El hijo del célebre escritor jalisciense Juan Rulfo, Juan Carlos Rulfo, había, hasta la fecha, realizado una serie de películas de fuerte carga autobiográfica. Llama la atención verlo hacer su propio balance de este recorrido: “La relación con mi padre fue como la de un padre con su hijo. No sé cómo sería con otras situaciones, pero la mía fue la de un padre que todos los días sale a trabajar para poder darle a mi madre el gasto de la quincena. Por otro lado, creativamente me dejó un gran mensaje; una especie de herencia que parece que todavía no ha sido entendida por parte de muchos de los que intentan usar su literatura como tema de inspiración. Y esa enseñanza tiene que ver con la capacidad de contemplar. De saber esperar para poder entender. Para mí toda su obra tiene que ver con tiempo y espera. Y es sobre este asunto que lo admiro cada vez más”.
Tiempo y espera: materiales inefables, sustancia metafísica con la cual se construye el sentido de En el hoyo, documental de largometraje que ha obtenido premios en un puñado de festivales, y que se ha convertido en el filme mexicano de este género más premiado en lo que va de década. La misma, refiere la monumental edificación del segundo nivel del periférico de Ciudad México, Distrito Federal, zona populosa por la cual transitan diariamente, se nos advierte en el mismo inicio, seis millones de autos.
Toda la película se alimenta de tales materiales; desde que la cámara se mete con los obreros en los cimientos de la nueva autopista hay una consistencia rara que ata el todo. Cuando escoge como sus personajes al Chaparro y a El Grande, constructores ambos, sobre el tono de su puesta pesan demasiado sus personalidades. Mas, sin hacer tábula rasa con tan carismáticos seres, En el hoyo empieza a erigir una trama polifónica en la cual irrumpen otras personas y sobre todo la ciudad.
Ahora son espectros quienes pueblan el relato, voces e imágenes dispersas que se fijan al cemento, el acero y el asfalto. La memoria inmaterial del titánico elevado comienza a habitar las imágenes de En el hoyo; hacen su entrada invocando su dimensión temporal, esa alimentada por una banda sonora hecha de sonidos industriales, de rugidos maquínicos, y de una música extraña que parece una extensión natural de la sonoridad urbana. Todo confiere a la película una atmósfera más bien irrespirable, árida, sobre cuya inhabitabilidad las voces de los hombres deja el único rastro humano que podemos encontrar en tan despiadado paisaje.
Fue revelador para mí escuchar a Juan Carlos Rulfo reconocer que la cámara de En el hoyo pasa de “entrevistadora a observadora” a medida que avanza el proceso de inmersión en la realidad que trataba. Todo ello consigue resumir el tempo y la sensibilidad particular del presente. Desde el localismo y la anécdota más común, Rulfo logra hacer un compendio del mundo que habitamos. No importa tanto el presuntamente imparcial punto de vista, como su elisión: la “cámara observadora” de Rulfo consigue meternos en el hoyo, treparnos a las altísimas pilastras de concreto y acero, nos echa en el rostro el smog y los tonos grisáceos de las catacumbas animadas del DF. Sin desviar su interés hacia uno u otro objetivo, el milagro de esta película es conseguir la difícil expresión de la vitalidad exaltada de la megaciudad, repleta de monumentos mudos, de obeliscos de memoria torva, y el latido humano de esas mismas estructuras sordas, haciendo coincidir la memoria inmaterial y la huella concreta de las subjetividades que edifican monolitos que los trascienden hacia el futuro. Esa mística de la memoria vista aquí emerge del manejo testimonial de vidas anónimas y la evidencia de las huellas que sobre las sociedades dejan los procesos económicos del presente.
Pero no hay ni gota de panfleto. Esa cualidad observacional no evita apuntes concluyentes ni elude solidaridades, pero tampoco hace del documental una exposición balanceada que legitima el autor con su autoridad positivista, que cifra la realidad con sentidos que su trabajo estético quiere ocultar. Más bien, Rulfo toma partido desde la inmanencia, a partir de señales no resumidas en valores materiales o significaciones exactas. La presentación, más que la representación, navega con buen viento para que el espectador consiga generar sus sentidos, que aquí apuntan a hacernos sentir el peso del presente en toda su desnudez y sin subrayados concluyentes.
La culminación de semejante trabajo de significación llega con ese plano secuencia magnífico del final, media docena de minutos de subjetiva aérea por sobre la vía en fase de terminación, ante el cual uno no puede sino sobrecogerse. Lo que la tarea moderna acostumbró a cifrar como la culminación de la grandeza humana, del esfuerzo del progreso depositado en la monumentaria, es revelada como el consumo ciego de vidas, voces, imágenes reales puestas al servicio de una falsa voluntad de poder. De manera que En el hoyo, próximo al trabajo con la edificación de la historicidad que transitaran obras anteriores del cine latinoamericano, como Suite Habana o la obra de Lisandro Alonso, se ubique en esa lista de documentales militantes y conscientes del tiempo que reflejan. Pienso en clásicos como Tire Die, de Fernando Birri, o La hora de los hornos, de Octavio Getino y Fernando Solanas. Pero esta nueva dirección ocupa la brecha de sentido que dejaran desguarnecidos los tratamientos partidistas que dejaban fuera el trabajo con lo metafísico, aquello que la obra de Nicolás Guillén Landrián, por ejemplo, tomó en cuenta sin desviarse un ápice de la voluntad militante de su cosmovisión artística.
Como afirma Rulfo en una entrevista, “sentí que tocaba el turno a mi tiempo; es decir, habíamos hablado de los tiempos del abuelo y del padre, ahora tocaba en cierta forma el turno del hijo: su espacio y su época. Las dos películas anteriores están basadas en los usos del lenguaje, del castellano. No importa qué se cuente, lo importante es la forma de decir. En el hoyo buscó lo mismo. El pretexto es la ciudad y su gente. (...) En conjunto todo mi trabajo refleja una forma de ver a la gente de mi país a la cual admiro enormemente. A veces siento que no me va alcanzar la vida para hacer todo lo que quisiera hacer sobre las distintas manifestaciones o posibles representaciones de sus actitudes”.