CRÍTICA



  • La Fiera y la Fiesta, dentro de un clima semi onírico
    Por Matías Seoane


    Dentro de un clima semi onírico, La Fiera y la Fiesta habla del hacer una película, del envejecer frente a una nueva generación que resulta inentendible para este grupo de artistas veteranos enfrentando su último proyecto juntos.
    Bestias Sagradas

    Como homenaje a su viejo amigo con quien supieron compartir proyectos en los setenta, Vera (Geraldine Chaplin) está decidida a producir la película que dejaron inconclusa hace décadas, antes de que él decidiera instalarse definitivamente en República Dominicana donde eventualmente lo encontró la muerte.

    Ella supo ser una actriz de fama en su juventud, pero emprende su primer desafío como directora para rodar el ficticio guión póstumo del director Jean-Louis Jorge. Viaja a Centroamérica con la esperanza de que el resto de sus amigos de aquellos años se le unan en el proyecto, el que sabe será el último para ella.

    A lo ya de por sí ambicioso del proyecto se le suman otras dificultades extras, porque además de las diferencias creativas, en el medio hay viejos rencores y secretos que tienen su cuña puesta entre ellos. Aunque ni recuerdan por qué se distanciaron hace décadas, Vera se esfuerza por mantener encaminado el proyecto mientras revive con cierta amargura sus épocas de gloria, donde cada noche era una fiesta diferente, consciente de que ya están bastante lejanas y ahora son terreno de una nueva generación que no comparte sus mismos valores ni intereses.

    Además de ir cambiando de tonos a lo largo de su metraje, La Fiera y la Fiesta es bastante autoconsciente de la mezcla de ficción y realidad que hace, al tomar un director real para meterlo en una historia que rescate el espíritu de su obra sin recurrir explícitamente a ella.

    En su primera parte, trata con ironía las luchas de ego que existen entre los distintos miembros de un equipo de filmación, burlándose un poco de cada cual a medida que Vera va descubriendo los problemas con los que deberá enfrentarse si quiere cumplir con su sueño. En simultáneo muestra el ánimo sombrío de su protagonista, constantemente asaltada por fantasmas del pasado a los que ve materializarse para interferir con sus designios, a la vez que mira con desprecio la algarabía superficial de los más jóvenes, a quienes seguramente ve indignos de comparar con su propia juventud marcada por el arte.

    La Fiera y la Fiesta

    Poco a poco la fantasía y lo onírico ganan terreno, desplazando al realismo sin que a nadie le parezca extraño. Los componentes sobrenaturales se insinúan y no se explican, así como todos esos secretos del pasado de Vera y su equipo de los que nadie quiere hablar aunque sea claro que los siguen atormentando.

    El elenco logra un buen balance al mostrar como serio algo que no lo es, tomando con naturalidad situaciones que deberían espantarlos o confundirlos en una película de tono más realista. Vera es al mismo tiempo joven y vieja con un simple cambio de postura, alguien que se mueve con la misma naturalidad en una fiesta llena de desconocidos que en la deprimente soledad de un vaso de licor para el desayuno. Aunque exacerbados, no siempre con la misma sutileza, el resto del elenco se mueve por el mismo espectro dejando siempre la sensación de estar ocultando algo, de haber contado un secreto un segundo antes de entrar en plano.

    Aprovechando el entorno natural Dominicano para muchas de sus escenas,  La Fiera y la Fiesta es de esas películas donde la belleza visual es más importante que la solidez narrativa, permitiéndose dejar indefinidas algunas cosas con tal de poder mostrarla de una forma más interesante. Puede resultar frustrante para quien espera que todas las preguntas reciban una respuesta explícita, pero mucho de lo mostrado deja la sensación de que aunque no lo entendamos, significa algo. Y por más que deje más dudas que certezas, es disfrutable incluso en esa indefinición.


    (Fuente: altapeli.com)


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