La Muestra de Audiovisual Latinoamericano que propone, dentro de sus acostumbrados programas colaterales internacionales, la Muestra de Nuevos Realizadores que este febrero se celebra en La Habana, tiene una caprichosa semejanza con la zona competitiva made in Cuba de esta 6ta. edición del evento: la solidez de una propuesta documental que empequeñece y hasta relega al olvido inmediato la mayoría de los tratamientos de la ficción.
Por ejemplo, de la selección del cono sur, Argentina vuelve a mostrar su fuerza. De esa cinematografía podrán verse los cortos de ficción El inglés (Jean Pierre Bordelios), Los asesinos (Federico Ferro), Séptimo piso (Federico Peretti), los dos últimos, haciendo curiosas utilizaciones de los recursos del mudo, de la ausencia de diálogos para gestionar su morfología, además, El loro (Pablo Solarz), una historia que pudo dar más de sí, pero humanamente hermosa en su sencillez.
En cambio, la perla de esta selección es La Nueva York (Agustín Samprón, 2006), documental realizado por el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Berisso, municipio de Buenos Aires. Sus realizadores quieren referir la historia de su calle, La Nueva York, antaño pujante centro industrial venido a menos con la crisis económica. Esa intención pequeña, que rehúye a un tiempo al requiebro nostálgico y al lloriqueo por las glorias idas, cobra mayor dimensión cuando deciden incluir el propio proceso de la pesquisa en la estructura testimonial. Así articulan con suerte pasado, presente y futuro, en un continuo que entrega una obra audiovisual la cual, sin carecer del milagro estético y de la pasión, se tranforma en puro activismo, al desmentir la historia oficial y poner a hablar a aquellos a quienes nunca se les pregunta.
El Festival Ícaro, que se celebra anualmente en Guatemala, se ha convertido rápidamente en referencia del audiovisual centroamericano. De esa cita podremos ver una selección de documentales premiados en la edición de 2006. Uno de ellos, Costa Rica S.A. (Pablo Ortega, 2006), ha provocado el pasado año enorme debate en ese país e incluso una orden explícita de censura de parte de las autoridades. Ello es lo mejor que podría haber ocurrido para un dispositivo que denuncia con meticuloso afán didactista las verdaderas consecuencias del Tratado de Libre Comercio que negociara ese país con los Estados Unidos. La faena investigativa y argumentativa de los realizadores se completa con el tratamiento humorístico (por momentos sarcástico, que no podía ser de otra manera ante tamaño atropello a la soberanía de un país) adosado a la didáctica. Y si bien el exceso de segmentación y la cantidad de información que sus casi dos horas contienen pudieran abrumar, he aquí un instrumento de agitación que ha dado en el clavo: su censura no indica sino que su verdad es demasiado incómoda para quienes detentan el poder. No obstante, Costa Rica S.A. puede ser descargado libremente desde distintos sitios de internet.
Ese compromiso con la realidad social que recorre el documental centroamericano contemporáneo indica que el trabajo intelectual sobre el contexto no se detiene, aun cuando los tratamientos se alejen del partidismo y la unidimensionalidad del discurso. De ahí que el recurso de la ironía como presunto distanciamiento del material de referencia preñe de sentido a Entre los muertos (Jorge Dalton, 2006), mediometraje a cuyo relato uno asiste entre incrédulo y alarmado. El humor de Dalton se aplica a un tema tan duro como es el bojeo de la cultura de la muerte, naturalizada en su país, El Salvador. Su división en secciones nos lleva a través de la cotidianidad de un fenómeno que solo por excepción provoca lágrimas en quienes lo presencian y, aunque al realizador no interese tanto ir a las causas del problema como a las manifestaciones culturales y sociales trenzadas en torno a la violencia y el crimen naturalizados, ello acaba por referir un documento antropológico inestimable.
Dalton hace el viaje en sentido inverso: comienza su indagatoria en un cementerio extrañamente habitado por una comunidad de vivos que suma dos decenas de familias. Las imágenes son de sobra elocuentes: borrachos que reposan el pedo sobre frescas lápidas, niños que juegan entre las cruces de yeso, sábanas recién lavadas que gotean sobre la paz del camposanto. Antes, hemos visto una sociedad empobrecida y donde la violencia está tanto del lado de las maras y toda clase de delincuentes como de la policía. Y lo que sigue es un reportaje de investigación en torno al negocio de las pompas fúnebres, que pulula en todas las variantes posibles y explican a su vez las segmentaciones clasistas y socioeconómicas de El Salvador actual. Todo, para acabar en la celebración del Día de Muertos, donde el cementerio se transforma en feria y la muerte se establece para siempre entre los eventos banales.
