ENTREVISTA



  • Humberto Solás: Para mí el cine ha dejado de ser vanidad
    Por Magda Resik Aguirre


    El cine cubano lo exhibe como un imprescindible. Sus películas suscitan enconadas polémicas, criterios extremos de devoción o inconformidad. Pero nadie pone en dudas su cultivado talento, la originalidad de sus propuestas y sobre todo, ese regodeo estilístico y temático en lo raigalmente cubano.

    A sus sesenta años parece dominado por la urgencia de ganarle tiempo a la vida. Trasciende su propia cinematografía y tuerce rumbo hacia nuevos horizontes creativos, en un afán por dialogar como nunca antes con sus coterráneos. Nadie hubiera imaginado, dos décadas atrás, que el director de Lucía y El siglo de las luces, renunciaría a las grandes producciones de acento épico para apostar por un cine enraizado en la realidad contemporánea de esta Isla.

    Ese giro a estribor descubre a un inusitado Humberto Solás, que sigue reconociéndose patriota, se descubre amante del diálogo con un público anónimo y nada recatado para expresarse libremente frente a la pantalla grande, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia creativa con el único fin de legarnos su cine, del cual nos apropiamos agradecidos.

    El formato digital que ha utilizado en su más reciente entrega: Miel para Oshún, ¿no desluce la obra de un director habituado a la factura impecable del celuloide?

    La tecnología digital es por el momento la única posibilidad para incrementar la producción del cine en Cuba y en cualquier país del llamado Tercer Mundo. Con resultados casi óptimos, reduce cuantiosamente los recursos necesarios para dar feliz término a una película, y el espectador no avisado, e incluso el avisado, se olvida en el cine de cuál ha sido el soporte de realización.
    De tres películas al año podríamos llegar a producir seis o siete en Cuba si aplicáramos la tecnología digital, que no se traduce para nada en deterioro o menoscabo de la ambición artística de un director.

    Con Miel para Oshún he querido regresar un poco al cine que solía hacer en la década del sesenta, cuyos dos títulos más emblemáticos son Manuela y Lucía. Dos películas que realicé prácticamente cámara en mano, utilizando el guión como una pauta que después se consolida desde el punto de vista literario y conceptual durante la puesta en escena. Se ha divulgado mucho que soy un cineasta perfeccionista en la reconstrucción epocal, que sobrestimo el valor de los encuadres y doy énfasis a la dirección artística de un proyecto. Este caso es bien diferente en el sentido conceptual y pretende, sencillamente, dar fe de los últimos años de nuestra vida nacional.

    Entonces, ¿fue más que premeditada esa suerte de renunciamiento a un cine donde priman lo épico y lo histórico?
    Cuando realizas un filme histórico tienes generalmente cien años de distancia de los acontecimientos que lo inspiran y a la vez careces de experiencia sobre la cotidianidad de aquel momento. Miel para Oshún contiene muchas preguntas que forman parte de la vida del propio autor. Por tanto, la necesidad de reconstrucción epocal no existe. Solo esa aparente mímesis de la realidad.

    ¿Cómo fundamenta el reducido número de actores en Miel para Oshún y la incorporación a su película de imágenes vivas, tomadas de la realidad cubana contemporánea?
    A pesar de ser tres los protagonistas que permanecen casi todo el tiempo en pantalla, es esta una de mis películas más corales. En su carácter alegórico, ellos están simbolizando a grandes sectores de la población: sobre todo el chofer que encarna Mario Limonta. El emigrado, Jorge Perugorría, también se erige en representante de aquellos que permanecen fuera del país, ya sea por su propia voluntad, o como en el caso de este personaje, por haber sido extrapolado violentamente de sus raíces. Isabel Santos es la muchacha que reúne los valores de una determinada cultura urbana —mis películas no pueden escapar a una trama urbanística— y habanera. La Habana es una ciudad multivalente y cada sector tiene su específica connotación espiritual y cultural. Ella responde en su concepción de la vida, con ese romanticismo tardío que le impregna a su existencia, a ciertos valores citadinos entronizados, y más que una intelectual es una artista, más que pensante es intuitiva.

    La participación de no actores en la película es una vieja tradición en mi cine que retomo con mucha fuerza ahora. En determinadas escenas fueron seleccionados al momento de filmar, como la mujer que al final de la película es la vecina de la mamá del protagonista. Ella vive al lado de la casa elegida en la ciudad de Baracoa. No tenía la menor idea de que podía existir y además actuar como lo hace en la película.

