ARTÍCULO



  • M o el fantasma de la búsqueda
    Por Dean Luis Reyes


    El largometraje M, que ganó el Premio Che Guevara en la Competencia Latinoamericana de la 22da. edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (además del importante reconocimiento que concede la Fipresci como mejor película), explora la memoria herida de la Argentina de la dictadura. Para ello su director, Nicolás Prividera, se coloca delante de la cámara e indaga en el pasado, en busca del paradero definitivo de su madre, Marta Sierra, trabajadora del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), quien fuera secuestrada de su casa pocos días después del golpe militar de 1976, sin que haya hasta hoy dato alguno sobre su paradero, ni sobre el lugar en el que estuvo detenida.

    Antes dije que esta ópera prima es una indagación. Lo especial de la misma es que quien pregunta interpela a la historia con nuevas interrogantes. Para ello, reconstruye parte de su historia personal y de la historia política de la Argentina de los pasados treinta años, pues la investigación de Prividera lo llevará a entrar en contacto con los compañeros de trabajo de militancia de su madre en las organizaciones de superficie de los Montoneros.

    Más que incitar conexiones con el clásico de Fritz Lang que homenajea en su título, M establece vínculos con películas recientes del cine argentino, sobre todo Los rubios y Trelew. Son obras en las cuales una nueva generación (nacida mientras el fascismo se cebaba sobre su país) se pregunta por los resortes que movieron las decisiones de sus padres. De ahí que el director conecte M con Citizen Kane, a manera de parábola: “El Rosebud es la ausencia, la infancia robada", declaró Nicolás Prividera al diario La Nación. Pero éste establece sus distancias con respecto a las indagaciones de sus contemporáneos: “siento que el filme de Albertina Carri (Los rubios) es muy bueno desde lo que plantea, pero a ella no le interesa tanto la historia como su experiencia. Yo traté de guardar ciertos misterios con respecto a lo más íntimo y partir de lo personal para llegar a lo general".

    Para Prividera es tan importante la memoria como actuar en consecuencia, cuestionar los propios actos y despegarse de las versiones oficiales: “No quiero encontrar un culpable con el filme, sino que se reconozca la responsabilidad social, de todos, en lo que pasó. La dictadura no fue un fenómeno de unos pocos de la que todos fuimos víctimas, contó con la complicidad de montones de civiles. Es el momento de olvidar los lugares comunes y hacer un reconocimiento crítico. Mucha gente sigue hablando de esa época como si no hubiesen pasado 30 años. Eso tiene que cambiar."

    En consecuencia, algunos reseñistas han advertido que “las dificultades que el director enfrenta en su búsqueda en torno a la militancia de su madre desaparecida, cartografían los problemas que aun emergen bajo el signo de esos años.” El detonante de su búsqueda es el inicio de una causa penal abierta por Prividera en la cual sale involucrado Jorge Zorreguieta, padre de la princesa de Holanda. La repercusión pública de la denuncia hace que el joven reciba el llamado de una vieja amiga de su madre. El encuentro dispara la necesidad de ahondar en la historia de la desaparecida para comprender las causas. Comienza entonces una intensa investigación que incluye desde el recorrido por diversos organismos oficiales y no oficiales hasta el encuentro con viejos compañeros de trabajo y militancia de su madre. De la búsqueda surgen nuevas preguntas, incomprensiones, silencios, complicidades y la dificultad para cerrar un historia que no es sólo suya, sino de toda una sociedad.

    Consultado por la agencia Télam sobre el origen de su filme, el realizador dijo que partió "de una necesidad personal, de descubrir un poco más sobre mi madre desaparecida cuando se cumplían 30 años del golpe militar, y como otras veces lo intenté sin resultados y fue muy frustrante, decidí grabar esa investigación con una cámara (…) Quería tener un registro de esa imposibilidad para que por lo menos quedara eso, y que esa búsqueda personal se convirtiera en testimonio público y aportara al debate sobre los años 70. (…) El punto de partida es autobiográfico, ya que es la búsqueda de mi propia madre, pero en un minuto se abre y se transforma en la historia de todos, no sólo porque en cada historia de un desaparecido se refleja la historia de todos los desaparecidos, sino porque la película termina interpelando al espectador en relación a que esta historia es la de todos los argentinos y todos debemos tener una posición al respecto.”

    Pero, además de urgencia individual y emisión de juicios sobre su realidad, M es una toma de posición ante el cine y los tratamientos de esta clase de temas: “Intenté realizar una película sobre esa cuestión luego de que el cine argentino la tratara siempre de la misma manera; eso generaba cierto cansancio por la forma más que por el contenido. Se dice que la gente está cansada de escuchar sobre el tema de los desaparecidos, que ya se ha dicho todo lo que se tenía por decir cuando en realidad hay mucho. Pero cualquiera que se ponga a investigar encuentra que todavía hay mucho debajo de la superficie y faltan muchas cosas por decir.”

    El crítico argentino Quintín ha señalado en la película su “fuerza narrativa y formal, es la obra de alguien que utiliza con certera intuición los recursos del cine. (…) Es notable la seguridad que demuestra Prividera en su conducta delante y detrás de la cámara. Al mismo tiempo, Prividera se desdobla y resulta un gran actor de su propio filme. Frente a la cámara exhibe la presencia de un actor experimentado. A veces se muestra arrogante y frío, y en otros pasajes cálido y emocionado. Prividera exhibe una gama de emociones que él mismo pone en escena, en una película de una especie de hombre orquesta, alguien que se ha preparado durante años para esto.”

    Esa cualidad de “patchwork estilístico” que señalan los críticos involucra toda clase de artefactos de la memoria, releídos más allá de la frialdad testimonial o la unidimensionalidad discursiva: cartas, fotos y home movies familiares rodadas en súper 8. Ello la acerca a propuestas como la mencionada Los rubios, a la búsqueda detectivesca de Yo no sé qué me han hecho tus ojos, de Sergio Wolf, y a la exposición de ese diario íntimo documental que es Tarnation, de Jonathan Caouette.

    M, termina con una invitación a pasar a la acción, porque "de lo contrario, nosotros también desapareceremos”, como advierte el director-protagonista en el alegato final de su película.



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