CRÍTICA



  • La mujer imaginada de Karim Aïnouz
    Por Francesca Azzi


    La mujer que propone el director Karim Aïnouz no es una mujer que sabe bien lo que quiere y que opta por el camino más largo. Ella no tiene un sueño idílico, no ansía su liberación. Simplemente quiere partir porque no consigue quedarse. El director Karim Aïnouz, después de cuatro años, cambió el bajo mundo de Madame Satã por los ambientes hiperiluminados y el cielo azul reflexivo de Suely. Se trata de una narración casi nula pues el argumento podría reducirse a dos o tres líneas: una muchacha de Ceará vuelve a su lugar de nacimiento con mucha esperanza y con un hijo en el regazo. Suely (Hermila Guedez) trae en los brazos a Mateus, hijo de su gran amor, quien promete volver de São Paulo.

    Más que los premios en el Festival de Río (y el de La Habana) o la participación en el Festival de Venecia, me sedujeron las palabras del propio Aïnouz,  cuando en una entrevista aseguró que imaginaba el carácter de Suely como el de una mujer que podía ser menos arraigada al lugar, menos atada y más apta para el sueño de irse y volver. Suely podría ser entonces un personaje femenino que representa fenómenos como la emigración y el desarraigo, que son más comunes en los personajes masculinos.

    Karim Aïnouz tiene razón al afirmar que la maternidad y la crianza de los niños impiden la movilidad de la mujer en el mundo. Comencé a ver el filme con esta idea, la de ver y experimentar con una mujer más volátil, y más liberada  de ansiedades, de modo que puede asumir el movimiento, las mudanzas y la inestabilidad. Durante 100 minutos encontré en la pantalla, más que a Suely, el recuerdo de varias mujeres que yo conocí,  mujeres que dejaron atrás toda una vida para trabajar en las grandes ciudades, dejaron tras de sí sus hijos al cuidado de  vecinos, abuelos y tías, no siempre tan dulces como la abuela del filme (Zezita Matos) o la tía (María Menezes).

    En el rostro de  Hermila, a medida que transcurre el tiempo, se dibuja una  sonrisa de desilusión, de dolor, o peor, de duda, de una mujer emocionalmente fragilizada por el  abandono, y un estar allí con  la mente en otro lugar, viviendo un aquí y un ahora de sufrimiento. Cuando esa mujer parte uno llega a preguntarse sinceramente si ese camino hacia el Sur la llevaría al encuentro de una revolución interna, si el camino la salvaría de su condición de mujer inmóvil, paridora, al margen del mundo, nordestina y emocionalmente insegura.

    El cielo de Suely observa a esta mujer tan de cerca que muchas veces nos parecen excesivos los primeros planos. La fotografía de Walter Carvalho es estilizada, cuidada y acompaña de manera íntima a los escasos personajes.  El ritmo de la película es el de Hermila. Una mirada un tanto voyeurista, “ese no pasar nada”. Pero ese tiempo muerto que en otros filmes no nos dice efectivamente nada, aquí nos revela cosas inigualables de Suely-Hermila.

    El niño que llora y no recibe el consuelo, la abuela nordestina, afectuosa y firme, la tía dulce y siempre presente, el novio anterior de Suely, todo parecía tanto más interesante que la propia inquietud de Suely y de Hermila. Quizá esta mujer "imaginada" por Aïnouz puede verse hoy en día con mucha más frecuencia que en la época de nuestros padres. Y eso es un consuelo. 


    (Fuente: Fragmentos tomados de www.oceudesuely.com.br )


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