CRÍTICA



  • En la cama, la última toma de Matías Bize
    Por Carolina Urrutia N.


    Bize tiene sólo 25 años y con Sábado (2003) lo invitaron a participar en distintos festivales internacionales. Pagaron su pasaje y el hotel. Lo iban a buscar en auto y, acompañado por un traductor, iba a hablar, al finalizar su película con un público que llenaba las salas. Eso fue en el Festival de Mannheim en Alemania “una especie de Sundance pero en Europa”. Cuando volvía al hotel había gente de diversas distribuidoras esperando para negociar con él. Cuenta: ”Sábado fue una película pensada para el cine arte, y quizás para venderla a la televisión. Y ahora la película se estrena en Hungría, en Alemania, en Montreal... es una cuestión que me sorprende”.

    En ese mismo Festival ganó varios premios, entre ellos, el Rainer Werner Fassbinder Price, que en ediciones anteriores había galardonado a Jarmoush y a Wenders. Gracias a esa instancia, su segundo largometraje, En la cama se convierte en una co-producción: una productora alemana está a cargo del traspaso a 35 mm., un proceso bastante complejo y caro.

    Bize apela a realizar un cine que emocione. No busca grandes historias, ni mega producciones, sino escenas cotidianas, simples y honestas. Admira el cine de los Hermanos Coen y, en general, el cine independiente norteamericano. La última película que logró conmoverlo (al menos, la primera que se le viene a la cabeza durante esta entrevista) fue Personal Velocity dirigida por la norteamericana Rebecca Miller.

    Los únicos personajes del filme son Bruno (Gonzalo Valenzuela) y Daniela (Blanca Lewin). Se conocen, se gustan y deciden terminar la noche en un motel. La película comienza y termina dentro de la habitación del motel Cozumel. Ahí los personajes tienen sexo, conversan, fuman, miran televisión, tienen sexo nuevamente. Pero, ¿Se enamoran? ¿Deciden verse al día siguiente?

    En la cama es el segundo largometraje de Bize y tiene fecha de estreno en las salas locales para octubre de este año. Primero va a recorrer festivales internacionales, probar suerte para llegar a nuestra cartelera con nominaciones y premios extranjeros.

    La película fue filmada en formato digital (pero será proyectada en 35 mm.), y a dos cámaras. Los ensayos para En la cama duraron cuatro meses, el motel les prestó la habitación y director y actores probaron, en locación, diferentes alternativas para cada escena. Luego el rodaje duró tres semanas que se convirtieron en 60 horas de película. El proceso de montaje fue largo e intenso, cortando y pegando, agregando silencios, armando la versión final de la película, pero valió la pena porque las 60 horas grabadas permitían escoger la toma perfecta. Ahora se encuentra en etapa de edición de sonido. Lo que queda hasta el estreno: el traspaso a película en Alemania y deambular por festivales.

    Frente a la pregunta por ese afán experimental que caracteriza su obra: Sábado era en una sola toma y En la cama es en una locación, Bize responde honestamente que esa auto-imposición de limitaciones tiene que ver con ser un director joven y sin financiamiento. Con poner las energías en un buen guión, en las actuaciones y en la dirección más que en hacer superproducciones. Con poner el acento en la historia, en las anécdotas que puedan surgir de ella. Con hacer un cine íntimo, personal, de autor. “Creo que mi objetivo principal con Sábado, era que la gente me dijera: me emocioné, me reí, me gustó la película, más allá que un cineasta me dijera: un plano secuencia, ¿cómo lo coordinaste?. Mas que nada busco hacer una buena película. Con En la cama pienso lo mismo, quiero que la gente se emocione, se ría, más allá de decir que fue rodada sólo en una pieza”.

    Hasta dónde nos involucramos con un desconocido, es la reflexión que se propone en En la cama. Habrá que esperar a octubre para descubrirlo. Por mientras Bize sigue trabajando, tiene un proyecto con Andrés Waissbluth, y pronto estrena otra película -un colectivo con compañeros de la escuela de cine- llamada Juegos de verano. Quiere ser un cineasta de profesión, es decir, vivir de hacer películas, sacar una película cada año, y de paso, contar historias simples, conmover a su público y, por supuesto, hacer buen cine.



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