CRÍTICA



  • Sin señas particulares, una ópera prima soberbia
    Por Borja González Lorente


    El imaginario colectivo en torno a la idea de la frontera entre Estados Unidos y México varía en cada uno de los países. Mientras los primeros piensan en ella como escenario para el narcotráfico, la puerta de entrada para migrantes ilegales o lugar sin ley donde cometer cualquier tipo de delitos; los segundos la consideran el acceso al primer mundo. La frontera juega una función de límite entre lo legal y lo ilegal para los estadounidenses y de escollo en el que jugarse la vida por un futuro mejor para los mexicanos. La visión del cine sobre la frontera ha seguido este patrón, películas como Sicario (Denis Villeneuve, 2015), Traffic (Steven Soderbergh, 2000) o Salvajes (Oliver Stone, 2012) refuerzan la idea de que México es lugar para bandidos y narcotraficantes, donde corrupción y pobreza van de la mano. Desde el punto de vista mexicano, películas como Desierto (Jonás Cuarón, 2015) o Sin nombre (Cary Joji Fukunaga, 2009) ahondan en la idea de que la frontera es una barrera peligrosa. Aunque no todo el cine ha mantenido la misma norma, una excepción puede ser Sed de Mal (Orson Welles, 1958), o valiéndose de un significado metafórico, Babel (Alejandro González Iñárritu, 2006).

    Sea recreando ese patrón extensamente difundido o saliéndose del mismo, el cine fronterizo recrea una atmosfera de parajes desérticos y deshumanizados donde las marcas de la civilización son anecdóticas en un terreno castigado por un duro sol y una noche cerrada. A uno de estos territorios va a parar Magdalena, la protagonista de Sin señas particulares (Fernanda Valadez, México), siguiendo el rastro de su hijo que decidió migrar a Estados Unidos y del que no sabe nada desde su partida hace dos meses. Durante su búsqueda, Magdalena se enfrenta a la burocracia mexicana, que desea que firme el parte de defunción de su hijo sin haber encontrado el cuerpo, y a la desidia de una empresa de autobuses que quiere disuadirla para que deje de investigar. En su persistencia recibe la ayuda de Miguel, un migrante recientemente deportado, que retorna a su pueblo después de una década.

    Sin señas particulares aúna dos vertientes del cine latinoamericano: la búsqueda de un desaparecido y el cine fronterizo. Si bien el contexto es contemporáneo y desvinculado al terrorismo de estado del pasado reciente, la película de Valadez maneja los mismos códigos que la búsqueda de un desaparecido: lucha contra la administración, obstaculización de diferentes agentes, el desamparo y la persistencia. Por otro lado, la película se sirve de las características del cine fronterizo para unir las dos visiones: frontera como límite de la legalidad y frontera como obstáculo.

    Alejada de la acción y el morbo, Sin señas particulares es una película donde el silencio potencia la imagen para profundizar en el dolor de su protagonista. En una de las conversaciones entre Magdalena y Miguel, él le dice: “por la espalda todos nos parecemos”, toda una declaración de intenciones que alumbra la sensibilidad de la obra y que es consecuente con su puesta en escena: Valadez solo muestra la espalda del hijo de Magdalena antes de partir. La misma idea es ejecutada en el clímax de la película con una edición que permite fusionar lo metafórico con lo real, —la idea del mal con el sufrimiento de Magdalena—. Sin señas particulares es una ópera prima soberbia, Valadez se apoya en el cine contemporáneo para aflorar con voz propia, en una película que modula la intensidad para estallar en su clímax final.

    (Fuente: Revistamutaciones.com)


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