ARTÍCULO



  • 12 y 23
    Por Nicolás Ordóñez Carrillo


    El 20 de mayo de 2008 se cumplen diez años de la muerte de Santiago Álvarez, quizá el más importante y polémico documentalista cubano, “iconoclasta, enfático, honesto”, según lo define su colega Jorge Fuentes.

    A partir de la década del sesenta, con más de 50 años de edad, Santiago Álvarez empezó su carrera como documentalista, tras haber hecho alrededor de 500 emisiones del Noticiero ICAIC Latinoamericano a manera de escuela, entre crónicas y reportajes. Más adelante, realizó obras de la magnitud de Now (1964), LBJ (1968) o 79 Primaveras (1969). Se dedicó a retratar un país que, como dice Senobio Faget, Puri, jefe adjunto de la Cátedra de Documental de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, “había entrado en una desmesura colectiva, en continuo cambio y no solamente en un sentido político”.

    En homenaje a Santiago Álvarez, hace nueve años tiene lugar el único festival exclusivamente de documental que se realiza en Cuba. En días pasados clausuró la última edición del Festival Internacional Santiago Álvarez In Memoriam, donde, siguiendo muy de cerca las intensiones del documentalista, siguen premiándose obras donde tiene un peso importante la mirada crítica y el análisis social. Cuenta Lázara Herrera, actual directora del Festival y viuda de Santiago, que su esposo solía pararse en 12 y 23, y que decía al llegar a la casa: “siento que no me alcanzará el tiempo para contar todas las historias de vida que pasan frente a mis ojos y oídos”.

    Con el triunfo de la revolución, Santiago inventó su propia manera de hacer películas, renovando el documental de montaje, antecedente del actual videoclip, siempre anteponiendo una clara intención a cualquier método o idea preconcebida. “LBJ, por ejemplo, incorpora todo lo deleznable del videoclip, pero siempre a favor de su mensaje”, comenta Fuentes, y agrega: “Santiago Álvarez logró hacer de la propaganda política verdaderas obras maestras. De los panfletos hizo arte. Y todo, porque lo que perseguía era la honestidad con su mirada. Nunca pretendió una objetividad que, por lo demás, no creo exista”.

    En constante evolución, el documental se reinventa sin pausa. De los años 60 al día de hoy, son muchas las técnicas, enfoques, miradas, que han dado pie a la consecución de nuevas maneras narrativas. Sin embargo, explica Russell Porter, Decano de la Cátedra de Documental de la EICTV, “el papel del documentalista en este país, y en todo el mundo, por más que cambien las maneras, es convertirse en la memoria colectiva de la sociedad. Si no lo hacemos los documentalistas, nadie va a hacerlo”.

    “Yo soy una férrea defensora del documental —agrega Lázara Herrera— y pienso en la importancia de que los jóvenes se suban a este carro, carro en el que siempre estuvo Santiago, más por placer que por trabajo. Él murió y vivió por el documental”.

    Con los tremendos cambios ideológicos y tecnológicos que han hecho mutar las labores documentales en el mundo entero, y la forma en que se abordan los problemas o los temas (grandes y pequeños), es lógico encontrar hoy propuestas que en otros tiempos ni siquiera hubieran sido catalogadas como documentales. La extrema subjetividad, el mundo interior de los autores, expuestos con vehemencia, son matices que se han hecho sentir en los últimos años cuando se habla de un género nacido de la legendaria Nanook el esquimal, aunque su autor, Robert Flaherty, en 1922, ni siquiera pensara que estaba trabajando tal formato: se trataba de una ficción con bajo presupuesto, por lo tanto empleaba actores naturales.

    Recién finalizada la novena edición del Festival de Documental santiaguero, queda en el aire una sensación de reactivación. Fueron proyectadas 27 obras, entre las cuales participó un variado repertorio de países. “Desde los prodigiosos años sesenta del documental en Cuba, este género no tenía un momento de tanta producción y calidad”, afirma Puri, quien asistió al encuentro entre el 6 y el 11 de marzo, y participó como jurado del Premio que otorga la EICTV cada año a jóvenes talentos. Este año el Premio fue conquistado por la cubana Lenia Tejera León con el documental Variaciones de la primavera. Fueron también galardonadas obras de Estados Unidos, México, Brasil e Italia. El gran premio se lo llevó Un poquito de tanta verdad, obra mitad mexicana, mitad estadounidense, dirigida por Hill Irene Freidberg, mientras que la alumna colombiana de la EICTV, Nazly López, se alzó con el Premio al colectivo joven y el Premio de la Casa del Caribe, por Puchavida, recientemente premiado en la Muestra de jóvenes realizadores. “Al ser el único Festival dedicado exclusivamente al documental —asegura Faget— es una arena de la mayor importancia para los estudiantes interesados en poner a prueba sus creaciones, en un ámbito extraño, dentro del mismo país que les está proporcionando las herramientas para la construcción artística y la representación de la realidad”.

    Como quizá hubiera querido Santiago Álvarez, existe hoy esta invaluable oportunidad para los jóvenes que pretenden implantar miradas sobre una realidad a veces demasiado ruidosa. El espacio, la pantalla que queda abierta en nombre suyo, es una rampa de despegue a la que no le faltan elementos dignos de ser registrados hoy en Cuba. Bien lo explica Russell Porter, hablando del también importantísimo momento de los años 60: “Para mí la importancia de la obra de Santiago, consiste en que él creó un movimiento para registrar cambios muy importantes en toda la historia de Cuba. Igualmente, en este momento, estamos pasando por una serie de evoluciones en el mundo entero, pero más específicamente en Cuba. Está cambiando todos los días el asunto, pero no va a tener el impacto poderoso que tuvo la Revolución literalmente, que fueron una serie de golpes fuertes en el conciente y en la estructura mental del país”.

    Qué mejor época para salir a las calles, para armarse de ojos y orejas. Época de cambios, divergencias, época cuando no existen certezas ni predicciones. Época como aquella, mayo del ’68, que por estos días cumple 40 años, momento mítico que no escaparía a múltiples visiones cinematográficas, entre ellas la reciente The Dreamers, de Bertolucci, o más atrás, La Chinoise, de Godard, tiempo de manifestaciones pop como la muy conocida Street Fighting Man de los Rolling Stones… en fin, otra manera de documentar, de abrir ojos y orejas como hacía Santiago en 12 y 23.



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