Premiada en festivales como los de San Sebastián, Chicago, La Habana y Palm Springs, esta película de la directora colombiana de Antes del fuego aúna denuncia social y confesión personal a través de una historia de venganza que resulta heredera del cine de Víctor Gaviria y la literatura de Fernando Vallejo.
La colombiana Laura Mora clausura Matar a Jesús con una dedicatoria a su padre. Toda la película gira en torno a su memoria: un hombre asesinado por un sicario por defender sus ideas. Lo mismo ocurre en la película: la protagonista, una joven estudiante de Bellas Artes, apasionada de la fotografía, es testigo del asesinato a balazo limpio de su padre, un profesor de la Universidad siempre dispuesto a decir la verdad, en una calle de un barrio residencial de Medellín. Aunque la cineasta no ha querido desvelar hasta qué punto la trama y la realidad corren en paralelo, convergen o se separan radicalmente, el caso es que aquí la chica decide, ante la ineptitud de la Policía y el Poder Judicial, tomarse la venganza por su cuenta.
Mora entrega así una película que tiene mucho de denuncia, así como de confesión sentimental, pero por encima de todo plantea un interesante debate moral a raíz de la relación que se establece entre el asesino y la hija de su víctima. Una relación que habla de los orígenes de la violencia y de cómo la sociedad va plantando semillas para que esta surja entre las clases más humildes. Mora compitió en la sección de Nuevos Realizadores del Festival de San Sebastián con su segunda película. Antes había rodado el telefilm Antes del fuego (2015), sobre el asalto al Palacio de Justicia de Colombia, un hecho que cambió la historia de su país de una manera definitiva; y también había codirigido, junto a Carlos Moreno, la serie Escobar, el patrón del mal, que produjo la televisión de su país. Con Matar a Jesús, la cineasta sigue acometiendo retratos socio-políticos colombianos, aunque esta vez se sumerge en los bajos fondos urbanos y también humanos.
La propia directora citó como una referencia crucial el estilo neorrealista de Víctor Gaviria, y la sombra de La vendedora de rosas (1998) y, sobre todo, Rodrigo D. No futuro están muy presentes en el film, al igual que la literatura de Fernando Vallejo, en especial su novela La virgen de los sicarios, que retrata los ambientes marginales con la misma aspiración casi documental que lo hace esta película.
Construida alrededor de la tensa dinámica que se establece entre los dos protagonistas, Matar a Jesús plantea numerosas preguntas en torno al acto de la venganza, para acabar hablando de redención, pena y culpa. Así, una película en principio muy terrenal, aferrada a la realidad, y que retrata situaciones cotidianas del día a día de la parte más violenta (y sin control) de Medellín se desplaza brillantemente hacia el drama interno, va adquiriendo un tono asfixiante y tenso, además de ofrecer una postal nada condescendiente de una realidad social. Una foto perfectamente definida que lleva la firma de esa joven protagonista que nunca se separa de su cámara y que quiere vengar la memoria de su padre.