    Algo parecido sucedió con las imágenes del aeropuerto al momento de arribar al país el personaje que encarna Perugorría. El noventa por ciento son escenas documentales que filmé durante un vuelo real de los emigrados cubanos hacia La Habana. Pienso que se ensamblaron sin problemas realidad y ficción, para lograr el espíritu de esa secuencia.

    ¿Coincide con quienes colocan a su más reciente película en la lista de las tragicomedias?
    Desde el texto escrito por mi hermana y que yo remodelé un poco en la filmación, está propuesta esa cualidad. Se alternan como reproducción muy fehaciente de aspectos de la idiosincrasia nacional esos lados trágico y cómico que caracterizan la actitud cotidiana del cubano. Esa voluntad de perseverar en sus objetivos y de no declinar ante las dificultades, la risa devenida móvil y motor de acción. Nunca me ha gustado ubicar mi obra en un género, pero a Miel para Oshún la definiría, sin dudas, como una tragicomedia.

    ¿Está consciente de cuánto de esperanzador propone a los pobladores de esta Isla el filme?
    La película lleva implícito un canto a todos los cubanos y cubanas estoicos, que hemos perseverado en un proyecto social a pesar de las enormes dificultades a las cuales nos ha enfrentado en determinados períodos. Para mí es un homenaje, y si el espectador siente ese respiro, es porque nos propusimos la gratificación. Somos parte de esta sociedad, y de esa tragicomedia que significa la vida cotidiana en nuestro país y quizás en otros países pobres como el nuestro.

    Sin embargo, algunos esperaron cierta marca de resentimiento en su obra tras un largo período sin filmar, dadas las escaseces que marcaron al cine cubano de la última década...
    No soy persona de rencores. Creo que esa cualidad responde a la naturaleza propia del cubano. Soy optimista, lucho, y siempre la esperanza es vocablo que anima mis actos. En estos diez años en que no pude filmar, aprendí mucho, pues tuve que ejercitarme como pedagogo en realización cinematográfica. He profundizado en los objetivos si es que no estaban demasiado claros para mí, con respecto al por qué soy cineasta.

    Por otro lado, el sufrimiento propio del período especial, que nos obligó a padecer innumerables dificultades, constituyó para mí una fuente de aprendizaje —y no es mi deseo que esa sea la fórmula de aprendizaje para nadie— una suerte de interiorización, de búsqueda de quiénes éramos y cómo íbamos a actuar dentro de los cánones o el ámbito de una verdad que todos debemos defender.

    ¿Persistirá entonces en el soporte digital y en los asuntos relacionados con la cotidianidad del cubano?
    Mi próxima película se llamará Gente de pueblo y será una crónica del cubano contemporáneo. La defiendo dentro del sistema digital porque creo que es la única posibilidad que tenemos de sobrevivir como cineastas. Si no hubiera ofrecido la solución de Miel para Oshún en cine digital, creo que nunca se hubiera podido hacer. Cuando planteé el proyecto y se descubrió que obligaba a un gran equipo de realización a recorrer toda la Isla, se hizo absolutamente inoperante. Al final fuimos veintidós personas y para mí ha sido muy gratificante. De manera que quiero predicar con el ejemplo.

    A estas alturas, ¿qué explicación le da al cine?
    Tengo que expresar lo que supongo sea lo mejor de mí y convertirlo en conceptos, diálogos y situaciones para establecer una comunicación productiva, fértil y hermosa con el espectador. El hecho de que Miel para Oshún haya superado las siete semanas en seis cines, es un récord en mi propia obra. Ni con Lucía —que tuvo gran aceptación de público— se produjo ese fenómeno.

    Para mí el cine ha dejado de ser vanidad. Miel para Oshún es una película confesadamente humilde. No realizo cine en este momento, como me sentí tentado anteriormente, movilizado por los premios en los festivales o la aceptación de la crítica. He comprendido los móviles que a veces están detrás de las opiniones y los galardones. Es un aspecto de mi carrera que no puede tener peso en absoluto en este momento, a pesar de que los festivales son de las pocas ventanas que tiene la cinematografía cubana para ser vista en el mundo.

    Ya tengo 60 años y este debe ser un acto de madurez. Lo único que me moviliza y entusiasma hoy, es establecer esa dinámica y viva relación con el público cubano.



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