Esteban Insausti por la renovación y la tradición en el cine cubano
Esteban Insausti no requiere de más presentación que su obra. Con Más de lo mismo, su tesis de licenciatura en la especialidad de dirección en la Facultad de Medios Audiovisuales del ISA, debutó en la pantalla francesa, cuando el cortometraje fue seleccionado para la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes en el 2000. Sus raíces artísticas se localizan en la música, pues antes se había graduado en percusión en la ENA.
Además de su práctica en el documental, tuvo como entrenamiento audiovisual sus trabajos de publicidad con el ICAIC, a los que siguió la dirección de la segunda unidad de Nada, película de Juan Carlos Cremata , su profesor y tutor de su tesis cinematográfica, hasta la llegada de Tres veces dos (3V2), en el 2003, donde confluyeron además los nombres de Pavel Giroud y Lester Hamlet.
Lo que viene a continuación, no es más que una conversación necesaria. Los derroteros de quienes se cruzaron en el proyecto devenido Tres veces dos, luego del llamado del ICAIC a varios jóvenes creadores, demuestra sobre todo el talento de los convocados.
Conectar a Esteban, esta vez jurado de la V Muestra de Nuevos Realizadores, con su itinerario artístico, nos descubre la vocación reflexiva y provocadora de este joven cineasta, cuya única obsesión sigue siendo la de expresarse.
Después de Tres veces dos ¿qué pasa?
Después de 3V2 yo sigo en el mismo estatus de cuando empecé. Acabo de hacer un documental independiente sobre la locura, con la embajada de España y la colaboración, otra vez, de Juan Carlos Cremata. Sentía la curiosidad de descubrir cómo ve un loco los temas relacionados con la sociedad cubana, qué piensa una persona desequilibrada del bloqueo, de las relaciones Cuba-Estados Unidos; como otra manera de otorgarle también voz y voto a esa gente que uno ve todos los días en las esquinas de este país y de las que uno se ríe, cosa que al menos a mí me resulta medio alarmante.
Por otro lado, estoy buscando dinero para hacer una película que se titula Cuatro hechizos. Es la historia de alguien que en los ´90 pierde a todos sus amigos y a falta de ellos, tiene que reinventarse amigos nuevos. Son personajes con una historia muy dura, bien jodida. También estoy tratando de hacer una película sobre una pintora cubana-norteamericana que se llama Ana Mendieta, un personaje muy interesante con una obra contundente. Y por ahí van las cosas.
Cuatro hechizos, creo recordar, que es un proyecto de largometraje de ficción que tenías desde mucho antes.
Sí, desde el año 1998.
¿Cómo son tus relaciones con la ficción y con el documental? Veo que te desarrollas en los dos.
Como tú sabes hice primero el documental Las manos y el ángel, después La sed de mirar y ahora Existen. Pero a mí el documental me ha servido más bien de entrenamiento. Es un género tan noble, tan factible, que me ha resultado como una especie de alivio: la curita a la imposibilidad de hacer ficción u otras cosas.
El documental ha venido a tapar un poco ese vacío que te deja no poder hacer lo que de verdad te gusta. No es un género al que yo me quiero dedicar, lo he dicho muchas veces, pero sí le agradezco mucho, sobre todo la libertad que he tenido para hacer documentales. Y de hecho, ha servido para que mi ojo no descanse.
¿Cómo tú das el salto de la especialidad en percusión en la ENA para dirección cinematográfica en el ISA?
Sencillo. Yo empecé estudiando bajo, no percusión. Yo estudiaba con Carlos del Puerto, el mejor maestro que había en Cuba, bajista de Irakere. Pero yo componía música y lo que veía era colores. Un día me encuentro con un estudio de Vivaldi precisamente sobre cómo él compuso Las cuatro estaciones pensando en colores, y descubrí que yo no estaba enfermo. Empecé a descubrir que la música no llenaba todas las formas de expresión básica que yo tenía, que me hacía falta más.
“Lo que sucedió fue eso. Me gradué de percusión. Ya estaba tocando, produciendo; pero sentía que había un vacío en mí... por suerte, me di cuenta, y estudiando música hice mi primer taller de dramaturgia en San Antonio [EICTV], y a los 19 años me puse a escribir para la televisión. Y lo primero que escribí fue A pantalla, un programa de orientación social que eran dramatizados de media hora y ahí empecé y no paré más hasta ahora”.
¿Y esa experiencia tuya como director de arte y productor musical, ya la abandonaste?
