Intimidades de Shakespeare, con Guión y dirección deYulene Olaizola, fue  la opera prima gran revelación de la reciente edición del FICCO (premio del público, premio FIPRESCI de la crítica internacional y premio Kodak al mejor documental mexicano) y la verdad es que merece no sólo esos tres sino todos los galardones que seguramente ganará en el resto de su muy larga carrera por festivales.

Esta extraña mezcla entre Tarnation, de Jonathan Caouette; y Santiago, de Joâo Moreira Salles, es no sólo un gran documental sobre un caso decididamente perturbador narrado por un personaje irresistible sino que resulta por momentos también una comedia negra buñueliana, un thriller lleno de suspenso y sorpresas, y una gran historia de amor.

Rosita, la querible abuela de la directora, cuenta a cámara el caso de Jorge Riosse, una suerte de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde que vivió durante ocho años en la casa de huéspedes que ella regentea desde hace más de tres décadas en la esquina de las calles Shakespeare y Víctor Hugo, en pleno DF mexicano.

El veinteañero Jorge llegó a esa casona a mediados de los años 80 y pronto se ganó la simpatía de Rosita y de su fiel ayudante Flor, que se vieron seducidas por la simpatía y el talento del amable huésped, que se quedaría allí hasta su trágica muerte, en 1993.

Lo que ambas mujeres no sabían es que este artista autodidacta y multifacético (se ven sus cuadros, se leen sus textos, se escuchan sus grabaciones musicales), que había aprendido solo a tocar la guitarra, a pintar y a hablar y escribir en francés y en inglés, era también de madrugada un taxi-boy y un travesti que finalmente se convertiría en uno de los asesinos seriales más buscados en la historia policial mexicana.

Cómo un niño de la calle se convirtió en un gay culto y refinado para luego transformarse en un ser esquizofrénico, en un violador e implacable estrangulador de mujeres es el eje de este extraordinario film narrado con un enorme talento por la directora, que expone una gran capacidad de observación para exprimir cada uno de los testimonios, de las fascinantes anécdotas que le regala su abuela.

No hay aquí ningún alarde técnico (mucha cámara en mano, sonido directo, algunos pasajes musicales, fotos y grabaciones), pero sí una enorme sensibilidad, capacidad para escuchar y solvencia para dosificar la información y construir el suspenso. Estamos ante un documental sencillo y austero en su factura, pero fascinante, rico y estremecedor en sus 83 minutos. Una historia llena de matices, de misterios y de profundidad psicológica. Una pequeña obra maestra que se suma a la ya rica relación que el BAFICI mantiene con el género documental.