CRÍTICA



  • México lindo y querido (pero menos)
    Por Alberto Fijo


    Dicen que la vida es muy dura en México D.F. No es la primera vez, que un amigo sudamericano se me lamenta de lo poco y mal que la mayoría de españoles conocemos la realidad social hispanoamericana.

    Amores perros, premio de la Crítica en Cannes y reciente candidata al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, presenta una cara -y no precisamente la más agradable- de la caótica ciudad de México D.F., una de las más densamente pobladas del planeta, con cerca de 20 millones de habitantes que mastican altísimos niveles de contaminación atmosférica. La otra contaminación, la social, va pareja con la primera: México D.F. es una de las ciudades más inseguras y corruptas del planeta. Durante 71 años, y bajo la apariencia de una democracia, México ha sido el inmenso cortijo del todopoderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) que ha manejado el país a su antojo, mientras crecían las atroces diferencias sociales.

    Alejandro González Iñárritu, tiene 37 años y es bien conocido en México, gracias a su trayectoria en radio musical, televisión y publicidad. Admirador de Wong Kar-Wai y Lars Von Trier, se confiesa impactado por el experimento narrativo que Paul Auster y Wayne Wang desarrollaron en Smoke y Blue in the face, películas con las que Amores perros comparte cocina narrativa (sobre todo en el uso argumental de un hecho fortuito que sirve para relacionar personajes que no comparten barrio pero sí ciudad).

    Para fijar la versión definitiva del guión, Iñárritu y el novelista Guillermo Arriaga dicen haber escrito 16 versiones, en tres años de ajustes. Un dato verosímil, si se atiende al infrecuente poder de sugerencia, a la hondura y densidad antropológicas de la primera película de Iñárritu.

    Con temas nada complacientes (marginalidad, delincuencia, corrupción, pobreza, paro, soborno, crimen a sueldo, promiscuidad sexual) el soberbio guión de Arriaga no se atasca y circula con fluidez, gracias a la frescura de la concepción fílmica de Iñárritu, que permite un ritmo opresivo y, a la vez muy suelto y vigoroso. La película tiene una factura visual impactante, tributaria de la audacia de la planificación, del montaje y de la dirección artística. Muy curioso es el uso en el laboratorio, de tintura de plata en el negativo, que "mata" la luz ambiental creando una atmósfera desasosegante.

    El trabajo de los actores (Goya Toledo inclusive) está a tono con el referido vigor técnico. Estamos tan acostumbrados a la artificialidad del doblaje, que nuestros oídos agradecen la naturalidad de unos diálogos salpicados de giros y dejes, que meten mucha intensidad al clima de violencia marginal. La dirección artística de las secuencias en los garitos de apuestas ilegales, donde los perros pelean, logra retratar el ambiente de sordidez.

    Estamos ante una película tremendamente descarnada, brutal y desagradable. La miseria moral y material de las tres historias entrelazadas que cuenta Iñárritu duele si no se contempla como un espectáculo. Iñárritu opta por no convertir en carne de reality show los patéticos esfuerzos de los personajes (el Chivo, Octavio y Valeria) por recomponer sus vidas, por salir del vertedero para encontrar una felicidad que se presenta carísima. En ese sentido, hay que agradecer al director su capacidad de no ser frívolo o superficial, aunque sí cabe el reproche ante la demora innecesariamente morbosa y naturalista en varias escenas de violencia y sexo, quizás buscando la ilustración de la brutalidad que comparten los perros y sus dueños cuando se da rienda suelta al instinto.

    En España, algún crítico ha arremetido contra el pretendido moralismo de Amores perros, especialmente en su desenlace. Vaya usted a saber que entienden algunos por moralismo. Quizás esos airados y pedantes paladines del exabrupto cínico y ácrata -que también criticaron el final de Traffic- pretendan un final por derribo, donde se pise el cuello a todo lo que se parezca a la esperanza. Otros han encontrado en la película y en las declaraciones de Iñárritu una cierta profundidad de mirada, un cierto ansía de redención, una voluntad generosa de no quedarse en el mero chapoteo en los posos de la miseria.


    (Fuente: filasiete.com)


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