CRÍTICA



  • Nido de mantis, devoción de los adversarios

    Arturo Sotto está entre nuestros cineastas más talentosos y versátiles, suele escribir el guion de los filmes que dirige. Así lo hizo en su obra más reciente, Nido de Mantis, una película policiaca, romántica y de fuerte componente reflexivo en torno a la historia de Cuba. Se encargaron de la producción no solo el ICAIC, sino también Ítaca Films (México) y Cottos Producciones S.R.L. (República Dominicana), en colaboración con el Programa Ibermedia.

    Así, entre reminiscencias y alegorías a lo que hemos sido, se observan momentos particularmente grávidos de la historia reciente. La trama inicia en los años noventa, pero muestra momentos del triunfo de la Revolución, los años setenta, el éxodo de Mariel en los ochenta y otros muchos acontecimientos que incluyen homenajes expeditos a los personajes y situaciones de Memorias del subdesarrollo o El brigadista.

    Nido de mantis llega a las principales salas de estreno después de haber ganado un Premio Especial del Jurado, compartido, en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, luego del aplauso de muchos espectadores y del vapuleo, desmedido de algunos críticos cubanos que le reprochan la extrema sujeción a lo narrativo o la impostura del intergénero, como si fuera un pecado imperdonable contar una historia que apela al espectador por diversos cauces genéricos.

    Si bien pudiera pensarse que estamos hablando de un filme histórico, el reciente estreno del ICAIC cuenta la historia de un crimen, habla sobre un trágico triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer en un pequeño batey azucarero que transcurre desde los años sesenta hasta los noventa.

    El idealismo acosado por la intolerancia, los amores o el erotismo frustrados por la presión de la historia o de las circunstancias, la colisión entre ilusiones y realidad, constituyen temas centrales en la filmografía de Arturo Sotto, a juzgar por las anteriores: Amor vertical (1996), La noche de los inocentes (2007), Boccaccerías habaneras (2014), en las cuales predominaba también el énfasis autoral de mano con la farsa, el tono satírico o burlesco próximo a situaciones típicas del cine criminal o del melodrama. Similares estrategias temáticas y formales asume el director y guionista en Nido de mantis, uno de sus filmes más ambiciosos y por lo tanto difíciles de juzgar, en tanto desborda la supuesta capacidad del crítico más hábil para evaluar las esencias de la obra con un puñado de frases significativas o ingeniosas.

    Beneficiada por un eminente trabajo de fotografía a cargo de Ernesto Calzado (expresivas angulaciones y encuadres, iluminación en función sicológica, virtuoso empleo del blanco y negro), el aporte de la dirección de arte (Carlos Urdanivia) y el diseño de vestuario (Vladimir Cuenca), Nido de mantis logra que el espectador transite, críticamente, por tres o cuatro décadas de historia de Cuba. Al mismo tiempo, asume estilos representacionales tan diversos como la pieza trágica de autor (con sus exclusivismos temáticos y formales) y las agendas genéricas del policiaco, por ejemplo, para representar las distintas épocas y el absurdo de una historia de amor tripartita sostenida a lo largo de muchos años.

    Pocas películas cubanas recientes, producidas por el ICAIC, contienen una celebración tan elocuente de las posibilidades artísticas del cine como Nido de mantis: cuya narrativa y visualidad a veces se embrolla entre tan altas pretensiones y el empeño por combinar los buenos momentos líricos o simbólicos con los homenajes a las mejores tradiciones realistas del cine cubano.

    De tanto tratar de abarcar, resultan perfiles sicológicos tambaleantes o imprecisos en varios personajes (sobre todo de la etapa “contemporánea”), se acumulan y subrayan situaciones que poco aportan a lo que ya sabemos o colegimos, y a las obviedades narrativas se le añade un cierto barroquismo, marca de fábrica de Arturo Sotto, que puede aludir en una misma escena, a García Márquez y a Andrzej Wajda, a las situaciones un tanto burdas de la comedia italiana erótica junto con destellos del cine de autor europeo más elevado intelectualmente. En algunos momentos la voluntad de pastiche triunfa, pero en otros instantes se sobreestima la capacidad del espectador para digerir la visionaria excitación del cineasta y del equipo técnico-artístico que decidió acompañarlo.

    Lo escribí antes y lo repito ahora: Me encanta el cariñoso homenaje a El brigadista que interpretan Armando Miguel Gómez y Patricio Wood, el primero enviado como alfabetizador al batey azucarero donde vive la muchacha que él amaba desde niño, y el segundo en el papel del padre de la muchacha, y por lo tanto caracterizado igual que su padre, Salvador Wood en el filme mencionado. El momento es gracioso y permite al espectador cubano establecer una rica complicidad con el cine de la Isla. Menos logradas me parecen las alusiones a Tomás Gutiérrez Alea, Memorias del subdesarrollo y Los sobrevivientes, pues se distribuyen entre los dos protagonistas y por lo tanto pierden fuerza e intención: uno de ellos se llama Tomás y trabaja en el ICAIC de los años sesenta, el otro (interpretado con adecuada contención por Caleb Casas) es un burgués hipercrítico con la Revolución, lo cual remite, por gusto y para nada, al clásico Sergio de la película mencionada.

    También me pareció muy notable el momento en que los los tres protagonistas parecen perdidos, vistos en una toma cenital por las guardarrayas, en un cañaveral de 1970, el año de la Zafra de los Diez Millones. Ella está embarazada y a término, pero sigue cortando caña. Se provoca una trifulca entre los dos machos competidores, por razones tan traídas por los pelos como un disco de los Beatles, y la protagonista pareciera que va a parir entre las cañas, los macheteros corren enloquecidos con ella cargada, hasta que pare allí mismo, y por supuesto se llamará Azúcar la hija del trío malavenido, dos hombres que aman a una mujer hasta el punto de hacerle la vida completamente imposible.

    La fuerza de la historia de esta mujer llamada Elena y de sus dos amantes, uno integrado y el otro disidente, y el poder de convicción de los tres intérpretes que la encarnan (Yara Massiel, Armando Miguel Gómez y Caleb Casas) se ve menguada por el tratamiento más desvaído e impreciso de los personajes encargados a Yadier Fernández y Claudia Álvarez que parecen desfilar por una película que no es suya, y nunca lo será. Mención especial, porque la gana en buena lid, y el crítico nunca debiera cansarse de reconocer el talento, al secundario de Luis Alberto García. Su personaje está tejido con los hilos de la honestidad y el compromiso.

    Excesiva y abrumadora, tal vez, pero nunca lamentable ni mucho menos carente de inspiración o sentido como aseguran algunos colegas. Nido de mantis es una película polémica, sofisticada, que juega con los subtextos realistas para desmarcarse de lo verosímil y de esa manera trenzar una metáfora sobre la historia y sobre algunos cubanos que viven odiándose a causa de las divergencias, y practican la violencia y la exclusión, incluso cuando todos estamos poseídos por una única e idéntica devoción.

    Resumen por: Joel del Río

    (Fuente: La Jiribilla)


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