CRÍTICA



  • "La jauría", retrato de una joven generación atrapada en una espiral de violencia
    Por Fabien Lemercier


    La atmosférica ópera prima de Andrés Ramírez Pulido viaja a las entrañas del pasado criminal de jóvenes delincuentes en terapia aislados en una cárcel en la jungla.

    “Cuando un hombre no se conoce a sí mismo, no puede conocer a los demás y está solo. Aparte de lo que nos une, ¿dónde podemos encontrar un espejo? Reunidos aquí, podemos existir simplemente por nosotros mismos”. En medio de la selva colombiana, tres adolescentes salmodian una extraña plegaria. ¿Es una secta? No, un curioso campamento experimental para menores delincuentes. Este es el sorprendente contexto de “La Jauría”, el primer largometraje de Andrés Ramírez Pulido, una coproducción entre Francia y Colombia presentada en competición en la Semana de la Crítica del 75º Festival de Cannes.

    Entre los jóvenes supervisados por el terapeuta Alvaro (Miguel Viera) y el carcelero armado Godoy (Diego Rincon) se encuentra Eliú (Jhojan Estiven Jimenez), a quien hemos visto en un prólogo nocturno cometer un crimen junto con un cómplice bajo los efectos de las drogas y el alcohol. Y este compinche acaba de llegar al campamento, el sarcástico y tentador “El Mono” (Maicol Andrés Jimenez) que se define a sí mismo mientras completa el formulario de admisión como “ladrón, estafador, bandido, asesino, drogadicto y criminal”. Los otros apartados del formulario proponen mentiroso, rebelde, traficante, acosador, bastardo, insomne, epiléptico, suicida, depresivo, narcoepiléptico, sufre el frío o el calor, alucinaciones visuales o auditivas, hipersensible, migraña o cólera, rasgos que se corresponden más o menos con otros cinco internos: Calate, Chucho, Matajudios, Ider y Cabezas.

    Los siete alternan de día trabajos físicos de desbroce de la propiedad de lujo deteriorada (con piscina estancada) donde se encuentra el campamento y sesiones casi chamánicas de yoga y de confrontación kármica (“yo reconozco mi culpabilidad, yo soy el único culpable y estoy aquí para pagar el precio”), mientras que por la noche son encadenados en un dormitorio decrépito. A la vez son esclavos económicos y se supone que deben liberarse de las energías negativas que los han devorado (y a menudo de un pasado familiar tormentoso). Pero mientras Eliú intenta jugar el juego, El Mono solo sueña con fugarse y volver a su vida anterior y a un mundo más peligroso desde que hicieron desaparecer el cadáver del hombre al que mataron juntos, y cuya familia (en busca de venganza) junto con la justicia presionan para que lo encuentren…

    “La Jauría”, un retrato de una joven generación colombiana rural, intoxicada y atrapada en una espiral de violencia, recuerda a La ciénaga, de Lucrecia Martel. La película, con un reparto muy convincente, teje una extraña red donde lo invisible se adentra en el hiperrealismo en torno a temas como la verdad, la familia y la libertad. Pues, “¿Qué es lo justo? ¿Qué solo pague uno o que todos los hermanos paguen por uno?”.

    Ha sido producida por la compañía colombiana Valiente Gracia y la francesa Alta Rocca Films, y coproducida por Micro Climat Studios. Pyramide International gestiona las ventas internacionales.

    (Fuente: Cineuropa.org)


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