CRÍTICA



  • Sangre Blanca, todo en familia
    Por Martín Chiavarino


    Sangre Blanca (2018), el segundo largometraje de la realizadora argentina Bárbara Sarasola-Day, narra la angustia de una joven ante la muerte súbita de su compañero de viaje en uno de los pasos fronterizos entre Argentina y Bolivia debido a la ruptura de una de las cápsulas de cocaína que transportaba en su estómago.

    Cuando Manuel, el novio de turno con el que viajaba por Bolivia muere, Martina (Eva de Dominici) llama a su padre biológico, al que no conoce, para que la ayude a deshacerse del cuerpo y sacar las capsulas de cocaína que los narcotraficantes que los convencieron de pasar por la frontera le reclaman. La obra construye su narración a partir de la desesperación de los protagonistas ante una situación que los lleva al límite, demostrando la verdadera naturaleza cruel y calculadora del ser humano. Mientras que Martina, reconociendo sus limitaciones, busca utilizar a todos en una actitud que oscila entre la premeditación sociópata y la impotencia desesperada, su padre busca evadir el problema y resolver la situación a la brevedad para retornar con su familia rápidamente y no volver a ver nunca más a su hija. Ambos representan los polos opuestos de una relación familiar insostenible pero que por el bien de ambos debe llegar a buen puerto, al menos hasta que resuelvan su dilema.

    La narración se construye sobre los puntos ciegos del pasado de ambos personajes, el abandono del padre, interpretado por Alejandro Awada, y la imagen ficticia que Martina se ha creado de él a partir de las reveladoras historias de su abuela. Este abandono marca una distancia insondable entre ellos, creando una situación tensa pero a la vez familiar entre padre e hija en una trama sórdida sobre el narcotráfico y la muerte. En varias escenas ambos intérpretes logran una dureza manifiesta que manejan con gran habilidad y profesionalismo generando un gran efecto realista. Eva de Dominici y Alejandro Awada realizan aquí una gran labor actoral interpretando a dos personajes cuyos anhelos se encuentran enfrentados. Entre ambos sostienen un film sobre un tema tan crudo y delicado como la utilización de turistas para el tráfico de drogas entre países latinoamericanos, que expone las estrategias de los carteles para transferir todo el riesgo a las mulas. Secundados por Sergio Prina, Dominici y Awada crean una relación imposible entre ellos, destinada a destruir sus vidas si alguien los descubre. La banda sonora de Santiago Pedroncini aporta al clima angustiante de la propuesta una música de arreglos minimalistas y desgarradores de guitarra que acompañan la desesperación de los protagonistas.

    Con un guión descarnado, Sangre Blanca construye aquí una visión muy sombría sobre los atajos de una clase media en crisis para conseguir dinero y escapar de su condición, los peligros que acechan a los mochileros ingenuos que vagan por Latinoamérica con sus sueños sin fronteras y las consecuencias del abandono de los padres. La realizadora de Deshora (2013) consigue retratar el hundimiento de unos personajes atrapados por sus malas decisiones y decididos a continuar con un derrotero infame que los conduce al borde del abismo.


    (Fuente: metacultura.com.ar)


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