CRÍTICA



  • El documental Garapa trabaja justamente por alejarse de las imágenes-cliché
    Por Calac Nogueira


    La cámara observa: alguien que habla, alguien que llora, los niños desnudos, desdentados. El montaje, a medida que alterna paralelamente entre dos o tres familias del interior del Brasil y de la periferia de la ciudad de Fortaleza, avanza suavemente de un tema a otro, montando en los bordes de la imagen el concepto y la sociología del filme. En el interior o en la periferia de una gran ciudad las situaciones se repiten: las familias con muchos hijos, los maridos alcohólicos y sin empleo, la descomposición social, la insalubridad general, la mala asistencia social y médica, el hambre. La lógica del documental Garapa, de José Padilha, es tan simple como rigurosa: observar y organizar los seres, los dramas el hambre.

    Si bien el tema del hambre —uno de los más consensuados y omnipresentes dentro del imaginario de las políticas sociales nacionales— ya fue excesivamente explorado por el audiovisual brasileño (cine, televisión y medios como la fotografía), el mirar corpóreo que el documental Garapa, de José Padilha, le imprime trabaja justamente por alejarse de las imágenes-cliché que, por décadas, se multiplicaron al abordar el tema. El documental reclama para sí y todo lo convoca a la diferencia. En ese sentido, la opción de realizar esta película (en un momento en que la producción de documentales está dominada por el digital), utilizando la fotografía en blanco y negro, resulta más que una estética una estrategia —y de cierta manera también una referencia formal al cine directo norteamericano o a filmes como Vidas secas—, algo que se va a sumar a los cuerpos, un barniz, una forma de colocar las imágenes en una especie de filme-ensayo. En el ambiente cerrado de la película, Padilha intenta re-escenificar el drama del hambre; sea en busca de una especie de imagen síntesis —una última-imagen posible—, lacónica, libre de buena parte de las referencias meta-narrativas y que, al mismo tiempo, sea capaz de recuperar el desasosiego anterior, primero del espectador en relación con el tema. Dicho de otra manera, en lo que respecta a la forma, Garapa pretende nada más que hacer sobrevivir, de manera chocante, un tema que parece excesivamente saturado.

    El mayor problema del filme de Padilha tal vez sea aparecer justamente en un momento en que documentales como los de Coutinho o como Serras da Desordem propagan la fluidez y la libertad en la búsqueda del gesto y las imágenes, filmes que son en si mismos su propia búsqueda —del hombre, del mundo o de aquello que escogieron como tema— jamás un ensayo programado de imágenes sobre un asunto determinado. Frente a ellos, Garapa acaba siempre sonando excesivamente presa, cerrada, como atada a un modelo de imagen ideal del hambre —chocante en aquello que tiene de humano y coherente desde el punto de vista sociológico. La opción por un mundo elocuente de imágenes que funcionen “por si mismas”, sin un diálogo metanarrativo de construcción, crea un tipo de escenificación aprisionada, retomando uno de los clichés más viejos de la producción documental —el retrato. Falta, ciertamente, espacio para la conversación, los seres están ahí, mas son solo cuerpos retratados en su medio.

    ¿Cómo filmar el hambre? Tal vez sea una pregunta demasiado simple para un tema tan terrible.
    Resumen por: F. J. Quirós (traducido)

    (Fuente: Contracampo.com.br)


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