ARTÍCULO



  • Clandestinos, a veinte años del debut
    Por Mercedes Santos Moray


    No existían escuelas de cine, ni talleres, sólo trabajar, trabajar a pie de obra…por la vía del autodidactismo, eso sí, con maestros como Santiago Álvarez y Tomás Gutiérrez Alea, junto a los cuales espigó el joven Fernando Pérez, desde las tareas más modestas, como asistente de producción, en verdad de mensajero y utilite, hasta llegar a la meta, la dirección de cine…

    Era, sencillamente, un cinéfilo desde la infancia cuando iba con su padre a las matinées de los cines de barrio, en su natal Guanabacoa…Y, sin embargo, luego de un cuarto de siglo de ocupar otras responsabilidades, desde la traducción a la crítica de cine, y de introducirse en el plató, como asistente de dirección, y luego como realizador de emisiones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, y director de más de una decena de documentales, logra irrumpir en lo que siempre ansió, filmar una película de ficción. Así  debuta, hace ya veinte años, con su ópera prima en el género del largometraje, Clandestinos.

    Fernando tenía ya 43 años…No era un joven, ni tampoco un inexperto en el mundo cinematográfico. Y, como este escorpión no ha dejado nunca de ser un soñador, para su primera película de ficción, y contra los pronósticos de sus amigos y de otros…escogió una historia de combatientes revolucionarios, en la Cuba de los años 50 del siglo XX, en el contexto épico de la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista.

    Para algunos, para muchos tal vez, era un tema envejecido…Pero era su deseo más ferviente, llevar a la pantalla aquella gesta, pero no desde una lectura maniquea, sino para contarla desde la sustancia de una historia de amor, atmósfera que se tradujo en la amplia acogida del público, de generaciones jóvenes que no vivieron aquella etapa, y que se identificaron con el argumento y sus intérpretes para producirse el milagro de la empatía, mientras Fernando Pérez se alzaba con su primer Coral, para ser, años más tarde, al dirigir Suite Habana, igualmente laureada en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el cineasta más premiado en ese certamen.

    “El tema de la clandestinidad estaba muy presente en mí, desde que tenía trece, catorce años que es cuando también se hace más clara mi vocación cinematográfica, el deseo de pensar que algún día yo llegaría a hacer películas. Ya en esa época me imaginaba temas y leyendo sobre la clandestinidad sentía que allí había una película que me gustaría contar. Fue una necesidad que fue creciendo durante mucho tiempo.

    “Yo no viví la lucha clandestina, pero sí sentía la opresión, las bombas, los muertos… Pero lo que más me impresionó, después, fue ver en enero de 1959 cómo muchos de los luchadores clandestinos tenían mi edad: catorce, quince, dieciséis, diecisiete y dieciocho años… Frank País… Me decía cómo es posible. Es algo que me conmovió y me fascinó. Leía, buscaba en los archivos… Ví Los ángeles negros, una película que me impactó grandemente. Otra fue La batalla de Argel. Y yo sentía que había algo que tenía que contar en Cuba y que como yo quería hacerlo nadie lo había hecho.”(*)

    Al inicio, pensó escribir el  guión con el poeta y narrador Luis Rogelio (Wichy) Nogueras. Pero este se enfermó…fallecería después…Y Fernando comenzó a trabajar con el también narrador y cineasta Jesús Díaz. “Era mi primer filme. Deseaba hacer una película más épica que sicológica y, lo que más me interesaba, era contar una historia de amor, dentro del carácter épico de la película.”(*)

    Filme de estructura clásica, exposición, desarrollo, nudo y desenlace, es sin embargo un hito no sólo como referencia personal, en la obra del cineasta, sino dentro de la industria cinematográfica cubana, al lograr la simbiosis de géneros y recursos expresivos, desde los del suspenso y el thriller hasta el melodrama, en una película que lanzó, también, a quien sería una actriz fetiche para Fernando, Isabel Santos, laureada con el Coral a la mejor intérprete femenina, y a un actor que ha sido, desde entonces, leal y permanente colaborador del director, Luis Alberto García, merecedor de lauros en Cuba y en el extranjero por su trabajo en una cinta en la que, según el propio realizador, se entregó más allá de su rol, para apoyar en múltiples esferas a Fernando Pérez.

    El tono subjetivo de la puesta en pantalla, la concepción del filme, que signa una zona de su filmografía de particular acento en la emotividad, en el diálogo con los espectadores, desde una visión más realista, y el tema e intérpretes juveniles nos revelan los inicios de una poética que, en ascenso, no ha sido repetitiva ni rutinaria, no ha cedido al elogio ni al facilismo, sino que apuesta por la experimentación, y que ha cuajado, luego de dos décadas, en la obra de uno de los más importantes cineastas no sólo de Cuba sino de Iberoamérica, una de las figuras que siempre ha abordado, con lucidez, agudeza y sensibilidad la vida de un pueblo, en sus luces y sombras.

    (*) Declaraciones de Fernando Pérez a la autora, para el libro: La vida es un silbo: Fernando Pérez, La Habana, Ediciones ICAIC/ARCCI-UCCA, 2004.



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