CRÍTICA



  • Kamchatka: nadie quedará indiferente
    Por Yvonne Yolis


    Kamchatka, un sitio remoto, desconocido, ubicado en algún lugar del mapa: el lugar preciso "desde donde resistir" para ganar en el juego bélico de mesa TEG. Resistir es también la estrategia que ponen en práctica en la vida los protagonistas del nuevo film de Marcelo Piñeyro. Transcurre el año 1976 y la Argentina ya está sumida en plena dictadura militar; socios, amigos y vecinos son desaparecidos y cualquiera puede ser el próximo en ser llevado para no volver. Lejos de ser una película política o panfletaria, Kamchatka toma este contexto como punto de partida de una trama que se centra en la vida cotidiana de una familia que se siente amenazada y decide esconderse. Sin demasiados preámbulos y explicaciones, ni motivos declarados, madre (Cecilia Roth), padre (Ricardo Darín) y sus dos pequeños hijos parten hacia una quinta en algún rincón de Buenos Aires.

    De principio a fin, el relato está construído desde el punto de vista del mayor de los hermanos (Matías, de diez años); es su voz en off la que narra situaciones y revela pensamientos. Hechos históricos y referencias concretas a la realidad argentina quedan en segundo plano para dar paso a la mirada del chico, a su aprendizaje a través de los juegos y la lectura, a su percepción de un momento doloroso que es el umbral hacia la madurez. En la nueva casa, dejando de lado las pertenencias, el colegio y los amigos, los integrantes de la familia deben borrar su pasado, sus profesiones... y hasta sus nombres. El juego TEG, la serie de televisión "Los invasores" y un libro sobre las hazañas del famoso escapista Houddini son metáforas bastante evidentes de lo que les está ocurriendo y de lo que vendrá. Así, padre e hijo toman los nombres de David Vicente (por David Vincent, de "Los invasores") y Harry (por Houddini). "Invasores" son los militares que secuestraron al socio de Darín (como él, abogado), y podrían serlo los extraños como Lucas (Tomás Fonzi), que llega a la quinta también huyendo. Escapismo (y no magia, aclara puntualmente Matías/Harry) es lo que emprenden a la fuerza estos padres para preservar a sus hijos. A través del amor, de la música, del humor, de pequeñas enseñanzas que servirán en caso de una emergencia y para la vida, esta familia construye lazos entrañables que son el mayor acierto del film. También Harry, empeñado en ser como su ídolo, pone en marcha un plan de escape para viajar al centro y ver a su querido amigo Bertucho, a quien no quiere olvidar a pesar de las circunstancias que los separan. El "escape final" será el más doloroso y dramático para todos. Kamchatka es entonces la palabra clave. Y, al margen de los altibajos del film, a esta altura el espectador tampoco quedará indiferente.

    Las referencias a la salvaje dictadura que rige los destinos del país son muy pocas una vez que la familia se instala en la quinta. Alguno que otro dato se cuela a través del televisor y, más allá de los trabajos de la pareja (padre abogado, madre científica), desconocemos cuáles son sus actividades, adónde se dirigen cada vez que salen y por qué están donde están. "El afuera" pasa a ser un fuera de campo que funciona sólo como disparador, como amenaza constante. El personaje de Lucas también aporta información al pequeño Harry, quien intenta descifrar algo del presente de su nuevo amigo, pero es sancionado con la frase "pregunta incorrecta" cada vez que se involucra demasiado. Hay equilibrio entre el dramatismo y el humor en el tono del film y cierta tensión que indica que en cualquier momento puede presentarse lo peor. De todas maneras –y para bien del relato– no hay golpes bajos en Kamchatka y cuando "lo malo" tiene que ocurrir, sucede fuera de los ojos del narrador (el chico) y, por ende, también del espectador.

    Kamchatka comparte con Plata quemada, la anterior película de Marcelo Piñeyro, al guionista Marcelo Figueras; un par de escenas musicales en las que los personajes bailan, como las que protagonizaba Pablo Echarri; algunos momentos en los que el ritmo decae; y la presencia de Héctor Alterio, también protagonista de Caballos salvajes y Cenizas del paraíso, e ícono del cine coproducido con España (como en este caso). Pero Kamchatka toma suficiente distancia de la fallida adaptación de la novela de Ricardo Piglia como para convertirse en un film mucho más atractivo y conmovedor. Situado en un terreno intimista y centrado en los vínculos familiares, Kamchatka logra la identificación del espectador gracias a la buena química entre los integrantes de la casa y a las actuaciones de los grandes (Darín, Roth, Fonzi) y los pequeños (Matías del Pozo y Milton de la Canal). Pero son estos últimos quienes se llevan todos los aplausos.

     


    (Fuente: cineismo.com)


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