CRÍTICA

  • Las turbias aguas de una época
    Por Horacio González


    En Las aguas bajan turbias Hugo del Carril lograría el total dominio de ese sentido del cine, con un tema social que el mismo tiempo era lo mejor que conseguía la cinematografía argentina vinculada a la atmósfera política del momento. Pero la trascendía notablemente al poner el significado de la política en el núcleo profundo que irradia el ser emancipado. Justamente, esos latigazos que filmados horadan la conciencia y que del seno del mal intentan extraer, con las armas técnicas del cine, una cuota moral de liberación. El cine de Hugo del Carril es moral porque se basa en mostrar las imágenes del ludibrio para rescatar la dignidad a partir del mismo despojo del mal. Intentó este juego de filosofía moral cinematográfica arriesgándose a no ser comprendido. No significaba apenas lo que se heredaba de Gardel, aunque eso, lo sabemos, no era poco. Hugo del Carril venía con un desafiante pos gardelismo, con la la manera rememorativa del criollismo lírico, a la Manzi, para juzgar el ciclo social argentino, con sus desgarramientos y sus legados musicales.
    .... El látigo del opresor, filmado en Las aguas bajan turbias, revela lo que en verdad quiso decir Hugo del Carril. Los autores de la historia, los verdaderos sujetos juglarescos y comprometidos –y también buscando esperanzados arraigos, infinitamente postergados, como en Horacio Quiroga- estaban signados por los cuerpos sempiternos que recibían los lonjazos. Mucho de eso se percibe en el pliegue más secreto de esos énfasis gallardos con los que H. del C. había entonado su homenaje a uno de los hilos conductores de la historia contemporánea del país, esa burla, credo y vindicta de los pueblos, que en su marcha atraviesan innúmeros nombres e incesantes identidades.


    (Fuente: teclaene.blogspot)


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