Alfredo Guevara ha publicado desde 1998 cuatro libros que por su contenido pudieran identificarse con cuatro etapas de su existencia. Pero basta echar un vistazo sobre esos cuatro momentos para sospechar del orden en que han sido publicados.
El primero de ellos, una recopilación de entrevistas, artículos, conferencias y ponencias realizados a lo largo de 37 años, insinúa desde su título, Revolución es lucidez (1998), una idea que se fortalece con las primeras líneas del prólogo. “No sé quién soy...”: son las primeras palabras de Alfredo Guevara que tiene este libro. De manera que un título que es una apuesta por la lucidez, comienza con una declaración de perplejidad ante el desconocimiento de una realidad. Nada más comprensible. La lucidez es la intención, la ilusión, la búsqueda, la apuesta. Solo quien no sabe ansía saber. Solo a quien le duele la soledad de un principio incompresible, la perplejidad ante lo que no ha sido alumbrado por la claridad de la inteligencia, de la voluntad, del esfuerzo, le obliga la necesidad de la lucidez. Visto así, oscuridad es principio, lucidez es fin. El primer libro de Alfredo Guevara, el descubrimiento de la claridad, pudiera ser el último de los cuatro.
Su segundo libro pudiera en cambio ser el primero. Cesare Zavattini y el neorrealismo italiano son precursores, antecedentes en el camino de la lucidez. Desde 1954, Zavattini y Guevara intercambian cartas en las que conversan, uno desde sus experiencias en el arte nuevo que ha fundado en Europa, el otro ansioso de fundar uno que sea propio de América, el mundo que le causa perplejidad y que quiere comprender. Y un ensayo del italiano —robusto, moral, reflexivo, convencido de lo que hay que hacer, de lo que hay que arreglar y de lo que hay que eliminar—, se conjuga con los guiones inéditos del cubano, agrupados bajo el título de “Cuba mía”, ensayos de descubrimiento y como de pasos en la oscuridad. Este libro, Ese diamantino corazón de la verdad (2002), sabe a primero.
El tercero vendría a ser el segundo. Alfredo Guevara ya ha echado a andar el más pretencioso de sus proyectos: una industria cinematográfica nacional. El ICAIC ya ha producido sus primeras películas y se inserta en un movimiento cinematográfico continental que encuentra sus ecos más sofisticados en Glauber Rocha, una de las columnas del Cinema Novo. En Un sueño compartido (2002) Glauber y Guevara se cruzan cartas fechadas entre 1960 y 1979. Glauber —hechicero, genial, apasionado del neorrealismo— aclara sus confusiones y se pierde en confusiones nuevas, y entre unas y otras genera destellos que se cristalizan en un arte nuevo: películas que fortalecen una nueva visión artística de la realidad, que se expande por el continente. Es una nueva etapa que fija las bases para crear el camino de la revelación, de la lucidez. Cuando el epistolario acaba, con la muerte de Glauber, el camino ya está hecho.
El cuarto libro pudiera verse como una continuación de este. Es Tiempo de fundación (2003): los tiempos de la creación y desarrollo del ICAIC a través de cartas, artículos, entrevistas, intervenciones, conferencias, ponencias de Alfredo Guevara, escritos o dictados desde 1959 hasta la aparición del libro, todos destinados a entender y expresar el proceso vital en forma cronológica de la industria cubana. A diferencia de los anteriores, Alfredo aparece como detenido al final de un camino. El ICAIC del nuevo siglo ya no es un sueño, una intención, sino un hecho consumado, con vida propia, con fuerza y experiencia para realizar lo que cuarenta años atrás no era otra cosa que una inquieta perplejidad. Es tiempo de revisar un camino recorrido, de ver qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal. Es tiempo de corrección, de comparar lo que se quería hacer con lo que ya se hizo, para evaluar la posición que se tiene en el camino de la lucidez y lo que falta para lograrla. El fin en este libro se ha vuelto otra vez principio. Nace una nueva perplejidad ante lo que a partir de ahora está por hacer.
Entonces hace falta una frase que exprese el punto de partida de toda necesidad de revelación. “No sé quién soy...”: dice Alfredo Guevara. “Si me preguntan tiemblo porque eso me pregunto sin descanso; es que por no saberlo soy pregunta, interrogante eterna mientras vivo”: son las palabras que escogió para abrir su primer libro, y pudieran ser muy bien las que sirvan para cerrar el último. Tal vez hasta sean las palabras que abran el próximo que escriba Alfredo. Ya veremos.