CRÍTICA



  • Nao por Acaso aproxima universos bien distantes
    Por Luiz Zanin


    Quizás en algún momento el director Philippe Barcinnski sintió miedo de estar realizando otro filme intelectual más;  pues este es un filme con un presupuesto considerable, con actores famosos, y  por tanto con una gran responsabilidad. A ello se suma que en estos tiempos el anti-intelectualismo ha alcanzado niveles nunca antes conocidos. Todo lo que remite a algún tipo de esfuerzo mental, o peor, a cualquier tipo de profundización, es descartado, a priori, por el público y buena parte de la crítica. Lo que se espera del cine hoy en día es hora y media o dos horas de entretenimiento y emociones, entendidas estas como un sentimiento abstracto.

    Consciente de este peligro, Barcinski (y el equipo de realización, pues el cine es obra de muchos) decidió suavizar sus ideas iniciales, y liberar a su película de la funesta etiqueta  de cine inteligente, el peor enemigo de la taquilla que pueda imaginarse.

    El resultado de este compromiso entre cine de autor y comercial ha sido una película bonita. Como el mismo Barcinski la  definiera, un trabajo entre la razón y la emoción, un filme formado por capas. Una primera capa que permite realizar una lectura exterior y una segunda más profunda. El filme está integrado por dos historias paralelas independientes. Una habla de la historia de un amor que finaliza de manera trágica,  y de las dificultades de sus sobrevivientes para rehacer su vida amorosa. La otra nos cuenta de un padre separado por muchos años de su hija, quien tendrá que convivir con una muchacha a la que no ha visto  crecer y no conoce bien. El marco vital donde ocurren todas estas historias es la ciudad de Sao Paulo.

    En esta ciudad espléndidamente fotografiada por Pedro Farkas, Leonardo Madeiro interpreta el papel de un ingeniero de tráfico que desde su ordenador trata de poner un poco de orden a la circulación de vehículos en la gran urbe. Por su parte, Rodrigo Santero interpreta a un constructor de mesas de billar y fanático del juego, que planifica en la mesa cada una de sus jugadas.

    Este primer largometraje de Barcinski aproxima universos muy distantes. Al reflexionar sobre temas tan antiguos como la duda y lo inevitable, pone a dialogar dos universos muy diferentes, el de un ingeniero de vuelo que utiliza modelos matemáticos  y el de un jugador de billar que lleva los registros de los juegos manualmente. El mundo ultra técnico se mezcla con el ambiente  popular del juego de billar. El filme introduce otro personaje, una empleada de la bolsa (Leticia Sabatella) quién también trabaja con el universo probabilístico.

    Tanto el ingeniero como el jugador, tratan de imaginar un punto en el futuro, a partir del cual puedan actuar sobre el presente: el volumen de la circulación del tráfico de vehículos en una región determinada; la posición de la bola blanca después de completada la jugada, la oscilación de los precios de una determinada mercancía. Todos ellos son, de cierta manera, operadores del futuro. Y en cierta medida todos los somos, aunque no nos demos cuenta de que las redes de acontecimientos casuales que trazan nuestros días, sin pedirnos permiso, intervienen y determinan nuestro futuro. Es necesario planificar el futuro, pero esta planificación está casi siempre condenada al fracaso.

    Con un tema “tan intelectual” era previsible  que Barcinski tratase de aproximar el filme al espectador medio. Después de todo se trata de un producto distribuido por una de las grandes distribuidoras, La Fox, coproducido por O2 y Globo Filmes. Esas grades corporaciones no arriesgan el dinero invertido. De esta forma las líneas más reflexivas se desvanecen a medida que la película avanza. La música se incorpora entonces para animar una trama que podría considerarse fría.  Un cierto apaciguamiento final adormece los puntos más inquietantes del proyecto.


    (Fuente: Blog.estado)



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