CRÍTICA



  • No mires para abajo, de Subiela: La profesex y el alumno enamorado
    Por Diego Batlle


    Nunca fui un crítico/espectador subieliano, ni cuando llevó varios cientos de miles de espectadores con El lado oscuro del corazón ni cuando llevó una pocas decenas con Las aventuras de Dios. Pero, así como en general suelo quedarme fuera de su visión poético-místico-trascendental del mundo (y del cine), también le reconozco varios méritos: el de ser un buen narrador, el de ser un gran descubridor de actrices, el de ser persistente y el de exponer su mirada con absoluta franqueza, sin prejuicios ni temores.

    No puede decirse que a Subiela le falten ideas (muchas veces le sobran, al extremo de ni siquiera alcanzar a desarrollarlas en todas sus posibilidades) y, si bien en No mires para abajo sus seguidores de siempre encontrarán pinceladas, observaciones, situaciones y personajes propios de su cine, aquí parece haber un objetivo bastante preciso: exponer las virtudes del tantra como forma no solo de mejorar el disfrute del sexo, sino también como estilo de vida.

    Así, con un inocultable espíritu didáctico, la bella Elvira (Antonella Costa), una escenógrafa y diseñadora argentina radicada en Barcelona y de visita en la casa de su abuela en Buenos Aires, se convertirá en la profesora de sexo soñada por el bastante torpe e inocentón adolescente Eloy (Leandro Stivelman), que trata de sobrellevar la reciente muerte de su padre.

    Lo que sigue, más allá de algunas ocurrencias como los personajes sonámbulos o los muertos que aparecen con un tic nervioso en los alrededores del cementerio, se reduce a una larga clase tántrica de 85 minutos: las muy diversas posiciones del Kamasutra, los puntos erógenos, las técnicas para evitar la eyaculación precoz y amplificar los efectos del orgasmo, y un largo etcétera.

    En un ambiente como el cinematográfico, tan pacato y conservador, la desinhibición de Subiela y de sus dos protagonistas resulta toda una audacia (y no solo por los permanentes desnudos y las escenas de sexo), aunque, cabe aclararlo, no hay aquí "atractivos" para que los antiguos valijeros de Lavalle se entusiasmen con regresar a las andadas.

    El filme, por lo menos desde mi perspectiva, no apunta a una exaltación del erotismo en términos tradicionales de la explotación del cine soft-core. Si bien, y más allá de la abrumadora música de Pedro Aznar, el rodaje está técnicamente muy cuidado y se luce la delicada fotografía de Sol Lopatín (La rabia, de Albertina Carri), aquí todo queda tamizado por el didactismo de las lecciones que imparte Elvira a su siempre dispuesto alumno/partenaire de 19 años.

    Queda claro que No mires para abajo está destinado a los subielianos a ultranza, a los cultores de las técnicas orientales y a los interesados en la exploración de la sexualidad. Si ese target es lo suficientemente amplio como para generar un éxito comercial, solo el devenir de la taquilla podrá determinarlo.


    (Fuente: Diego Batlle)


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