Si la industria del cine chileno se ha transformado en la última década en un laboratorio en el que se prueban, mezclan, descubren y desempolvan fórmulas de dispares resultados prácticos, Ogú y Mampato en Rapa Nui debe catalogarse entre sus experimentos exitosos. Ya por el hecho de ser el primer largometraje de dibujos animados realizado en nuestro país, empresa que parecía impensable por la ausencia de referentes en el género —con algunas tímidas incursiones en la pantalla de los años 20, y otras limitadas a cortometrajes televisivos (Condorito, El humor de Lukas)— y que coronó su audacia de ser tal con una no despreciable respuesta por parte del público (casi 300 mil espectadores a la fecha).
Ogú y Mampato en Rapa Nui es, ante todo, una ecuación bien pensada, una suma de elementos calculados para la obtención de saldos positivos. La película se basa en una de las franquicias más populares del cómic chileno, inmortalizada en los 60 y 70 en las páginas de la revista Mampato con los guiones y dibujos de Themo Lobos, principal responsable de los viajes por el tiempo de este chico pelirrojo de clase media (Mampato) y su inseparable amigo cavernícola (Ogú).
Personajes arraigados en el inconsciente colectivo chileno y especialmente entre los hoy treinteañeros, muchos de ellos padres bien dispuestos a compartir con sus hijos esa vieja devoción recuperada con movimiento y sonido. La elección de Isla de Pascua como escenario de esta primera aventura cinematográfica (ya se habla de una secuela en camino) tampoco es gratuita: con sus moais, sus paisajes exóticos y su condición de territorio bajo soberanía nacional, aparece como ideal, pensando en la exportación de este proyecto de un millón de dólares, encabezado por la empresa CineAnimadores, que en su empeño consiguió, entre otras cosas, un elenco de voces integrado por los mexicanos Marina Rojas (Mampato) y Maynardo Zavala (Ogú), conocidos por hacer el doblaje en español de Bart y Homero Simpson.
Queda claro que por parte del director Alejandro Rojas y su equipo hay genuina admiración por el trabajo de Themo Lobos, que en la historia de 1971, adaptada para esta película, cuenta cómo Mampato, intrigado por los secretos de la cultura Rapa Nui, utiliza su cinto espacio-temporal para viajar a la isla antes de la llegada del hombre blanco y en una época entregada al dictatorial dominio de un clan de arikis, mezcla de jefes guerreros y hechiceros. La lucha animada de Mampato, Ogú y Marama, la fiel pequeña amiga pascuense, contra el Gran Ariki y sus poderes sobrenaturales, no se desvía del trazo aventurero impuesto por Lobos, y evoca correctamente su talento de narrador y sus dotes de fabulista, aunque también se aleja con prudencia de la fuente de inspiración. Simplificando, obviando, puliendo en favor de las posibilidades técnicas y cinematográficas, sin dejar el humor de lado, se agudizan los matices épicos del relato. También su afán didáctico, con rigor en la recreación de paisajes, vestimentas y tradiciones de estos isleños, que, en medio de una colorida lucha entre buenos y malos, llegan a demostrar una lúcida desconfianza ante estos intrusos venidos del futuro y del pasado.
La comparación es tan inevitable como improductiva. Ogú y Mampato en Rapa Nui está a gran distancia de la marca impuesta por Disney, pero da la pelea con oficio y ambición. Animación de la vieja escuela y maquillaje digital para un producto facturado con nobles imperfecciones, cuyos afanes artísticos y comerciales (campaña de merchandising incluida) traen nuevos aires al laboratorio fílmico chileno. El experimento invita a seguir pensando en grande en materia de animación y, siguiendo el espíritu del inquieto Mampato, apuesta a que hay un mundo para seguir explorando.