En películas como Madame Sata (2002), Viajo porque debo, vuelvo porque te amo (2009) y Playa de futuro (2014), el brasileño Karim Aïnouz ha demostrado ser un director más proclive a narrar a través de imágenes y tonos que a ajustarse a líneas narrativas férreas. En su nueva película, eso sí, combina ambas estrategias, mostrándose fiel al espíritu intensamente literario de la novela homónima en la que se basa sin renunciar a su querencia al lirismo visual y lo onírico. Por un lado, la historia de dos hermanas separadas por los miedos y los prejuicios de la sociedad patriarcal es vehiculada a través de una avasalladora serie de cartas -enviadas por parte de ambas pero nunca entregadas- leídas en forma de voz 'en off' a lo largo de la película; por otro, entretanto Aïnouz enfatiza la tragedia que sus protagonistas viven echando mano de excesos de música y color que nos empujan al centro de hondas corrientes emocionales.
La situación que La vida invisible de Eurídice Gusmao plantea es puramente melodramática, y por tanto podría haber caído fácilmente en los clichés comúnmente asociados al género. En lugar de eso, Aïnouz dota a sus personajes de sorprendente profundidad psicológica, y los hace transitar por un universo que exuda melancolía pero en el que también caben momentos de gozo.
En última instancia, de hecho, la película funciona a modo de celebración, tanto de la fortaleza y la solidaridad de la que las mujeres son capaces frente a la opresión y la manipulación masculinas como de los vínculos familiares que creamos como remedio a aquellos que nos fueron impuestos.