No, para nada. Pienso producir un disco este año de Latin Jazz sobre Emiliano Salvador nuevamente. Una especie de “best”, de lo mejor de él, con un DVD que incluye el documental Las manos y el ángel. Claro está, ese es el reflejo del músico que llevo dentro y que no voy a aniquilar nunca. Mi máxima aspiración es poder llegar a hacer la música de mis propias cosas o colaborar más estrechamente con los músicos que han trabajado para mí; pero en tanto no tenga el equipamiento, producir es una manera de aliviar también eso. Pero definitivamente el cine ha podido más.
Volviendo a 3V2. Hacer esa película de conjunto, una película que en parte produjo el ICAIC, ¿qué significó entrar en la industria con esos niveles?
Bueno, tú sabes que 3V2 es una película de diez mil dólares (por cuento). En mi caso yo no sentí el peso de la industria porque el 90% de esa película está hecha fuera del ICAIC. Yo filmé en seis días. Fui el que más rápido tuvo que filmar porque tenía un presupuesto muy corto para la complejidad que mi historia requería: tranques con aguacero, escenas de cien extras; entonces tenía que limitarme a agrupar en la menor cantidad de días la mayor cantidad de escenas posibles. Tuve que hacer 70 planos en un día, eso no lo olvidaré jamás, porque fueron 21 horas rodando sin parar.
Como podrás vislumbrar no hay ningún carácter industrial en eso, porque una “industria” no debe permitirse esos “lujos”. Sobre todo cuando gente en la calle, con tecnología casera, puede ser más eficiente que toda la tecnología que pueda tener el ICAIC, en tiempo de filmación, en planificación, presupuestos, etc. El ICAIC todavía se desenvuelve con un carácter de industria pesada que no puede sostener. Todo porque no poseemos el dinero y la infraestructura suficiente. La nuestra es básicamente una industria del tercer mundo.
Es por eso que se hace cada vez más necesario que la institución renueve paulatinamente las maneras en que produce su cine, el acercamiento inevitable y de respeto al talento más renovador y eficiente, así como su visión personal y estratégica de cómo llegar a un mercado sin traicionar los presupuestos que fundamentaron su origen.
Lo que sí me aportó 3V2 y la relación con el ICAIC fue conocer los Festivales de buena parte del mundo, poder constatar tu obra por ti mismo, no que te lo cuente nadie, estar con el público de Austria, Francia, Alemania, Inglaterra, México y ver cómo funciona tu lenguaje, lo que querías decir.
La tranquilidad que por otro lado te da la industria, en el sentido de que estás protegido; cuando estás en la calle corres tú mismo con los riesgos (poner un semáforo falso en Galiano a las nueve y media de la mañana, solo lo puedes hacer cuando tienes un permiso de filmación). Poder tener un carácter de distribución más serio que el que nosotros podemos asumir como ‘independientes’ porque en Cuba nadie exhibe ni puede distribuir, y el ICAIC viabiliza eso. Ver la película terminada, en un DVD y lista para lanzarse a un mercado, muy a pesar de sus siete estrenos y luego de haber sido tan maltratada por su propia gestora, es sin lugar a dudas un logro.
De cualquier manera, la nuestra no es una relación de resistencia con la industria, sino y más bien, todo lo contrario, lo que pretendemos los más jóvenes es que la industria sea mejor, aprender de ella y a su vez, aportar nosotros”.
No obstante pertenecer al ICAIC representa también un símbolo, aunque esté obsoleto su sistema de producción.
Si, uno sigue presentando proyectos al ICAIC a pesar de todo, es porque uno sigue creyendo en la institución. Yo creo que hay una historia detrás que no se puede borrar, por mucho cine malo que se esté haciendo, por muchas coproducciones burdas que se siguen asumiendo y que desgraciadamente habrá que seguir haciendo y digo desafortunadamente porque esa es la cara más lamentable de la institución ante el mundo.
El ICAIC sigue siendo un proyecto cultural con una historia a la cual uno quiere pertenecer. Siento cada vez más que la institución tiene que renovar sus filas, tiene que hacer un cine más eficiente, y si efectivamente tienen que existir las coproducciones porque son un “mal necesario”, también tendrá que existir un cine con la propuesta arriesgada y comprometida con la realidad que es Suite Habana.
No se puede hacer una película buena cada cuatro años, esa es a la clase de lujos a los que me refiero. Una película como Viva Cuba no puede ni debe hacerse fuera del ICAIC. Cosas como estas son las que te desconciertan. Tiene que existir un respeto absoluto por el talento, pues esta es la verdadera razón de ser del ICAIC y con esta divisa es con la que se salvará.
