La excelencia en Un oso rojo
(...) Un oso rojo es la película de un hombre de cine y de un monstruo de la actuación. Oso, el protagonista de la película es un tipo del pueblo, según la dicotomía presentada anteriormente, uno de aquellos tipos oscuros y áridos, que no han encontrado otro camino que el de la violencia y la anulación de ciertos principios morales para responder a la necesidad. Un personaje esculpido por la calle, por la pobreza y por el deseo de dar lo mejor a aquellos que ama. Y esa es la pieza clave, lo que enriquece al personaje, lo que convierte sus ramalazos de violencia en actos de ternura, una característica que completa al personaje sin convertirlo en un ente de dos caras. Oso acaba de salir de la prisión tras una condena de varios años. Entro allí tras cometer el atraco imperfecto, aquel que les iba a solucionar la vida a su mujer y a su hija de un año, sin embargo se cruzará en el camino su mala suerte crónica, rasgo trágico y fundamental de ese pueblo al que pertenece. Una vez fuera, su deseo, convertido en obsesión por el tiempo y la sombra, será cobrar aquel dinero que le pertenece y recuperar a su hija.
En Un oso rojo, Caetano demuestra su habilidad para filmar la naturaleza humana más rocosa de la manera más estilizada. La mano del director se muestra prodigiosa en todos los aspectos que se reconocen como labores de dirección. Una planificación de geometría exacta, una clara definición de la distancia respecto a los personajes, acercándose progresiva y sigilosamente en la búsqueda de la perfecta definición de sus facciones, un sentido del movimiento que casa sinuosidad y precisión o el acertado uso de la banda sonora como elemento conformante del retrato de Oso (compuesta casi únicamente por la repetitiva aparición de una canción barriobajera). En todo lo que da forma al ritmo, definición de personajes y puesta en escena no se le puede negar a Caetano la pulcritud de su mano y la definición de su estilo. Un estilo cercano al clasicismo norteamericano, buscando recuperar la capacidad de ese cine para dotar de agilidad y eficacia lo visual y lo narrativo. También se reconoce con claridad la mezcla de géneros que pone en práctica el director, una referencia más al cine clásico. Aquí, se dan la mano el cine negro, el drama y el western, respetando ciertas formas y figuras de todos ellos (la definición de lo malvado, la concepción de la familia o la escenificación del duelo) y aprovechando la solidez de las pautas que los rigen para encontrar la complicidad del espectador. Son los momentos en los que el director se aleja de esos modelos cuando fracasan sus intenciones y cuando se rompe la homogeneidad que perdura en casi toda la obra. Hay una serie de escenas (la mayoría pertenecientes a la parte final de la película) en las que las referencias cinematográficas dan un drástico y fatal salto en el tiempo y se sitúan en un cine de acción moderno que se recrea en una violencia gratuita y que se reconoce en la espectacularización del asesinato, me refiero al cine de acción de directores como John Woo y de otros tantos, menos interesantes, que extienden por todo el mundo la manera de ver la violencia que tiene Hollywood. En este caso, la referencia no fracasa únicamente por la violación de una estética trabajada a lo largo del propio filme, sino por la traición a los propios principios que apuntaba el director en su artículo de 1995 en "El Amante", ya que, ese cine al que cita forma parte de toda esa gran bola de cine extranjerizante contra la que pretende luchar.
No es posible hablar de Un oso rojo sin hacer referencia a la enorme actuación de Julio Chávez, que da un recital de cómo se puede construir un gran personaje mediante la sutileza y el minimalismo. Chávez compone un Oso abatido, consciente de la suerte de su destino, de facciones duras, casi inmóviles, dotande de gran carga dramática cada uno de sus gestos. Además, Chávez es secundado por un buen plantel de actores secundarios que le dan una réplica correcta sin que, en ningún momentos, podamos distraer nuestra mirada del protagonista.
Un oso rojo es una buena película, que nos alerta de que hay algo cociéndose en la cada vez más precaria situación de la industria cinematográfica argentina. Una situación que ha provocado la aparición de nuevos directores de lo que cabe esperar todavía más de lo que han demostrado hasta el momento.
(Fuente: miradas.net)