CRÍTICA



  • Carpinteros, una marca en la cinematografía dominicana
    Por Ruben Peralta Rigaud


    Sentado en la ventana del transporte de la fiscalía, viendo los últimos paisajes de Santo Domingo, Julián Sosa (Jean Jean) llega a la cárcel de Najayo para cumplir condena. Algo había ocurrido, ya que su rostro presenta heridas de un altercado reciente. Conocemos más adelante las razones de su estadía en la prisión. Al igual que la mayoría de los otros prisioneros, Julián se considera inocente. Rápidamente se mueve como pez en el agua, hace amigos y conoce el sistema, dándose cuenta de que no sobrevive el más fuerte, sino el que tenga mejores conexiones.

    En sus andanzas, conoce a Yanelly y Manaury. Julián cae rendido a los pies de ella, pero su romance debe desarrollarse por un lenguaje de señas creada por los internos de cada centro, "el carpinteo’’, que va transmitido desde una ventana de la cárcel de Hombres al patio de la cárcel de Mujeres. Julián debe mantener la relación escondida de Manaury, un hombre muy peligroso que también “carpintea” con Yanelly.

    Carpinteros es la sexta película de José María Cabral, director dominicano que se ha preocupado más por la creación y el desarrollo de sus personajes que de la historia misma. En esta ocasión, Cabral no solo se supera a sí mismo, sino a toda una industria. Con un interesante prólogo que ya auguraba la condición social del filme, la película muestra una habilidad extraordinaria para crear su propio microcosmos carcelario y presentar imágenes de estética sucia, de ambientación áspera y siempre hostil. A pesar de que la cámara siempre está en movimiento, la misma acentúa la opresión y el clima sórdido del pabellón de hombres, con momentos puramente cinematográficos, en el que podemos presenciar los estupendos dotes narrativos del director que van de la mano de un magnético poder estético.

    El Najayo de Carpinteros es lo más parecido a la descripción de infierno, solo un actor con la presencia de Jean Jean podría funcionar para el rol de Julián. Jean utiliza su mirada como escudo, como si esta tuviera el poder de anticipar o alejar cualquier peligro. Pero esos mismos ojos cambian su textura al presenciar el amor. Jean no solo representa el Shakespereano hombre enamorado que daría todo por su amada, sino que él no está en ese ambiente por méritos de bondad. Julián es un delincuente, un ladrón y dichas habilidades serán la herramienta necesaria para, irónicamente, enamorar a Yanellys.

    Judith Rodríguez (Yanellys) es de estas actrices que no pasan sin dejar huella. Ella se hace sentir y se hace notar aún en películas donde nada funciona, como fue su papel de Rosa Duarte en Duarte, traición y Gloria (2014). Rodríguez impregna en Yanellys no solo un sentimiento de dominicanidad, también refleja a una mujer apasionada por lo que hace y por lo que siente, ella no se deja doblegar fácilmente aún estando con sus emociones en juego. Es una mujer que sabe dónde va y lo que quiere. Todo esto me es conocido por el extraordinario trabajo de esta talentosa actriz dominicana.

    Desconocía el trabajo de Ramón Emilio Candelario, y no puedo sentirme más decepcionado hacia mi persona. Ramón con su extraordinario Manaury, es la piedra angular en este triangulo amoroso, es el eje central de Carpinteros. Con una fuerza impresionante no solo es lo mejor de la película, es sin dudas, una de las mejores interpretaciones dentro del cine dominicano, impregnando a su personaje de locura y furia impulsadas por los celos. Manaury es testarudo e intimidante, capaz de inculcar miedo en sus subordinados con una sola mirada. Y como si esto no fuera suficiente, usa fríamente la coerción física para convencerlos de que está en lo correcto, la perfecta representación de Otelo. 

    Cabral sabe que no podrá evitar los tópicos del subgénero en que se inscribe su película, pero los afronta con toda naturalidad, como si formaran parte de lo que nos rodea. De ahí que se ve obligado a que su película encuentre trozos de verdad entre los desechos de un formato narrativo clásico. José María utilizó un estilo semi-documental en la producción. Las cámaras mantienen la proyección limpia, mientras que en escenas de acción utilizan imágenes borrosas.

    Carpinteros juega muy bien sus cartas con el espectador, al que muchas veces situará ante dilemas morales que, por la situación presentada, no hay tiempo de analizar, obligándolo a seguir ese camino de elecciones "in extremis" a las que los protagonistas se enfrentan en cada momento. No es una pelí­cula de buenos y malos, es una pelí­cula sobre supervivencia, sobre lo complicado que resulta enamorarse en un infierno.

    Cabral y su habitual director de fotografía, Hernán Herrera, crean un universo de yuxtaposiciones visuales, tomas largas y de un extraordinario juego de luces. Las secuencias cuando el personaje de Jean esta “carpitenado” con Yanelly (acompañada de una muy buena edición de la mano del mismo director) presentan ambos contrastes: el flirteo necesita abundante luz, mientras que las sucias estrategias habitan en las tinieblas. La fantástica insistencia de presentar a sus personajes sudorosos y ansiosos por buscar aire es claramente trasladado al espectador, el cual se sentirá sofocado ante dicha angustiosa sensación de encierre. Herrera, no solo saca provecho a las pocas luces interiores de la prisión, si no que su cámara nos vuelve testigos (gracias a sus magníficos planos secuencia) de cómo los personajes evolucionan dada dichas circunstancias. El diseño de arte de Eumir Sánchez le aporta el sentimiento de precariedad en que los presos deben coexistir.

    Carpinteros peca por momentos en querer contar de más, algo que es usual en el cine de José María Cabral, pero que sin lugar a dudas dejará una marca en la cinematografía dominicana, no por sus premios, no por sus festivales, si no por su valentía y el enorme corazón de un equipo que disfruta lo que hace. Cabral y su equipo ya forman parte de lo mejor de una industria, de un camino a seguir, de un estándar, de una barra tan alta como su talento.


    (Fuente: Cocalecas.net)


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