CRÍTICA



  • Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro: La decadencia del imperio menemista
    Por Diego Batlle


    Tras el inmenso éxito de El secreto de sus ojos, llega el otro "tanque" argentino de esta mini temporada de euforia para el cine nacional Las viudas de los jueves . Así como el film de Campanella me sorprendió gratamente (más allá de sus deslices sobre el final), debo decir no sin cierta desazón y desilusión que este regreso a la dirección de Marcelo Piñeyro luego de cuatro años (su último trabajo había sido la española El método) resultó menos logrado de lo que ya esperaba y auguraba.

    Cabe aclarar antes de "desmenuzar" a Las viudas de los jueves que no se trata para nada de una película vergonzosa y que en muchos aspectos es más que atendible, pero me parece que en su transposición Piñeyro y Marcelo Figueras no lograron potenciar los pocos aspectos interesantes del libro original de Claudia Piñeiro, un best-seller que había ganado el Premio Clarín de Novela en 2005, de esos que se leen sin esfuerzo en la playa, pero que se olvidan también demasiado rápido.

    ¿Qué tiene para ofrecer Las viudas de los jueves?  En principio, se trata de un thriller, ya que el film arranca con la muerte (¿suicidio, accidente, asesinato?) de tres jóvenes ricachones, que aparecen ahogados en la piscina de una de las casas del country top Altos de la Cascada, en plena explosión social de diciembre de 2001. Luego, veremos que en verdad se trata de indagar aquí en las miserias íntimas, familiares y finalmente sociales de ese núcleo cerrado, esa burbuja en la que viven los ostentosos yuppies que reprodujo como hongos la "cultura" menemista.

    El gran problema de Las viudas de los jueves no es la reiteración (ya se hicieron otros films sobre la vida en los countries), ni su obvia vinculación con el desmoronamiento socioeconómico (y moral) de fines de 2001, sino que carece en buena parte de sus casi dos horas de relato de la tensión y de la carnadura psicológica que una apuesta de estas características necesita para atraer, intrigar, sumergir y luego incomodar al espectador en la búsqueda de que se genere un ida y vuelta, un intercambio reflexivo.

    "Es como un Chabrol para principiantes", bromeaba mi colega y amigo Diego Lerer al salir de la función de prensa y, si bien hay algo de brutalidad en esa frase dicha al pasar, se trata de una definición bastante acertada. El film se queda muchas veces en el trazo grueso (en el retazo, en la pincelada con brocha gorda), hay diálogos que resultan insostenibles, actuaciones muy desparejas y un desenlace que encuentra su clímax y justificación en un largo, profundo y abarcador monólogo a cargo de "El Tano" que interpreta Pablo Echarri, que resulta bastante inverosímil para un personaje de sus características: un despiadado e hipercompetitivo nuevo rico sin escrúpulos que se gana la vida prestándole dinero a personas que necesitan pagar costosos tratamientos médicos a cambio de quedarse luego con los beneficios de sus pólizas de seguro de vida.

    Piñeyro apela a una puesta en escena cuidada en extremo, tan elegante y vistosa como el diseño palermitano de las casas de los co-countristas, de esa "gran familia" que siente que los Altos "es como estar en el Paraíso" (los dos entrecomillados tienen que ver con las propias definiciones que nos van regalando los personajes). Pero, más allá de las imágenes televisivas de los saqueos y los cacerolazos, del cinismo de los adultos, de los excesos y el desencanto de los adolescentes, la narración avanza con cierto esfuerzo, sin la fluidez y potencia que una historia de este tenor merece y exige.

    No me detendré en cada uno de los rubros técnicos (todos impecables), pero sí en los integrantes del all-star cast con el que contó el director de Tango feroz, Caballos salvajes, Cenizas del Paraíso, Plata quemada y Kamchatka. Entre las parejas que mejor funcionan aparecen la de Echarri-Ana Celentano y la de Gabriela Toscano-Leonardo Sbaraglia (la mejor), mientras que no terminan de funcionar la de Ernesto Alterio-Gloria Carrá ni la de Juan Diego Botto-Juana Viale (la menos convincente de todas). Sí resulta creíble y logrado, en cambio, el trabajo de los jovencitos Vera Spinetta y Camilo Cuello Vitale como los hijos rebeldes y confundidos, pero que -en algún lugar- son más concientes que sus padres del absurdo en el que están inmersos.

    Como crónica de una época ¿pasada?, Las viudas de los jueves se queda a mitad de camino porque no es lo mordaz ni lo implacable que -por lo menos en mi caso- me hubiese gustado. Pero, más allá de éste u otros reparos, sostengo que es un digno film con un acabado técnico incuestionable. Si en el terreno dramático no alcanza la excelencia que hubiésemos deseado, a nivel de producción resulta otro paso adelante dentro del tan vapuleado cine industrial (o como quieran llamarlo) argentino. 

    (Fuente: Otroscines.com)


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