Quisieras hablarme de tu equipo, de tu relación con las personas con las que trabajas.
Tengo la dicha de que mis grandes defensores y amigos dentro de la industria son precisamente artistas: Jorge Luis Sánchez, Fernando Pérez, Juan Carlos Cremata, quienes han sido mis tutores, mis amigos, colegas y hermanos, gracias también a ellos aprendí a amar este lugar.
Pero de la misma forma he tenido la dicha de trabajar con gente joven de mi generación: Alejandro Pérez, fotógrafo con el que pienso seguir trabajando mucho tiempo más, el propio X Alfonso... a pesar de que yo no creo en los equipos rígidos. Me encanta experimentar con nuevas visiones; pero somos muy pocos y cuando te encuentras gente con la que te puedes comunicar tan fácil como con Angélica Salvador por ejemplo, que es una mujer que interpreta muy bien lo que yo quiero hacer y se implica desde el guión como debe ser un montador. Tania Ceballos es una asistente de dirección genial, y ahí está Hoari Chiong también, que viene con una fuerza y sabiduría increíble.
Son gente que te hacen más fácil y llevadero un proceso que de por sí es tortuoso. Y siento que hay gente de mi generación que viene con una fuerza, con un rigor y un respeto por lo que está haciendo que es importante, productores como Luis Lago o Iohamil Navarro, profesionales con una sensibilidad muy especial dentro de la producción cinematográfica. Para mí ha sido muy bonito, encontrar gente que se implique de verdad a fondo, más allá del dinero. En Cuba no se puede vivir de este negocio, no es un negocio; tú vives para el cine, no del cine.
Cuando se crea la Muestra de Nuevos Realizadores en el 2000, tu corto de ficción Más de lo mismo fue una de las obras que inauguró este evento. Luego el documental que hemos mencionado, Las manos y el ángel inauguró la segunda. ¿Cómo sentiste este espacio desde tu posición de joven y nuevo realizador?
Yo guardo los mejores recuerdos de la primera muestra. En la segunda dirigí la inauguración y la clausura. Uno es parte de eso ya y yo no siento la muestra como una política demagógica; sino como un espacio necesario, en el cual tú podías participar de la manera más democrática. Uno de los saldos más lindos que tiene para mí la muestra es el contacto con la generación que nos antecedió. Yo recuerdo a Juan Carlos Tabío inaugurando la primera Muestra diciendo, por primera vez, “esto también es cine cubano”. Que pusieran mi primer corto en el Chaplin, donde mismo se habían estrenado Lucía y Memorias del subdesarrollo, es un privilegio sin lugar a dudas.
Fue un primer acercamiento que hasta entonces yo no había visto por parte de la industria. Y eso hay que agradecérselo a la dirección nueva del ICAIC. Nosotros estamos repletos de festivales de audiovisual sin cine; pero si hay algo que yo pienso que vale la pena mantener es la Muestra, porque es precisamente de esos jóvenes que no tienen un espacio, que no exhiben en televisión, que no pueden distribuir, que no pueden poner en los cines sus obras y este es el espacio ideal, incluso, para captar talentos que el ICAIC necesita sin lugar a dudas, así como rejuvenecer sus filas.
Te lo dice alguien que no cree en generaciones: yo creo en el talento. Para mí el director más joven del cine cubano se llama Fernando Pérez. No se trata de eso; pero sí es muy sintomático que sean mayoría los directores de 50 años hacia atrás. Necesitamos que haya un balance, y que mi generación tenga un volumen así como el mismo peso en esta industria que los demás, y los más jóvenes que nosotros también porque ya están ahí, recordemos que las escuelas de cine siguen abiertas...
En una reunión, yo escuchaba decir a Julio García-Espinosa que es de esas otras cosas buenas que ha tenido la Muestra, poder reunirnos con los directores fundadores, oír los problemas del ICAIC, aunque seamos cinco o seis, y decía Julio García-Espinosa, un hombre de una lucidez increíble, que en tanto el ICAIC no recuperara su verdadero carácter industrial, no tendría salvación. Porque es tan sencillo como que, para ‘tener diez buenas películas al año hay que hacer cien’, lógica pura, aun cuando jamás logremos una cifra similar. Y te alegra que una persona que fue presidente del ICAIC y que dirige una escuela de cine, tenga esa clase de pensamiento tan realista y consecuente: con el cine no se juega...”