo del inicio del filme, que asegura: “Los restos de un naufragio: A propósito de Buenos Aires”, indica el sentido político en juego en el conjunto, la sensación de abandono que recorre este edificio simbólico que hace un homenaje a aquello que no es más que ruinas, huellas de otro mundo.
Esa sensación de dimensión otra que obtiene la película es reforzada por el trabajo con los cuerpos de los personajes. Los mismos, son apenas entidades físicas vivas que se desplazan entre las pilastras de este cementerio, buscando su propia felicidad: una pareja de jóvenes que registran una casa en ruinas mientras esperan a alguien que demora; otra pareja, esta vez de colegialas, que se reúnen en un barrio, antes que una de ellas nos cante un tango que dobla de otra voz de disco viejo; una vendedora de apartamentos; un grupo de alumnos que discute asuntos urbanísticos y arquitectónicos; una pareja de enamorados que se dice cosas muy duras ante un pantano, de cuya historia se nos habla en breve. El hombre como un objeto más, los cuerpos vivos como espectros móviles dentro del paraje espectral de la ciudad. El ambiente adverso en que se desempeñan las vidas de esta gente a quien nunca conoceremos de verdad, cuyas entidades sicológicas no importan demasiado, sino qué hace con la ciudad, y qué hace esta con sus cuerpos.
La espacialización de un estado de ánimo nada triunfalista emerge de estos juegos con entidades físicas. El concepto escogido de montaje busca instrumentar la ciudad como estado insólito, reforzado por los actores en actitudes no realistas, como objetos de una circunstacia ante la cual apenas tienen libre albedrío. Todo refuerza esa condición paradójica que deja A propósito de Buenos Aires, una sensación como de universo paralelo, dimensión desconocida.
Lástima que le falte a la película un cuidado mayor en el manejo de los recursos expresivos. La multitud de anécdotas y creadores deja ver desbalances y defectos de realización. El soporte digital fue abusado en algunos momentos, y subutilizado en otros. Asimismo, por momentos la puesta es ingenua, y la cámara no ocupa la mejor perspectiva; mientras que algunos instantes denotan defectos del sonido directo. Pero no hay novatada, sino caos regularmente resuelto. Al cabo, la mirada sobre la ciudad donde se vive, y sobre la cual se brinda el testimonio de un amor no complaciente, persigue una tesis dura, no por ello menos válida. Véase la secuencia final, ese largo plano al interior de un cementerio: ciudad dentro de la ciudad, metáfora de aquella y destino de sus anhelos.