El tratamiento general no pudo ser más elocuente. Quitar cualquier tono luctuoso al universo representado contribuyó a reforzar la sensación de absurdo que gotea incesante. Igualmente, el documental se abre a filtraciones de otras artes y utiliza, por ejemplo, fotos de la estupenda serie Ángeles caídos, del artista Luis Galdámez, o incluso material tomado en la habanera Necrópolis de Colón, que refiere la adoración espontánea de la tumba conocida como La Milagrosa. El resultado final es una sabrosa sinergia entre disímiles elementos. Pese a la cuestionable edición sonora y a ciertos pasajes reiterativos, Entre los muertos logra con su estupenda fotografía la suficiente capacidad de sugerencia como para transferirnos una sensación de dolor que no está explícita en su textura.
De la misma manera, Mercedes Moncada hace con El inmortal (2005) otra aproximación a la cultura de la muerte, ahora en el contexto nicaraguense. La realizadora mexicana escoge aquí a una familia en cuya historia se cruzan las últimas décadas de conflictos armados en ese país. Las huellas de la historia emergen del relato de vidas privadas articuladas como memoria colectiva, gracias tanto a sus cristalinas confesiones, como a momentos de revelación artística que aportan el montaje sonoro y visual y una altísima capacidad para dotar de fuerza expresiva al conjunto. Todo ello cargado de una capacidad de sugerencia enorme, para referir el dolor de un país apelando al compromiso y la sinceridad.
Eso mismo logra Los puños de una nación (Pituka Ortega, 2006), largo documental panameño, que articula con suerte, el relato de la vida del astro del boxeo local Roberto “Mano de Piedra” Durán con el devenir de ese país en los últimos 40 años. Ello está logrado gracias a la perfecta articulación del material de archivo y a un descubrimiento que, aunque evidente, es nada fácil de articular como relato: el funcionamienrto del deporte como escenario simbólico donde se dan cita eventos tan diversos del imaginario colectivo como la identidad y el éxito social.
Ya por último, no se pierda de vista la coproducción entre Francia y Guatemala Todo es cuestión de trapos (Jayro Bustamante, 2006). Animando muñecos y objetos mediante la técnica de stop motion, Jayro teje un discurso crítico sobre nuestro mundo, al tiempo que demuestra que la técnica es lo de menos cuando hay algo que decir.
Y de otra muestra que se hace ineludible para comprender la vitalidad del documental latinoamericano del presente llegan las obras que cierran este panorama. Se trata de Ambulante, que por estos días celebra su segunda edición, muestra itinerante de documentales de todo el mundo, organizada a cuenta y riesgo por los actores Gael García Bernal y Diego Luna. Son cuatro largos y un mediometraje producidos en México en los pasados tres años.
Trópico de Cáncer (Eugenio Pogovski, 2004) nos mete en los terrales del desierto de San Juan Potosí, siguiendo a un puñado de familias cuya fuente de sobrevivencia es la caza y venta de animales y especies propias de la región a viajeros que cruzan en suntuosos autos la autopista. Lo curioso es cuando la observación de este modo de vida fomenta analogías implícitas entre el paisaje agreste, las bestias que lo habitan y estos seres humanos que casi dejaron de serlo.
Ese borrado de culturas enteras, y la resistencia a tal desaparición, está en Al otro lado (Natalia Almada, 2004) y De nadie (Tin Dirdamal, 2005). El primero refiere con vocación antropológica la cultura fronteriza gestada en torno a la muerte, la búsqueda de la felicidad al otro lado, el tráfico de drogas, la emigración y el delito que cronican los narcocorridos, a ambos lados de la demarcación entre México y los Estados Unidos; la segunda se basta a sí misma en la contundencia de la realidad que retrata: la desidentidad del emigrante centroamericano que atraviesa México para alcanzar la frontera norte. Las historias que allí se cuentan y los personajes a cuyas anécdotas nos enfrenta prohíben volver a ver el mundo de la misma manera.
Y por último, Toro negro (Carlos Armella, 2005) trae un dilema tanto estético como moral (¿acaso no son lo mismo?). En su caso, llega a ser tan obscena la intromisión en la vida privada de su personaje (Fernando Pacheco, joven torero por afición), que uno se pregunta cuáles son los límites de la observación y dónde se encuentran las demarcaciones de lo éticamente aceptable en la exploración documental de la vida privada. Este largometraje lleva a sus límites la inefable cualidad íntima que adhiere a la fotografía digital, que es como la obscenidad de la imagen en su desnudez más absoluta. Mas, al mismo tiempo que uno se plantea tales interrogantes, concluye que no de otra manera sería posible acceder a la contradictoria personalidad de Fernando, autodestructivo y apasionado, acaso símbolo él mismo de la cultura maya a que pertenece. Quizá por ello sea tan imponente la mirada documental actual: por su contradictoriedad, por el enconado conflicto entre el mostrar y el revelar.