CRÍTICA



  • Pequeña Habana despierta comentarios en Cuba
    Por Joel del Río


    Pequeña Habana es testimonio humanista, construido a partir de las entrevistas a nueve o diez hombres y mujeres enanos, los verdaderos protagonistas del documental, aunque también participan las familias y los amigos. El filme comienza con la cita de los versículos concernientes a la creación del mundo, según el Génesis bíblico, y desde este punto se cuestiona la escasa visibilidad de esa fracción de humanidad, pues no son mencionados en el libro canónico del humanismo en la civilización occidental.

    A partir de ahí, Pardo, productor y guionista además de director, entreteje las prolijas declaraciones estructuradas más o menos en cuatro etapas: la infancia y la familia, el crecimiento y las experiencias sexuales, la vida laboral y el papel en la sociedad. En todo momento nos invita a la tolerancia, a la aceptación, a que inclinemos la vista para ver lo que antes resultaba invisible, o más bien, nos convoca a mirar con otros ojos, los de la comprensión y la solidaridad, y por qué no, también los ojos de la compasión, de una piedad altruista y práctica, no paternalista e hipócrita.

    Esta oda a lo minúsculo de Rolando Pardo (vinculado académicamente, durante muchos años, a la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños) surge profundamente en sintonía, en cuanto a subtextos y propósitos, con aquella obra que comentamos hace un año, más o menos, en estas mismas páginas, Cantando bajo la tierra, sobre los músicos callejeros que actuaban en el metro madrileño, demuestra en irrevocable evidencia de imagen y sonido, ora conmovedor, ora gracioso, ligero y hondo, la extraordinaria fuerza de voluntad, incluso la majestad y el dolor, la grandeza de estos seres que viven con un handicap, y víctima de todo tipo de burlas, menosprecios y discriminaciones. Estos hombres y mujeres son mostrados en su gigantesca lucha por conquistar el afecto y la consideración de los otros, en franca cruzada por asentarse en un espacio bajo el sol, un espacio que no tiene que ser obligatoriamente menor, o peor, que el destinado a cualquiera de quienes se llaman a sí mismo “normales”, y dictan reglas de desestima para quienes no son como ellos.

    El enfoque y el encuadre tradicionales de “cabeza parlante”, típico en los documentales de entrevistas, aquí se reviste de una particular actitud escrutadora en los primeros y primerísimos planos, además de que contribuye con el suspenso del documental, pues en la mayoría de los personajes, vistos tan de cerca, se olvida su verdadera talla, y entonces hacia el final, cuando se los ve desempeñando las más diversas labores, como seres aptos y participativos, negados a la derrota, al asentimiento de la exclusión, o a la lástima consigo mismos.

    Por momentos reiterativo, tal vez demasiado amarrado a la estructura de in crescendo que le impusieron director y editor, con un final en tono medio farsesco que no le encaja del todo, y sin dudas precisado de una voluntad de corte menos complaciente, que pode redundancias aquí y acelere el ritmo expositivo allá, Pequeña Habana tiene varios, muchos momentos cálidos, excelentes y amables, sobrevuela mayormente el grotesco, y consigue incluso atrapar algo tan sutil como las miradas húmedas, las risas a todo tren, la vida iluminada de estos, nuestros hermanos menores, que con tanta elocuencia y afecto ha sabido retratar Pardo en su documental.

    Una consecuente operación de revelado emprende Pardo en Pequeña Habana. Y esa es la principal virtud de los buenos documentales, un género que por suerte está recobrando mayor consideración en nuestros medios.



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