EDITORIAL



  • Diversidad cultural, participación y ciudadanía en la nueva televisión
    Por Orlando Senna


    La digitalización amplía exponencialmente la posibilidad de acceso a la televisión abierta y gratuita, como todos sabemos. En este encuentro estamos hablando de la incorporación de nuevas voces, nuevos actores en este medio, con un foco principal en la participación del espectador en el gerenciamiento (no solamente en la recepción) de la información y del entretenimiento. O sea, un foco en la interactividad, en la evolución de las tecnologías de comunicación interactiva y en el desarrollo de una cultura de participación por parte del espectador, un salto de la pasividad actual hacia un comportamiento activo y participativo.

    La interactividad todavía se encuentra en una fase primaria, lo que tenemos son los primeros pasos del cine interactivo, que son los juegos electrónicos, y en la televisión un sistema comercial, la venta de los productos y servicios para acceso desde internet o vía telefónica. Cualquier especialista diría que estamos lejos de la interactividad televisiva plena, pero esa lejanía no significa mucho tiempo, si tenemos en cuenta la velocidad de los avances de las nuevas tecnologías de la comunicación, de las nuevas tecnologías audiovisuales. El concepto de interactividad plena esta asociado a la interferencia del espectador en la grilla de la programación de la emisora, en el flujo de la programación y en el contenido de los programas.

    Esa dimensión de la interactividad causará transformaciones radicales en la comunicación, sea a través de la participación directa del consumidor en el periodismo, con esclarecimientos u opiniones sobre la información, sea en la ficción, abriendo posibilidades de interacción en la dramaturgia. Percibo señales e indicios, principalmente en mi país y en general en todas partes, que la televisión comercial tiene un interés limitado en la interactividad, principalmente por la duda de si valdrá o no la pena las altas inversiones necesarias en una interactividad plena, frente a los retornos financieros que la novedad puede generar. Un interrogante en la relación costo/beneficio. Además, las emisoras comerciales tendrían que abrirse a la democratización de la información, una situación que no está en los planes del gran negocio de la televisión.

    Si apenas la interactividad que genera lucros interesa a la televisión comercial, la interactividad plena, de interferencia en los contenidos, interesa a la televisión pública — dependiendo, por supuesto, del nivel de democratización de la información de cada gobierno. Si este nivel es bajo, claro, la Televisión pública no existe. Si ese nivel es alto, el camino natural de la televisión pública es la interactividad plena. O sea, depende de la comprensión que cada estado tenga de la dimensión simbólica, social, económica y política de la comunicación audiovisual en el siglo XXI.

    Los estados pueden contar con recursos sin rentabilidad, por que esa es la obligación del estado y una de sus poderosas herramientas en la administración de los países, en la administración de la cosa pública, sin el problema de la iniciativa privada que es, exactamente, relacionar el costo con el beneficio material. Mas allá de eso y lo más importante es que la televisión pública solo alcanzará su razón de ser, solo llegará a sus objetivos de democratización de la información y participación popular, en la escala apropiada para la televisión pública, a través de la interactividad plena.

    Me estoy refiriendo a la televisión pública de verdad, no a la televisión estatal disfrazada de televisión pública, que es lo más común en nuestro continente. Me refiero a la existencia en nuestros países de los tres sistemas complementarios y diferenciados de la teledifusión — la televisión estatal, realizando la comunicación directa del gobierno con la población, la voz de los gobiernos; la televisión comercial, una  concesión del estado a la iniciativa privada, con intereses comerciales; y la televisión pública, gerenciada y conducida por la sociedad. O sea, me estoy refiriendo a un sistema y a un tipo de televisión que, aunque financiado por el estado y hasta por capital privado, esté equidistante y bien distante tanto del poder político como del poder económico, defendiendo exclusivamente los intereses comunitarios a partir de los posicionamientos de las comunidades.

    El concepto de TV pública está aún comenzando en América Latina, lo que genera que su práctica esté también en la fase de la primera infancia — a pesar del desarrollo del cual somos testigos en estos últimos años en la Argentina, en Chile, en Brasil. Las dificultades para la construcción del concepto y de la práctica de la TV pública son enormes. Los obstáculos son colocados por los gobiernos que temen tamaña democratización, que temen perder el ya escaso control que ejercen sobre los medios de comunicación masiva, y por la iniciativa privada, que teme la posible competencia, la pérdida de audiencia para un sistema público robusto y competitivo, y por que defienden el falso principio que la televisión es una actividad empresarial y no un derecho social, o que ese derecho social debe ser encaminado por el mercado.

    Ejemplifico con el Brasil, por conocer más a fondo allí la cuestión. Durante el gobierno de Lula fue aprobado un proyecto de TV pública, elaborado en un largo proceso de consultas públicas y foros nacionales. Una elaboración difícil, compleja, eludiendo a los obstáculos ya mencionados. La implantación de esa TV pública, conceptuada correctamente en los padrones de la democratización de la información bajo el control de la sociedad, fue iniciada en diciembre del 2007 y está teniendo más dificultades en ser una televisión de la sociedad, que aquellas enfrentadas en la difícil fase de la elaboración y aprobación del proyecto. Lo que nos lleva a entender que el proceso de implantación de las televisiones públicas en nuestros países, además de pedregoso, es mas largo de lo que cualquier sociedad democrática desea.
     
    Acelerar ese proceso en dirección a una TV pública realmente pública y republicana, a la interactividad plena que nos permite la televisión digital, depende de buenos gobiernos pero, esencialmente, depende de la acción de la sociedad, de la militancia de la población — como elemento de presión y también como inventora de nuevos procedimientos, de nuevas actitudes, de nuevos comportamientos, ya que se trata de una nueva era, de un nuevo formato. Estoy aquí representando una de esas iniciativas no gubernamentales, enfocada en la diversidad cultural y en el acceso amplio a la televisión pública: TAL-Televisión América Latina, de la cual soy su presidente.

    Se trata de una distribuidora de contenidos para una red de emisoras públicas en veinte países iberoamericanos, un mecanismo cooperativo donde los asociados hacen un intercambio de programas, donde el contenido paga por contenido. Es una organización de la Sociedad Civil de Interés Publico, según la designación de la legislación brasilera. Estoy hablando de TAL como un ejemplo de nueva actitud frente a una circunstancia nueva, un ejemplo entre otros pocos más que existen, y para enfatizar la responsabilidad de la sociedad, de todos nosotros, de cada uno en particular, en la construcción de una televisión popular interactiva, el resultado mas bonito de la digitalización de la televisión.



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