CRÍTICA



  • Ojos de Arena, un thriller poético
    Por Florencia Fico


    La película “Ojos de arena” dirigida por Alejandra Marino, aborda un tema complejo la desaparición de niños; con toques de misterio, dramas introspectivos y alarmas sobre casos de redes de prostitución de menores o trata. 

    El argumento de la película se centra en las figuras de Carla (Paula Carruega) y Gustavo (Joaquín Ferrucci)  quienes se encuentran separados desde que Carla, psicóloga forense, perdió a su hijo en el momento que estaba asistiendo a una joven capturada por la trata donde el denunciado es Salinas (Pablo Razuk). La fotografía de una chica pequeña perdida a pocos días luego de la desaparición de su hijo puede ser una pista y se reúne con Gustavo para seguirla. Van a la casona de Inés(Ana Celentano) y Horacio (Manuel Callau), papás de la chica. Una vidente Graciela(Victoria Carreras) circula por la zona queriendo hallar a su nieta secuestrada y descree de Horacio.

    La dirección de Alejandra Marino se desplaza en un thriller dramático con giros poéticos, metafóricos y consigue una mirada desenmascarada de la trata de personas. La ignorancia inoperante del Estado en los casos de desaparición de personas y las consecuencias psicológicas, económicas y vinculares en las familias. Un registro que sigue la impronta de Marino cuando enlaza historias y problemáticas como lo hizo en: El sexo de las madres(2012) y Hacer la vida(2020). Ese sello de Marino cuenta inevitablemente con lazos azarosos o premeditados asimismo esa correspondencia empática por la justicia social.
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    El guion de Marcela Marcolini y Alejandra Marino cuenta con una narración literaria que rastrea los puntos críticos de un tema multicausal como es la ausencia de una persona. Marconi y Marino convergen en su película segmentos retóricos, simbólicos y alegóricos. Como pueden ser las plantas de Ines en representación de lo que nace, crece y se va como su hija, una casa en miniatura que construye Gustavo es la idea de cómo se ve convulsionada la estructura familiar, un tren o una remera como amuletos que conectan a Carla con su hijo desaparecido.  Un rosario de Graciela que lo trae en su trayecto para depositar su deseo de ubicar a su nieta.

    Todos ellos Ines, Carla, Gustavo están unidos por una misma causa, surge entre ellos una comunión de intereses comunes y se arriesgan a meterse en los espacios oscuros y relacionarse con personas del círculo criminal o testimonial para saber dónde están sus parientes. En Carla, es recurrente la utilización de flashback que le hacen repasar sus momentos más críticos y a veces las ensoñaciones cuasi pesadillas que se mezclan en su búsqueda desesperada.

    El texto de Marconi y Marino deja espacio para la revisión de los casos de desaparecidos en especial; los menores de edad en los cuales los jueces, policias, fiscales y militares miran para otro lado. Las denuncias por trata o prostitución de niños son subordinadas, archivadas y se suman las irregularidades en los casos y las complicidades de autoridades con los delincuentes. Las víctimas de ello, por presiones deben quitar las denuncias por extorciones y aprietes de los proxenetas. Lo que anula las investigaciones y su curso que a la vez es ineficaz.

    Aunque Marconi y Marino no escapan a la realidad y lo demuestran con sus diálogos punzantes, interpelantes e inquietantes.

    La encargada de la fotografía, Connie Martin emplea tomas giratorias en el parque que se perdió Lucas el hijo de Carla y Gustavo. Lo que se vuelve una espiral recurrente en los pensamientos de los familiares. Las tomas cenitales en distintos momentos se vuelven un toque distintivo ya que en las miradas se deposita: el anhelo, la esperanza, el descontento, el llanto, la alegría, las frustraciones, la ira, la furia, el impulso, la observación constante, la desilusión y la añoranza. Los traveling físicos dan dinamismo a las secuencias de peritaje que hacen Gustavo y Carla en su investigación sobre el paradero de su hijo. Y los fundidos, en los pies de Carla sobre la arena, que se le escurre en la travesía de su viaje para descubrir dónde está Lucas; como las gotas de sus lágrimas que se son tan escurridizas, resbaladizas y esquivas como el seguir los rastros o pistas sobre su hijo. La iluminación roja en algunos fragmentos pone en relieve al sospechoso y su desenvoltura irritante. Una toma realmente conmovedora es cuando, Carla se acerca a un cuarto, con un centenar de fotografías de niños perdidos; y en una toma en detalle de sus manos, sobre el retrato de su hijo y su reacción desgarran el corazón del espectador.

    La musicalización de Pablo Sala utiliza instrumentación a base de cuerdas como piano y violín lo que da una sensación más abrumadora, triste e intrigante.

    (Fuente: Cineargentinohoy.com)


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