Con la coproducción argentino-española Derecho de familia, Daniel Burman cierra magistralmente la trilogía iniciada con Esperando al Mesías (2000) y El abrazo partido (2004) sobre las relaciones familiares, la identidad judía y una mirada —abarcadora y minuciosa, simple y profunda a la vez— respecto de qué significa ser joven, ser padre y ser hijo y cómo construir una pareja o una carrera profesional en la siempre contradictoria Buenos Aires contemporánea.
No es que Burman se haya propuesto rodar una saga como la que François Truffaut creó durante muchos años, retratando la vida del personaje de Antoine Doinel (aunque Daniel Hendler parece cada vez más el Jean-Pierre Léaud del director argentino), pero lo cierto es que el director retoma aquí ciertas obsesiones y temáticas que le han permitido construir un universo propio de clase media, porteña y judía. Por suerte, los méritos y hallazgos de su nuevo trabajo dejan rápidamente en claro que Burman no se repite, que no está tocando siempre la misma cuerda artística.
Derecho de familia es el filme más abierto, entrañable, efectivo y divertido de las cinco películas rodadas hasta ahora por Burman. Pero la simpleza con que está contada no significa que haya renunciado en absoluto a la inteligencia ni a la sensibilidad de su mirada (...)
Sólido director de actores (además de la pareja protagónica se destaca el trabajo de Goetz y de muchos de los intérpretes secundarios), dueño de una impecable sociedad creativa con el camarógrafo y fotógrafo Ramiro Civita, Burman parece haber alcanzado en su quinto film una serenidad, un convencimiento y una sobriedad que lo ubican ya en una temprana adultez artística.
Así, con mucho humor (que no solo aflora en los diálogos, sino también en inspirados gags), con una sensibilidad que no cae en el golpe bajo y con muy ajustados momentos de ternura para reflejar los vaivenes de las relaciones dentro de una familia, Burman redondea una comedia leve sobre conflictos importantes. Un trabajo sentido y sin pretensiones de grandeza, pero que, a pesar de eso (o precisamente por eso), termina siendo una gran película.
(Fragmento del artículo de Diego Batlle, en La Nación).