ARTÍCULO

  • Fiesta de la superficialidad y otros males
    Por Karina Paz Ernand


    La unión de dos jóvenes en matrimonio (Adela Secall, Coronación, y Tiago Correa, Machuca), es la razón por la cual dos familias se reúnen en una hacienda en las afueras de la ciudad. Además de celebrar el compromiso, la fecha escogida coincide con las fiestas patrias, motivo doble de “regocijo”.

    Esta circunstancia congrega a un variopinto grupo de personas, con posturas psicológicas y políticas tan diversas como complejas. Cuando la explosiva mezcla de oficiales de la Armada, ex militantes comunistas, miembros retirados del Ejército, exiliados políticos, empleados inmigrantes, etc., comienza a interactuar, poco falta para que los conflictos afloren en medio del ambiente festivo.

    El experimentado cineasta chileno Luis R. Vera, no hace más que recurrir a esa fórmula dramática que consiste en confinar a todos los personajes a un mismo espacio, que les obliga a interactuar y cuya atmósfera opresiva desencadena un sinfín de conflictos humanos, que van ascendiendo en una espiral indetenible hasta la catarsis final. Recordemos aquella isla de la que se valiera Francisco Lombardi en Muerte al amanecer o la propia finca de La ciénaga, de Lucrecia Martel.

    Fiestapatria intenta ser una metáfora sobre el estado social y moral de Chile, y en general de todos aquellos países latinoamericanos que sufrieron los males de las dictaduras. Sociedades donde cohabitan varias generaciones que experimentaron de manera diversa aquellos conflictos sociales y que aún hoy enfrenta sus consecuencias humanas.

    Muchos atribuyen el fracaso de la cinematografía chilena de la década de los 80 y 90, al abuso del tema de la dictadura. Es cierto que hemos sufrido —no solo en el cine chileno, sino en el audiovisual latinoamericano en general— una suerte de sobresaturación al respecto. Pero cuando recordamos títulos como La noche de los lápices (Héctor Olivera), La historia oficial (Luis Puenzo), Garage Olimpo (Marco Bechis), El año en que mis padres salieron de vacaciones (Cao Hamburger) e incluso la chilena Machuca (Andrés Wood), comprendemos que el conflicto no radica en qué mostrar, sino en cómo hacerlo. 

    Vera tampoco es un novato en el tema. En su filme Bastardos en el paraíso (2000), abordaba una de las aristas del fenómeno de la dictadura: el exilio.  Cinta con un excelente guión, que nos acercaba a esa otra realidad del chileno expatriado, fragmentado por el dolor de la distancia e inmerso en una realidad que, a pesar de todo esfuerzo de integración, le resulta ajena. Una suerte de exorcismo de viejas heridas asociadas al destierro pinochetista.

    Sin embargo, en Fiestapatria algo falla. Cuenta con un excelente elenco que revela una sólida dirección de actores, triunfa en la construcción de ese escenario único como potenciador de conflictos, ostenta una cuidada fotografía…entonces ¿qué pieza no encaja en el rompecabezas dramático?

    Podríamos comenzar por citar una galería de personajes estereotipados, que intentan devenir conjunto representativo de la sociedad chilena. Pero en realidad (y a pesar del denodado esfuerzo de los intérpretes), no son más que vanas maquetas, caricaturas dibujadas, totalmente carentes de esos matices que aportan verosimilitud a un personaje. Los conflictos, abordados desde una óptica epidérmica, resultan predecibles (¡hasta cuándo la historia de la hija de desaparecidos, adoptada por un militar reivindicado y convertido en excelente padre!); las soluciones dramáticas caen en el facilismo; los diálogos, con un tufillo de fatuo discurso político, parecen sacados a punta de pistola de la boca de los actores; la visión cáustica de la realidad chilena se balancea entre puntos de un extremismo tal, que convierte lo trágico en frívolo y poco creíble.

    Al parecer el director quiso ampliar tanto el diapasón, que el listado de conflictos extrapolíticos resulta interminable: promiscuidad, incesto, pedofilia, drogadicción, alcoholismo…Como reza el viejo proverbio: “Quien mucho abarca…”

    Y ni hablar de la bufona escena de la catarsis colectiva, una verdadera representación teatral, donde incluso la cámara pierde la coherencia narrativa. Para desembocar entonces en un final ingenuo y patético: la huida de la “joven víctima engañada” con el único personaje puro.

    Fiestapatria, a pesar de sus múltiples premios (entre ellos el de Cine en Construcción del Festival de San Sebastián), resulta deficitaria técnica y narrativamente. Esperemos que para su próxima película Vera recuerde que cuando se abordan temas tan delicados, y sobre todo tan manidos, debe asumirse la empresa con más seriedad y menos pretensiones abarcadoras que puedan acabar resquebrajando un buen proyecto. Le sobra talento para hacerlo.



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