Lisandro Alonso irrumpió en el panorama del cine local en 2001, con una película salida de cualquier convencionalismo: La libertad era la crónica de la vida cotidiana, de los rituales diarios de un hachero pampeano. El cineasta se deslumbraba ante las acciones primarias (comer, dormir, defecar) y se ganaba el mote del último minimalista argentino. Decidía salir a retratarlos hasta el alma en zonas ásperas, difíciles, indómitas, en las que sus protagonistas se mueven con destreza.
Con Los muertos (2004) se atrevió a profundizar en la ficción, atribuyó una historia de cárcel, asesinato y búsqueda familiar a la figura real del remero Argentino Vargas, y decretó que era su límite, al que llegaría en cuanto incluir al relato en sus películas.
La película Fantasma (2006), es la extrapolación de esas dos criaturas anteriores, Argentino y Misael, al territorio urbano, más precisamente el Teatro San Martín, donde los dos se pierden, se asombran ante terreno desconocido.
Liverpool (2008), cuenta la historia de un hombre de cuarenta y ocho años que vuelve en barco desde algún lugar muy al norte, vuelve a retirarse de todo, vuelve a ver si la madre todavía vive, porque ya no sabe donde está parado y porque ya no sabe si existe algo que lo haga pensar diferente, algo distinto a que no hay nada mejor en el mundo que el próximo vaso de alcohol.
Jauja (2014), se convirtió en el segundo de sus filmes en obtener el premio FIPRESCI , esta vez tras su estreno mundial en una Cierta Mirada (Cannes)