CRÍTICA



  • Ceguera, de Fernando Meirelles, la civilización en tinieblas
    Por Oswaldo Osorio


    "Cierra los ojos y verás", decía el pensador francés Joseph Joubert. Pero está sugerente máxima, que hace referencia a la lucidez y al entendimiento, está muy lejos de ser asumida debidamente por todas esas personas que en esta película quedan ciegas. Aquí, no ver es sinónimo de oscuridad total, de la vista y el entendimiento. Esa oscuridad en la que están sumidos todos es tomada por Fernando Meirelles (en su adaptación de Ensayo sobre la ceguera, del Nobel José Saramago), tanto para crear una trama contada en clave de dramático thriller, como de alusión a la vulnerabilidad de la naturaleza humana y su civilización, la física y la moral.

    La verdad es que el esquema que propone, tanto la fuente literaria como el filme, es harto conocido, esto es, poner a un grupo de personas, representativas de la sociedad, en una situación extrema y luego dejar que se desarrolle el drama producto de la tensión existente entre esas otras dos máximas, una que dice que el hombre es malo por naturaleza (Hobbes) y la otra que afirma que es bueno, pero la sociedad lo corrompe (Rousseau). El señor de las moscas, de William Holding, es el referente más cercano, pero con el drama adicional de tratarse de niños.

    El caso es que este esquema permite que afloren los diferentes comportamientos de los seres humanos, porque la falta de un elemento esencial conlleva a un primitivismo que tiene como primera consecuencia el caos. La supervivencia se hace imperativa y se impone la ley del más fuerte. Solo unos pocos tratan de resistir con sus reservas morales, aunque inevitablemente también son obligados a cambiar. En esta historia, por ejemplo, su protagonista se ve obligada a prostituirse y a cometer un asesinato en esa guerra de intereses de la “nueva sociedad”.

    La película está contada, esencialmente, en clave de thriller, sobre todo cuando un grupo se impone como una amenaza a todos los demás. La fuerza dramática está presente desde que son recluidos, pero sobre todo cuando se definen los dos bandos, los oprimidos y los opresores, las víctimas y los victimarios (¿será casualidad que el rey tirano —Gael García Bernal— sea latino?). Y esta situación desigual se hace más propicia por la progresiva pérdida de algunos signos de la civilización: el uso de la tecnología, el confort, los roles sociales y hasta la limpieza.

    De manera que lo que se impone en este relato es la atmósfera de tensión y amenaza propia del thriller, aunque es posible pensar en una reflexión acerca de la ceguera, del concepto de ver en relación con la verdad o cosas por el estilo, pero lo cierto es que la historia se concentra en el thriller y la reflexión que se pueda hacer se desprende de él, de la tensión social que hay entre los personajes, del caos y la zozobra que se apodera de sus vidas.

    De otro lado, de acuerdo con el anunciado del libro, pareciera que esta película sería un reto realizarla, pero en realidad fue más fácil de lo que se pensaba, sobre todo porque el punto de vista no fue, por supuesto, el de los ciegos, sino más bien una mirada omnisciente en la que el espectador observa (de cerca con su mirada, pero lejos de la subjetividad de ellos) todo lo que ocurre en un mundo que es tinieblas para otros, no para él ni para la protagonista. Aún así, es un filme de poderosas y turbadoras imágenes, como ese estado salvaje en que terminan los ciegos en su confinamiento o el apocalíptico paisaje urbano, todo ello pasado por una paleta en la que están casi ausentes por completo los colores.

    Finalmente, dos cosas llaman la atención hacia el final del filme, de un lado, el radical cambio de tono cuando es depuesto el tirano y salen del encierro, y del otro, ese regreso de los protagonistas a conformar una unidad social básica, como si fuera una familia, para restablecer el orden, al menos el suyo propio.

    Con esta película Fernando Meirelles da cuenta de su talento como realizador eficaz en lo que se propone, aunque cada vez se aleja más de esa singularidad de Ciudad de dios, el filme que le diera la fama, y ahora, aunque esta sea una producción entre Brasil, Canadá y Japón, en nada se diferencia su cine al de Hollywood, con toda la eficacia y calidad que este filme pueda tener, pero al fin y al cabo cine de Hollywood.

    (Fuente: El Mundo de Medellín)


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