CRÍTICA



  • La argentina Anahí Berneri y la Encarnación de la belleza que se va
    Por Miguel A. Delgado


    El tema del declive de la belleza ha sido abordado en innumerables ocasiones en el cine, pero normalmente se ha hecho rodeándolo de un aliento trágico, a través de historias en las que sus directores han preferido dejarse llevar por las terribles consecuencias que tiene supeditarlo todo a algo que, por propia definición, es efímero y condenado a extinguirse. 

    Sin embargo, tal vez porque Silvia Pérez, la protagonista, conoce muy bien la situación en la que se encuentra su personaje (no en vano fue ella misma un icono sexual en la Argentina de finales de los 70 y 80), en ningún momento tenemos la sensación de enfrentarnos a un arquetipo, a un personaje sin profundidad que nos remita a ideas estereotipadas. Al contrario, la Erni (diminutivo de Encarnación) Levier que nos presentan al alimón directora y actriz es tremendamente humana, algo a lo que contribuye poderosamente el mimo con el que sigue la cámara cada uno de sus gestos, empezando por los más cotidianos y menos glamurosos (como la escena en que la vemos depilarse en el baño de su pequeño y ruidoso apartamento), y que nos dibujan a un personaje que, por un lado, se mueve entre la derrota y un poderoso instinto de supervivencia que se traduce en accesos de pura vitalidad.

    El motor principal de la película descansa, una vez presentado el personaje, en el viaje a su pueblo natal, donde su sobrina va a celebrar una fiesta por su decimoquinto cumpleaños, y donde su presencia resulta tan llamativa como si un extraterrestre aterrizase en medio de la plaza principal de una ciudad. Y es esa relación entre la mujer que fue bella y esa joven que enfoca la mejor época de su vida, y que tal vez siga los pasos artísticos de su tía (es decir, entre lo que una vez fue y lo que quizá algún día pueda ser), la que traza los mejores momentos de una cinta perfectamente acorde con sus pretensiones, fácilmente inteligible y que no pretende más que lo que muestra en pantalla, con sobriedad y ciñendo, envolviendo a Erni y su sobrina Ana (Martina Juncadella), regalándoles primeros planos que nos transmiten, en el caso de la primera, cansancio; y profundas y poderosas ganas de vivir en el de la segunda.

    Sin embargo, por momentos la falta de un verdadero conflicto (el conato del que aparece, se resuelve, en realidad, casi tan pronto como surge y sin mayores consecuencias) acaba repercutiendo en una ausencia de intensidad que a veces provoca que el filme corra el riesgo de dejar en el espectador la sensación de haber asistido a algo incompleto, como si le faltara algo. Pero lo que no se puede negar es la poderosa interpretación de Silvia Pérez, una de ésas en las que vida y ficción se entrecruzan, y que Anahí Berneri sabe manejar con una firmeza que no parece la de alguien tan joven y con una filmografía aún tan corta. Pero quizá al resto del conjunto le falte una entidad suficiente como para que el resultado fuera mayor; pero uno no puede por menos que alabar la sensibilidad y el oficio bien entendidos que demuestra una directora a la que, desde luego, habrá que seguirle bien de cerca la pista.


    (Fuente: La butaca.net)


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